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Erika Berger estaba algo irritada cuando apareció por la puerta de Samirs gryta a las ocho y media. Tenía cargo de conciencia por no haber dado señales de vida a Mikael desde que entró en el SMP. Pero es que en su vida había andado tan liada como ahora.

Mikael levantó la mano desde una mesa del rincón que estaba junto a la ventana. Ella se detuvo en seco en la misma entrada. Por un instante, Mikael le pareció una persona completamente extraña; fue como si lo viera con nuevos ojos: ¿Quién es ése? ¡Dios mío, qué cansada estoy! Luego él se levantó, le dio un beso en la mejilla y ella cayó en la cuenta, para su gran horror, de que llevaba varias semanas sin ni siquiera pensar en él y de que lo echaba de menos con locura. Tuvo la sensación de que los días pasados en el SMP habían sido un sueño y de que, de un momento a otro, iba a despertarse en el sofá de Millennium. Todo le pareció irreal.

– Hola, Mikael.

– Hola, redactora jefe. ¿Has cenado?

– Son las ocho y media. No comparto tus asquerosos horarios de cena.

Pero luego notó que tenía un hambre de mil demonios. Samir se acercó con la carta y ella pidió una cerveza sin alcohol y un pequeño plato de calamares con patatas al horno. Mikael pidió un cuscús y otra cerveza «sin».

– ¿Cómo estás? -preguntó ella.

– Estamos viviendo una época interesante. Bastante liado, la verdad.

– ¿Qué tal Salander?

– Ella forma parte de lo interesante.

– Micke, no tengo ninguna intención de robarte el reportaje.

– Perdona… no es que esté esquivando tus preguntas. Ahora mismo las cosas son un poco confusas. No me importa contártelo todo, pero me llevaría la noche entera. ¿Qué tal es ser jefa del SMP?

– Bueno, no es precisamente como Millennium.

Guardó silencio un instante.

– Cuando llego a casa me apago como una vela y me quedo frita enseguida, y en cuanto me despierto no hago más que ver cálculos de presupuestos por todas partes. Te he echado de menos. ¿Nos vamos a tu casa? No me quedan fuerzas para el sexo, pero me encantaría acurrucarme contigo y dormir a tu lado.

– Sorry, Ricky. Ahora mismo mi apartamento no es el mejor sitio.

– ¿Por qué no? ¿Ha pasado algo?

– Bueno… una banda ha pinchado los teléfonos y están escuchando lo que allí se dice. He instalado cámaras ocultas de vigilancia que muestran todo lo que ocurre en cuanto salgo por la puerta. Creo que vamos a privar a la posteridad de tu culo desnudo.

– ¿Me estás tomando el pelo?

Él negó con la cabeza.

– No. Pero no es por eso por lo que necesitaba verte.

– ¿Qué ha pasado? Tienes una cara muy rara.

– Bueno… tú has empezado a trabajar en el SMP. Y en Millennium nos hemos topado con una historia que va a hundir al presidente de tu junta directiva. Va sobre la explotación laboral infantil y sobre presos políticos en Vietnam. Creo que hemos ido a parar a un conflicto de intereses.

Erika dejó el tenedor y se quedó mirando fijamente a Mikael. Se dio cuenta enseguida de que no estaba bromeando.

– Como lo oyes -dijo-. Borgsjö es el presidente de la junta directiva y el mayor accionista de una empresa que se llama SveaBygg y que tiene una filial, llamada Vitavara AB, de la cual es la única propietaria. Fabrican inodoros en una empresa en Vietnam que ha sido denunciada por la ONU por utilizar mano de obra infantil.

– ¿Me lo puedes repetir, por favor?

Mikael le contó con todo detalle la historia que Henry Cortez había descubierto. Abrió su cartera y sacó una copia de la documentación. Erika leyó lentamente el artículo de Cortez. Al final levantó la mirada, que se cruzó con la de Mikael. Sintió una mezcla de pánico irracional y desconfianza.

– ¿Cómo coño es posible que lo primero que hace Millennium cuando yo lo dejo sea investigar con lupa a la junta directiva del SMP?

– No es eso, Ricky.

Explicó cómo se había ido componiendo el reportaje.

– ¿Y cuánto tiempo hace que lo sabes?

– Desde esta misma tarde. Siento un profundo malestar ante todo esto.

– ¿Y qué vais a hacer?

– No lo sé. Tenemos que publicarlo. No podemos hacer una excepción sólo porque se trate de tu jefe. Pero no queremos hacerte daño. -Abrió los brazos en un gesto de desesperación-. Lo estamos pasando bastante mal. Sobre todo Henry.

– Estoy todavía en la junta directiva de Millennium. Soy copropietaria… Lo van a ver como…

– Sé cómo lo van a ver. Te cubrirán de mierda.

Un profundo cansancio se apoderó de Erika. Apretó los dientes y reprimió el impulso de pedirle a Mikael que silenciara el reportaje.

– ¡Dios! ¡Mierda! -dijo-. ¿Y estáis seguros de que la historia se sostiene…?

Mikael asintió.

– Me he pasado toda la tarde repasando la documentación de Henry. Ya sólo queda entrar a matar.

– ¿Y qué vais a hacer?

– ¿Qué habrías hecho tú si hubiésemos encontrado esta historia dos meses antes?

Erika Berger observó atentamente al que, desde hacía más de veinte años, era su amigo y amante. Luego bajó la mirada.

– Lo sabes muy bien.

– Todo esto es una maldita y desafortunada casualidad. Nada de esto va dirigido contra ti. Lo siento mucho, de verdad. Por eso he insistido tanto en verte cuanto antes. Tenemos que buscar una solución.

– ¿Tenemos? ¿Quiénes? ¿Tú y yo?

– Eso es… Este reportaje iba a publicarse en el número de junio. Lo he aplazado. Se publicará como muy pronto en agosto, pero lo podemos aplazar algo más si es necesario.

– Entiendo.

Su voz adquirió un tono amargo.

– Propongo que esta noche no tomemos ninguna decisión. Coge esta documentación, llévatela a casa y reflexiona sobre todo esto con tranquilidad. No hagas nada hasta que no hayamos decidido una estrategia común. Hay tiempo.

– ¿Estrategia común?

– O dimites de la junta de Millennium antes de que lo publiquemos o te vas del SMP. Pero no puedes estar en misa y repicando.

Ella asintió.

– Todo el mundo me asocia tanto a Millennium que, por mucho que dimita, nadie se va a creer que no tenga nada que ver con esto.

– Hay otra alternativa. Puedes llevarte el reportaje al SMP, te enfrentas a Borgsjö y exiges su dimisión. Estoy convencido de que Henry Cortez no tendrá nada en contra. Pero ni si te ocurra mover un dedo antes de que nos pongamos todos de acuerdo.

– Así que pretendes que lo primero que haga nada más entrar en el periódico sea conseguir que el hombre que me contrató dimita.

– Lo siento.

– No es mala persona.

Mikael movió la cabeza en un gesto afirmativo.

– Te creo. Pero es avaro.

Erika asintió. Se levantó.

– Me voy a casa.

– Ricky, yo…

Ella le interrumpió.

– Es que estoy hecha polvo. Gracias por ponerme sobre aviso. Necesito tiempo para pensar en las consecuencias de todo esto.

Se fue sin darle un beso y lo dejó con la cuenta.

Erika Berger tenía el coche aparcado a doscientos metros de Samirs gryta y ya había recorrido la mitad del camino cuando sintió que le palpitaba tanto el corazón que tuvo que parar y apoyarse contra la pared de un portal. Estaba mareada.

Se quedó un buen rato respirando el aire fresco de mayo. De repente, se dio cuenta de que, desde el uno de mayo, llevaba trabajando una media de quince horas diarias. Casi tres semanas. ¿Cómo estaría dentro de tres años? ¿Qué sentiría Morander cuando cayó muerto al suelo en medio de la redacción?

Al cabo de diez minutos volvió a Samirs gryta y se cruzó con Mikael justo cuando éste salía por la puerta. Él se detuvo asombrado.

– Erika…

– No digas nada, Mikael. Llevamos tanto tiempo de amistad que no hay nada que pueda destruirla. Tú eres mi mejor amigo y esto es como cuando tú te fuiste a Hedestad hace dos años, aunque al revés. Me siento muy infeliz y bajo mucha presión.

Él asintió y la abrazó. Ella notó que de golpe los ojos se le llenaban de lágrimas.