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Ella se quedó completamente quieta en la cama. Anders Jonasson parecía distraído y se inclinó hacia delante para colocarle bien la almohada. Habló como si pensara en voz alta.

– No tienes ni dolor de cabeza ni la más mínima fiebre, así que lo más probable es que la doctora Endrin te dé el alta.

De pronto se levantó.

– Gracias por hablar conmigo. Volveré a visitarte antes de que te vayas.

Ya había llegado a la puerta cuando ella abrió la boca y lo llamó:

– Doctor Jonasson.

Se volvió hacia ella.

– Gracias.

Él asintió antes de salir y cerrar la puerta con llave.

Lisbeth Salander permaneció un buen rato con los ojos puestos en la puerta cerrada. Al final se echó hacia atrás y fijó la mirada en el techo.

Fue entonces cuando descubrió que tenía algo duro bajo la almohada. La levantó y descubrió, para su gran asombro, una pequeña bolsa de tela que, sin lugar a dudas, no estaba antes allí. La abrió y se quedó atónita al descubrir un ordenador de mano Palm Tungsten T3 y un cargador. Luego lo estudió más detenidamente y apreció una pequeña raya en el borde superior. El corazón le dio un vuelco. Es mi Palm. Pero cómo… Perpleja, desplazó de nuevo la mirada hasta la puerta. Anders Jonasson era una caja de sorpresas. De repente, sintió una gran excitación. Encendió el ordenador de inmediato y descubrió que estaba protegido por una contraseña.

Frustrada, clavó la mirada en la pantalla, que centelleaba exigente y con impaciencia. Y cómo diablos se supone que voy a… Luego miró en la bolsa de tela y descubrió un papelito doblado en el fondo. Lo sacó sacudiendo la bolsa, lo abrió y leyó una línea escrita en una letra pulcra.

Tú eres la hacker. ¡Averígualo! Kalle B.

Lisbeth se rió por primera vez en varias semanas: Blomkvist le estaba pagando con la misma moneda. Reflexionó unos segundos. Luego cogió el boli digital y escribió la combinación 9277, que se correspondía en el teclado con las letras de WASP. Ese era el código que a Kalle Blomkvist de los Cojones no le quedó más remedio que deducir cuando entró en su piso de Fiskargatan, en Mosebacke, e hizo saltar la alarma antirrobo.

No funcionó.

Lo intentó con 52553, que equivalía a las letras de KALLE.

Tampoco funcionó. Como ese Kalle Blomkvist de los Cojones quería, sin duda, que ella usara el ordenador, lo más probable es que hubiera elegido alguna contraseña sencilla. Había firmado como Kalle, nombre que él odiaba. Ella reflexionó un instante e hizo sus cabalas: tenía que ser algo para pincharla. Luego marcó 63663, que componían la palabra PIPPI.

El ordenador se puso en marcha sin el menor problema.

Le salió un smiley en la pantalla con un bocadillo:

¿Has visto? ¿A que no era tan difícil? Te sugiero que hagas clic en «documentos guardados».

Enseguida encontró el documento «Hola Sally» al principio de la lista. Ella lo abrió y lo leyó:

En primer lugar: esto es algo entre tú y yo. Tu abogada, o sea, mi hermana Annika, no sabe que tienes acceso a este ordenador. Y así debe seguir siendo.

Ignoro hasta qué punto estás enterada de lo que está sucediendo fuera de tu habitación, pero, por raro que pueda resultar, hay (a pesar de tu carácter) unas cuantas personas tontas de remate y llenas de lealtad que están trabajando para ti. Cuando todo esto haya pasado voy a fundar una asociación, sin ánimo de lucro, a la que bautizaré como «Los Caballeros de la Mesa Chalada». Su único objetivo será organizar una cena anual durante la cual nos dedicaremos a hablar mal de ti. (No, no estás invitada.)

Bueno, al grano. Annika anda en plena preparación del juicio. Un problema en cuanto a ese tema es, por supuesto, que ella trabaja para ti e insiste en esas malditas chorradas de la integridad. Así que ni siquiera a mí me cuenta nada de lo que habláis, lo cual me supone un cierto handicap. Por suerte, acepta recibir información.

Tú y yo tenemos que coordinarnos.

No uses mi correo electrónico.

Puede que me haya vuelto paranoico, pero sospecho -y tengo mis buenas razones- que no soy la única persona que lo está leyendo. Si me quieres mandar algo, entra en el foro de Yahoo [La_ Mesa_Chalada]. Usuario: Pippi, y contraseña: p9i2p7p7i. Mikael.

Lisbeth leyó dos veces la carta de Mikael y miró desconcertada el ordenador de mano. Tras un período de total celibato informático, acusaba una inmensa abstinencia cibernética. Se preguntó con qué dedo del pie habría estado pensando Kalle Blomkvist de los Cojones para meterle a escondidas un ordenador y no tener en cuenta que necesitaba su móvil para poder conectarse a la red.

Se quedó pensando hasta que, de pronto, percibió unos pasos en el pasillo. Apagó enseguida el ordenador y lo guardó debajo de la almohada. Cuando oyó la llave introducirse en la cerradura de la puerta se dio cuenta de que la bolsa de tela y el cargador continuaban sobre la mesilla. Alargó la mano y, de un tirón, metió la bolsa y el cargador debajo del edredón y se subió el lío de cables hasta la entrepierna. Permaneció sin moverse mirando al techo cuando la enfermera de noche entró, la saludó amablemente y le preguntó cómo se encontraba y si necesitaba algo.

Lisbeth le contestó que estaba bien y que quería un paquete de cigarrillos. Su petición fue rechazada de modo amable pero firme. Le dio un paquete de chicles de nicotina. Cuando la enfermera salió por la puerta, Lisbeth divisó al vigilante jurado de Securitas apostado en una silla en el pasillo. Lisbeth esperó a que los pasos se hubieran alejado para volver a sacar el ordenador.

Lo encendió e intentó conectarse a la red.

Casi sufre un shock cuando, de repente, el ordenador de mano indicó que había encontrado una conexión y se conectó automáticamente. ¡Conectada a la red! ¡Imposible!

Saltó de la cama con tanta rapidez que un dolor le recorrió la cadera lesionada. Asombrada, escudriñó la habitación. ¿Cómo? Muy despacio, dio una vuelta examinando cada ángulo y cada rincón… No, allí no había ningún móvil. Aun así, estaba conectada a la red. Luego se dibujó una torcida sonrisa en su cara. Era una conexión inalámbrica realizada a través de un móvil por medio de un Bluetooth que tenía un alcance de diez a doce metros. Dirigió la mirada hacia la rejilla situada cerca del techo. Kalle Blomkvist de los Cojones le había puesto un teléfono allí mismo. Era la única explicación.

Pero ¿por qué no le pasó también a escondidas el teléfono…? Ah, claro. La batería.

El Palm sólo hacía falta cargarlo más o menos cada tres días. Un móvil enchufado y por el que iba a navegar mucho por la red quemaría la batería rápidamente. Blomkvist, o más bien alguien al que habría contratado y que estaba allí fuera, debía de estar cambiándola con cierta frecuencia.

En cambio, naturalmente, le había pasado el cargador del Palm. Resultaba imprescindible. Pero era más fácil esconder un objeto que dos. Puede que, a pesar de todo, no sea tan tonto.

Lisbeth empezó por buscar un sitio donde guardar el ordenador. Tenía que encontrar un escondite. Había enchufes al lado de la puerta y en el panel de la pared de detrás de la cama; de ahí salía la corriente de la lámpara de la mesilla y del reloj digital. Y entonces descubrió el hueco dejado por una radio que alguien había sacado de allí. Sonrió. Cabían perfectamente tanto el cargador como el ordenador. Podría utilizar el enchufe de la mesilla de noche para cargar el ordenador durante el día.

Lisbeth Salander se sentía feliz. El corazón le palpitó con intensidad cuando, por primera vez en dos meses, encendió su ordenador de mano y se metió en Internet.

Navegar en un Palm con una pantalla pequeñísima y un boli digital no era lo mismo que navegar en un Power Book con una pantalla de diecisiete pulgadas. Pero estoy conectada. Desde su cama de Sahlgrenska podía llegar a todo el mundo.