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Sonja Modig sacó a Lisbeth Salander de jefatura. Bajó con ella y Annika Giannini hasta el garaje y luego las llevó al bufete que la abogada tenía en Kungsholms Kyrkoplan. Allí se subieron al coche de Annika Giannini. Antes de arrancar, Annika esperó a que Sonja Modig hubiera desaparecido. Acto seguido enfiló rumbo a Södermalm.

Cuando estaban a la altura del edificio del Riksdag, Annika rompió el silencio.

– ¿Adónde? -preguntó.

Lisbeth reflexionó unos segundos.

– Déjame en Lundagatan.

– Miriam Wu no está.

Lisbeth miró de reojo a Annika Giannini.

– Se fue a Francia poco después de que le dieran el alta en el hospital. Vive con sus padres, si quieres contactar con ella.

– ¿Por qué no me lo has contado?

– No me lo preguntaste.

– Mmm.

– Necesitaba distanciarse de todo. Esta mañana Mikael me ha dado esto y me ha dicho que probablemente quisieras recuperarlo.

Annika le dio un juego de llaves. Lisbeth lo cogió sin pronunciar palabra.

– Gracias. ¿Me puedes dejar entonces en algún sitio de Folkungagatan?

– ¿Ni siquiera a mí me quieres contar dónde vives?

– Otro día. Ahora quiero estar sola.

– Vale.

Annika había encendido su móvil después del interrogatorio, justamente cuando abandonaron el edificio de jefatura de policía. Empezó a pitar cuando pasó Slussen. Miró la pantalla.

– Es Mikael. Ha llamado cada diez minutos más o menos durante las últimas horas.

– No quiero hablar con él.

– De acuerdo. Pero ¿te puedo hacer una pregunta personal?

– Sí.

– ¿Qué es lo que Mikael te ha hecho en realidad para que lo odies tanto? Quiero decir que si no fuera por él, lo más probable es que hoy te hubieran encerrado en el psiquiátrico.

– No odio a Mikael. No me ha hecho nada. Es sólo que ahora mismo no lo quiero ver.

Annika Giannini miró de reojo a su clienta.

– No pienso entrometerme en tus relaciones personales, pero te enamoraste de él, ¿verdad?

Lisbeth miró por la ventanilla lateral sin contestar.

– Por lo que respecta a las relaciones sentimentales, mi hermano es un completo irresponsable. Se pasa la vida follando y no es capaz de ver cuánto daño les puede hacer a las mujeres que lo consideran algo más que un ligue ocasional.

La mirada de Lisbeth se topó con la de Annika.

– No quiero hablar de Mikael contigo.

– Vale -dijo Annika.

Paró el coche junto al bordillo de la acera poco antes de Erstagatan.

– ¿Está bien aquí?

– Sí.

Permanecieron un instante en silencio. Luego Annika apagó el motor.

– ¿Qué pasa ahora? -preguntó Lisbeth.

– Pues lo que pasa es que a partir de ahora ya no estás sometida a tutela administrativa. Puedes hacer lo que te dé la gana. Aunque hoy hemos avanzado mucho en el tribunal, la verdad es que todavía queda bastante papeleo. En la comisión de tutelaje se abrirá una investigación para exigir responsabilidades, y también se hablará de una compensación y cosas por el estilo. Y la investigación criminal seguirá.

– No quiero ninguna compensación. Quiero que me dejen en paz.

– Lo entiendo. Pero mucho me temo que da igual lo que tú pienses. Este proceso va más allá de tus intereses personales. Te aconsejo que te busques un abogado que te pueda representar.

– ¿No quieres seguir siendo mi abogada?

Annika se frotó los ojos. Después de las emociones de ese día se sentía completamente vacía. Quería irse a casa, ducharse y dejar que su marido le masajeara la espalda.

– No lo sé. No confías en mí. Y yo no confío en ti. La verdad es que no tengo ganas de involucrarme en un largo proceso donde sólo me encuentro con frustrantes silencios cuando propongo algo o quiero hablar de alguna cosa.

Lisbeth permaneció callada un largo rato.

– Yo… Las relaciones no se me dan muy bien. Pero la verdad es que confío en ti.

Sonó casi como una excusa.

– Es posible. Pero no es mi problema que se te den fatal las relaciones. Aunque sí lo sería si te vuelvo a representar.

Silencio.

– ¿Quieres que siga siendo tu abogada?

Lisbeth asintió. Annika suspiró.

– Vivo en Fiskargatan 9, al lado de la plaza de Mosebacke. ¿Me puedes llevar hasta allí?

Annika miró a su clienta por el rabillo del ojo. Al final arrancó el motor. Dejó que Lisbeth la guiara hasta la dirección correcta. Paró el coche un poco antes de donde se encontraba el edificio.

– De acuerdo -dijo Annika-. Intentémoslo. Te representaré, pero éstas son mis condiciones: cuando necesite hablar contigo quiero que me cojas el teléfono; cuando necesite saber cómo quieres que actúe, exijo respuestas claras; si te llamo y te digo que tienes que ver a un policía o a un fiscal, o que hagas alguna otra cosa relacionada con la investigación, será porque he considerado que resulta imprescindible. Exijo que te presentes en el lugar y a la hora acordados y que no me vengas con excusas. ¿Podrás vivir con eso?

– Vale.

– Y si empiezas a complicarme la vida, dejaré de ser tu abogada. ¿Lo has entendido?

Lisbeth asintió.

– Otra cosa: no quiero verme envuelta en ningún drama entre tú y mi hermano. Si tienes problemas con él, los tendrás que arreglar tú sólita. Pero la verdad es que él no es tu enemigo.

– Ya lo sé. Lo arreglaré. Pero necesito tiempo.

– ¿Qué piensas hacer ahora?

– No lo sé. Puedes contactar conmigo por correo electrónico. Prometo contestar en cuanto pueda, aunque quizá no lo mire todos los días…

– Tener una abogada no te convierte en ninguna esclava. De momento, nos contentaremos con eso. Anda, sal del cohe: estoy hecha polvo y quiero irme a casa a dormir.

Lisbeth abrió la puerta y salió. Se detuvo cuando estaba a punto de cerrar. Dio la impresión de que deseaba decir algo y no encontraba las palabras. Por un momento, Lisbeth se le antojó a Annika casi casi vulnerable.

– Está bien -dijo Annika-. Vete a casa a descansar. ¡Y no te metas en líos!

Lisbeth Salander se quedó en la acera siguiendo con la mirada el coche de Annika Giannini hasta que las luces traseras desaparecieron al doblar la esquina.

– Gracias -acabó diciendo.

Capítulo 29 Sábado, 16 de julio – Viernes, 7 de octubre

Encontró su Palm Tungsten T3 sobre la cómoda de la entrada. Allí estaban las llaves del coche y la bandolera que perdió cuando Magge Lundin la atacó frente a su mismo portal. Allí había también algunas cartas abiertas y otras sin abrir que alguien había traído del apartado postal de Hornsgatan. Mikael Blomkvist.

Dio una detenida vuelta por la parte amueblada de su piso. Por todas partes encontró rastros de él. Había dormido en su cama y trabajado en su mesa. Había usado su impresora. En la papelera, Lisbeth vio los borradores del texto sobre la Sección y unos cuantos apuntes y hojas emborronadas.

Ha comprado un litro de leche, pan, queso, un tubo de paté de huevas de pescado y diez paquetes de Billys Pan Pizza y lo ha metido todo en la nevera.

En la mesa de la cocina encontró un pequeño sobre blanco que llevaba su nombre. Era una nota de él. El mensaje era breve: su número de teléfono móvil. Nada más.

De repente, Lisbeth Salander comprendió que la pelota estaba en su tejado; él no pensaba contactar con ella: había terminado el reportaje, le había devuelto las llaves y no tenía intención de llamarla. Que lo hiciera ella, si quería algo. Joder, qué tío más cabezota.

Preparó una buena cafetera de café y cuatro sándwiches, se sentó en el vano de la ventana y se puso a mirar hacia Djurgården. Encendió un cigarrillo y se quedó pensativa.

A pesar de que ya había pasado todo, le dio la sensación de que su vida se encontraba -ahora más que nunca- en un callejón sin salida.

Miriam Wu se había ido a Francia. Fue culpa mía, por poco te matan. Había temido el momento en el que tendría que reencontrarse con Miriam Wu, y había decidido que ésa sería su primera parada en cuanto fuera puesta en libertad. Y coge y se larga a Francia.