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– Supongo que ahora debería levantar la sesión y hacer una pausa.

– Con todos mis respetos, creo que sería una decisión desafortunada.

– Le escucho.

Obviamente, a Palmgren le costaba encontrar las palabras. Pero hablaba despacio, de modo que no se le trababan.

– Lisbeth Salander es inocente. Su «fantasiosa autobiografía», palabras con las que el señor Ekström ha rechazado con tanto desprecio lo que nuestra clienta ha contado, es, de hecho, la única verdad. Y se puede documentar. Lisbeth ha sido objeto de un escandaloso abuso judicial. Como tribunal, lo que podemos hacer ahora es atenernos a las formalidades y continuar con el juicio hasta que resulte absuelta, o bien… la alternativa es obvia, dejar que una nueva investigación se encargue de todo lo relacionado con Lisbeth Salander. Esa investigación ya está en marcha, pues forma parte de todo este lío que la Fiscalía General tiene ahora ante sí.

– Entiendo lo que quiere decir.

– Como juez que es, usted decide. Lo más sensato en este caso sería no aprobar el sumario del fiscal e instarle a que se fuera a casa e hiciera sus deberes.

El juez Iversen contempló pensativo a Ekström.

– Lo justo es poner en libertad a nuestra clienta a efectos inmediatos. Además, se merece una disculpa, aunque supongo que el desagravio llevará su tiempo y dependerá del resto de la investigación.

– Entiendo su punto de vista, letrado Palmgren. Pero antes de que pueda absolver a su clienta tengo que tener clara toda la historia. Y me temo que eso me llevará un tiempo…

Dudó y contempló a Annika Giannini.

– Si decido suspender el juicio hasta el lunes y les complazco en parte decidiendo que no hay razones para que su clienta permanezca en prisión preventiva, lo que significa que, por lo menos, no se la va a sentenciar a ninguna pena de cárcel, ¿puede usted garantizarme que ella se presentará para continuar el proceso cuando se la llame?

– Por supuesto -respondió Holger Palmgren rápidamente.

– No -dijo Lisbeth Salander con un severo tono de voz.

Todas las miradas se dirigieron hacia la persona protagonista de todo aquel drama.

– ¿Cómo? -preguntó el juez Iversen.

– En cuanto me sueltes, me iré de viaje. No pienso dedicar ni un solo minuto más a este juicio.

El juez Iversen miró asombrado a Lisbeth Salander.

– ¿Se niega usted a presentarse?

– Correcto. Si quieres que conteste a más preguntas, tendrás que mantenerme en prisión preventiva. Desde el mismo instante en que me liberes todo esto será historia para mí. Y eso no incluye estar un indefinido tiempo a tu disposición, ni a la de Ekström, ni a la de un policía.

El juez Iversen suspiró. Holger Palmgren parecía aturdido.

– Estoy de acuerdo con mi clienta -dijo Annika Giannini-. Es el Estado y las autoridades quienes han abusado de Lisbeth Salander, no al revés. Se merece salir por esa puerta con una absolución en la maleta y dejar atrás toda esta historia.

Sin contemplaciones.

El juez Iversen miró su reloj.

– Son poco más de las tres. No me deja más alternativa que la de mantener a su clienta en prisión preventiva.

– Si ésa es su decisión la aceptaremos. Como representante de Lisbeth Salander, exijo que sea absuelta de los delitos de los que la acusa el fiscal Ekström. Exijo que ponga en libertad a mi clienta sin ningún tipo de restricción y a efectos inmediatos. Y exijo que la anterior declaración de incapacidad se anule y que ella recupere de inmediato sus derechos civiles.

– La cuestión de su declaración de incapacidad es un proceso considerablemente más largo. No puedo decidirlo así como así. Necesito primero que los expertos psiquiátricos la examinen y elaboren un informe.

– No -dijo Annika Giannini-. No lo aceptamos.

– ¿Cómo?

– Lisbeth Salander debe tener los mismos derechos civiles que todos los demás suecos. Ha sido víctima de un delito. La declararon incapacitada basándose en documentos falsos; ya lo hemos demostrado. Por lo tanto, la decisión de someterla a tutelaje y administración carece de base legal y debe ser anulada sin condiciones. No hay ninguna razón para que mi clienta se someta a un examen psiquiátrico forense. No hay nada que obligue a nadie a demostrar que no está loco cuando es víctima de un delito.

Iversen meditó el asunto un breve instante.

– Señora Giannini -dijo Iversen-. Me doy cuenta de que esta situación es excepcional. Ahora voy a conceder una pausa de quince minutos para que podamos estirar las piernas y serenarnos un poco. No tengo ningún deseo de mantener esta noche a su clienta en prisión preventiva si es inocente, pero entonces esta sesión de hoy deberá continuar hasta que hayamos terminado.

– Muy bien -dijo Annika Giannini.

En el descanso, Mikael Blomkvist le dio un beso en la mejilla a su hermana.

– ¿Qué tal ha ido?

– Mikael, estuve brillante contra Teleborian. Lo fulminé por completo.

– Ya te dije yo que ibas a ser invencible en este juicio. Al fin y al cabo, esta historia no va de espías y sectas estatales, sino de la violencia que se comete habitualmente contra las mujeres y de los hombres que lo hacen posible. En lo poco que pude verte estuviste fantástica. Lisbeth va a ser absuelta.

– Sí. No hay duda.

Tras el descanso, el juez Iversen golpeó la mesa con la maza.

– ¿Sería usted tan amable de contarme esta historia de principio a fin para que me quede claro qué es lo que realmente ocurrió?

– Con mucho gusto -dijo Annika Giannini-. Empecemos con el asombroso relato de un grupo de policías de seguridad que se hace llamar la Sección y que se ocupó de un desertor soviético a mediados de los años setenta. La historia al completo ha aparecido publicada hoy en la revista Millennium. Algo me dice que esta noche será la principal noticia de todos los informativos.

A eso de las seis de la tarde, el juez Iversen decidió poner a Lisbeth Salander en libertad y anular su declaración de incapacidad.

No obstante, la decisión se tomó con una condición: el juez Jörgen Iversen exigía que Lisbeth Salander se sometiera a un interrogatorio formal en el que diera cuenta de lo que sabía del asunto Zalachenko. Al principio, Lisbeth se negó en redondo. Esa negación indujo a un momento de discusión hasta que el juez Iversen alzó la voz. Se inclinó hacia delante y le clavó una severa mirada.

– Señorita Salander, que yo anule su declaración de incapacidad significa que, a partir de ahora, tiene usted exactamente los mismos derechos que los demás ciudadanos. Pero también significa que tiene las mismas obligaciones. Es decir, que es su maldito deber responsabilizarse de su economía, pagar impuestos, acatar la ley y colaborar con la policía en casos de delitos graves. En otras palabras: la convocaré a prestar declaración como cualquier otra ciudadana que disponga de información útil para una investigación.

La lógica de la argumentación hizo efecto en Lisbeth Salander. Se mordió el labio inferior y pareció disgustarse, pero dejó de discutir.

– Cuando la policía tenga su testimonio, el instructor del sumario, en este caso, la Fiscalía General, considerará si debe llamarla como testigo en un posible y futuro juicio. Como todos los demás ciudadanos suecos, usted podrá negarse a acudir; cómo decida usted actuar no es asunto mío, pero ha de saber que no tiene carta blanca. Si se niega a personarse, podrá, al igual que cualquier persona mayor de edad, ser condenada por desobediencia a la ley o perjurio. No hay excepciones.

Lisbeth Salander se enfurruñó todavía más.

– Usted dirá -concluyó Iversen.

Tras un minuto de reflexión asintió secamente.

De acuerdo, una pequeña concesión.

Durante el repaso del asunto Zalachenko de esa tarde, Annika Giannini atacó duramente al fiscal Ekström. Al cabo de cierto tiempo, el fiscal Ekström admitió que había ocurrido más o menos como Annika Giannini lo relató: recibió la ayuda del comisario Georg Nyström en la instrucción del sumario y aceptó información de Peter Teleborian. En el caso de Ekström no existía ninguna conspiración; como instructor del sumario se había dejado manipular, de buena fe, por la Sección. Cuando realmente comprendió la envergadura del asunto, decidió sobreseer los cargos contra Lisbeth Salander. La decisión significó que se podría prescindir de bastantes formalidades burocráticas. Iversen pareció aliviado.