El segundo motivo fue el reportaje que revelaba las actividades de Borgsjö. Erika explicó que éste le había ordenado que silenciara la historia y que eso no formaba parte de su trabajo. De modo que, al no tener elección, se veía obligada a abandonar la redacción. Terminó diciendo que los problemas del SMP no había que buscarlos en el personal sino en la dirección.
Leyó su escrito sólo una vez, corrigió un error de ortografía y se lo envió a todos los colaboradores del grupo. Hizo dos copias y le mandó una al Pressens tidning y otra al órgano sindical Journalisten. Luego metió su laptop en la bolsa y fue a ver a Anders Holm.
– Hasta luego -dijo.
– Hasta luego, Berger. Ha sido un horror trabajar contigo.
Se sonrieron.
– Una última cosa -dijo.
– ¿Qué?
– Johannes Frisk ha estado trabajando en un reportaje por encargo mío.
– Nadie sabe en qué diablos anda metido.
– Apóyalo. Ya ha llegado bastante lejos y yo voy a estar en contacto con él. Déjaselo terminar. Te prometo que saldrás ganando.
Pareció pensativo. Luego asintió.
No se dieron la mano. Ella dejó el pase de la redacción sobre la mesa de Holm y bajó al garaje a por su BMW. Poco después de las cuatro estaba aparcando cerca de la redacción de Millennium.
CUARTA PARTE: Rebooting System
A pesar de la rica flora de leyendas que circula sobre las amazonas de la Grecia antigua, de América del sur, de África y de otros lugares, tan sólo existe un único ejemplo histórico de mujeres guerreras que esté documentado. Se trata del ejército del pueblo fon, en Dahomey, al oeste de África, la actual Benin.
Estas mujeres guerreras nunca han sido mencionadas en la historia militar oficial. Tampoco se ha rodado ninguna película romántica sobre ellas, y si hoy en día aparecen en algún lugar lo hacen, como mucho, en forma de históricas y borradas notas a pie de página. El único trabajo científico que se ha hecho sobre estas mujeres es Amazons of Black Sparta, del historiador Stanley B. Alpern (Hurst & Co.Ltd, Londres, 1998). Aun así, se trataba de un ejército que se podía medir con cualquiera de los ejércitos de soldados de élite que las fuerzas invasoras tuvieran.
No ha quedado del todo claro cuándo se creó el ejército femenino del pueblo fon, pero ciertas fuentes lo fechan en el siglo XVII. En un principio era una guardia real, pero evolucionó hasta convertirse en un colectivo militar compuesto por seis mil soldados mujeres que tenían un estatus semidivino. Su objetivo no era decorativo. Durante más de doscientos años constituyeron la punta de lanza que los fon utilizaron contra los colonizadores europeos que los invadieron. Eran temidas por los militares franceses, que fueron derrotados en varias batallas campales. El ejército femenino no pudo ser vencido hasta 1892, cuando Francia envió por mar tropas modernas compuestas por artilleros, legionarios, un regimiento de la infantería de marina y la caballería.
Se desconoce cuántas de esas guerreras cayeron en el campo de batalla. Durante varios años las supervivientes continuaron haciendo su particular guerrilla y algunas veteranas de ese ejército fueron entrevistadas y fotografiadas en una década tan reciente como la de los años cuarenta.
Capítulo 23 Viernes, 1 de julio – Domingo, 10 de julio
Dos semanas antes del juicio contra Lisbeth Salander, Christer Malm terminó la maquetación del libro de trescientas sesenta y cuatro páginas que llevaba el austero título de La Sección. El fondo de la portada era a base de tonos azules. Las letras en amarillo. En la parte baja, Christer Malm había colocado los retratos -en blanco y negro y del tamaño de un sello- de siete primeros ministros suecos. Sobre ellos flotaba la imagen de Zalachenko. Christer había usado la foto de pasaporte de éste como ilustración y le había aumentado el contraste, de modo que las partes más oscuras se veían como una especie de sombra que cubría toda la portada. No se trataba de ningún sofisticado diseño, pero resultaba eficaz. Como autores, figuraban Mikael Blomkvist, Henry Cortez y Malin Eriksson.
Eran las cinco y media de la mañana y Christer Malm llevaba toda la noche trabajando. Estaba algo mareado y sentía una imperiosa necesidad de irse a casa y dormir. Malin Eriksson lo acompañó en todo momento corrigiendo, una por una, las páginas que Christer iba aprobando e imprimiendo. Ella ya se encontraba durmiendo en el sofá de la redacción.
Christer Malm metió en una carpeta el documento, las fotos y los tipos de letra. Inició el programa Toast y grabó dos cedes. Uno lo puso en el armario de seguridad de la redacción. El otro lo recogió un somnoliento Mikael Blomkvist poco antes de las siete.
– Vete a casa a dormir -dijo.
– Eso es lo que voy a hacer -contestó Christer.
Dejaron que Malin Eriksson continuara durmiendo y conectaron la alarma de la puerta. Henry Cortez entraría a las ocho, en el siguiente turno. Se despidieron ante el portal levantando las manos y chocándolas en un high five.
Mikael Blomkvist se fue andando hasta Lundagatan, donde, una vez más, cogió prestado sin permiso el olvidado Honda de Lisbeth Salander. Le llevó personalmente el disco a Jan Köbin, el jefe de Hallvigs Reklamtryckeri, cuya sede se hallaba en un discreto edificio de ladrillo situado junto a la estación de trenes de Morgongåva, a las afueras de Sala. La entrega era una misión que no deseaba confiarle a Correos.
Condujo despacio y sin agobios y se quedó un rato mientras los de la imprenta comprobaban que el disco funcionaba. Confirmó con ellos una vez más que el libro estaría para el día en que empezaba el juicio. El problema no era la impresión sino la encuademación, que podía llevarles más tiempo. Pero Jan Köbin le dio su palabra de que al menos quinientos ejemplares de una primera edición de diez mil se entregarían en la fecha prometida. El libro saldría en formato bolsillo aunque un poco más grande del habitual.
Mikael también se aseguró de que todos entendieran que la confidencialidad debía ser total. Cosa que, a decir verdad, resultaba innecesaria: dos años antes y bajo circunstancias similares, Hallvigs imprimió el libro de Mikael sobre el financiero Hans-Erik Wennerström. De modo que ya sabían que los libros que venían de la pequeña editorial de Millennium prometían algo fuera de lo normal.
Luego Mikael regresó a Estocolmo conduciendo sin ninguna prisa. Aparcó delante de su vivienda de Bellmansgatan y subió un momento a su casa para coger una bolsa en la que metió una muda de ropa, la maquinilla de afeitar y el cepillo de dientes. Continuó hasta el embarcadero de Stavsnäs, en Värmdö, donde aparcó y cogió el ferri hasta Sandhamn.
Era la primera vez desde Navidad que pisaba la casita. Abrió los postigos de las ventanas, dejó entrar aire fresco y se tomó una botella de Ramlösa. Como le sucedía siempre que terminaba un trabajo y enviaba el texto a la imprenta -cuando ya nada se podía cambiar-, se sintió vacío.
Luego se pasó una hora barriendo, quitando el polvo, limpiando la ducha, poniendo en marcha la nevera, controlando que el agua funcionara y cambiando las sábanas del loft dormitorio. Fue al supermercado ICA y compró todo lo que iba a necesitar para el fin de semana. Luego encendió la cafetera y se sentó en el embarcadero de delante de la casa a fumarse un cigarrillo sin pensar en nada concreto.
Poco antes de las cinco bajó al embarcadero del barco de vapor para ir a buscar a Monica Figuerola.
– No creía que pudieras cogerte el día libre -le dijo antes de besarla en la mejilla.