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Era un despacho pequeño, con una pared cubierta de diplomas y un retrato a plumilla de Freud colocado en un rincón. En otra pared había unos estantes con varias hileras de libros. Un grabado de Picasso, Los músicos, una de las primeras incursiones del artista en el cubismo, estaba colgado sobre un diván de cuero.

Tomé asiento frente al escritorio del doctor, que me observó mientras paseaba la mirada en torno a mí.

– ¿Lo pone nervioso? -preguntó.

Reí y no respondí.

– La gente tiene ideas extrañísimas acerca de cómo debe ser la decoración de la consulta de un psiquiatra -aseguró-. Bueno, saben que debe tener un diván en alguna parte, pero en cuanto al resto… -Dejó la frase inconclusa-. Tenía el presentimiento que vendría usted. Supongo que desea averiguar algo acerca del individuo que lo llamó, ¿verdad?

– Correcto -contesté.

– Difícil -dijo-. Muy difícil.

Continuó comiendo. Era un hombre bajo y llevaba gafas de montura metálica y un traje azul marino con el que imaginé que debía de pasar mucho calor al aire libre.

Tenía el cabello gris, aún abundante, apartado de la frente de modo que daba a su rostro un aspecto infantil, abierto y discreto. Nos habíamos visto antes, habitualmente en los tribunales, donde él emitía su dictamen como perito para varios de los jueces.

– Le serviría de algo escuchar la cinta? -pregunte.

Sonrió.

– ¿Qué cree usted?

Extraje la cinta y una grabadora. El doctor se sacó una pluma del bolsillo y colocó frente a sí una hoja en blanco. Asintió y puse en marcha el aparato.

«He aprendido que la certeza es algo que poca gente tiene en el mundo», decía la voz del asesino.

En el despacho sonaba débil pero resuelta; en cambio, la mía sonaba vacilante.

Durante los minutos siguientes, lo único que oí fue la voz del asesino mezclada con el sonido de la pluma del doctor al desplazarse sobre el papel. No dejaba de tomar notas; sólo de cuando en cuando levantaba la vista y la posaba en mí. Una sola vez enarcó las cejas, sorprendido ante una declaración del asesino.

Me volví y contemplé un enorme buque petrolero que surcaba el azul transparente de la bahía; los colores del Picasso en la pared se parecían mucho a los del agua. El barco se dirigía al puerto de Miami, con la línea de flotación baja, pues no llevaba carga. Al fondo, la voz del asesino continuaba hablando, imprimiendo una fría pasión a sus palabras.

Cuando la cinta terminó, miré de nuevo al psiquiatra. Soltó el aire como si durante todo ese tiempo hubiese estado conteniendo el aliento. Eso me trajo a la memoria un extraño recuerdo de un viaje con mi padre y mi hermano en el coche familiar. En una ocasión mi padre me dijo que si uno lograba aguantar la respiración durante todo el tiempo que tardara en atravesar un túnel, se le concedería un deseo. Jamás especificó quién lo concedería (supuse que algún genio de los túneles o algo así), pero recuerdo que durante años yo contenía el aliento automáticamente cuando el coche quedaba envuelto en la oscuridad, esforzándome en silencio por aguantar lo máximo posible. En los alrededores de Nueva York eso resultaba particularmente difícil; los túneles Lincoln y Holland resultaron ser demasiado largos para mis pequeños pulmones. Siempre experimentaba una breve sensación de derrota cuando expulsaba de golpe el aire de mi cuerpo.

– Bien -dijo el psiquiatra, titubeante-, esto es un problema.

– ¿En qué sentido?

– Le diré algo extraoficialmente. -Cuando asentí con la cabeza, prosiguió-: Sé que la policía ya ha llamado a dos de mis colegas para que escucharan la grabación. Hablé con ellos anoche, pues sabía que usted vendría hoy. Verá, yo tengo la costumbre de estar en desacuerdo con mis colegas. -Soltó una carcajada y luego sonrió por unos instantes-. Pero no en esta ocasión.

– ¿Cuál es el veredicto? -pregunté-. O sea, ¿qué puede decirme acerca de este tipo? No quiero parecer demasiado simplista, pero mi instinto me dice que ese hombre habla en serio. Y que es peligroso.

– Bueno -volvió a comenzar el doctor-, está en lo cierto en ambos aspectos. -Echó una ojeada a sus notas-. Me temo que es demasiado pronto para colocarle una etiqueta que pueda usted ofrecer a sus lectores. En realidad, no hay suficiente material para formarse una idea precisa, aunque la cinta es notable.

»A menudo empleamos los términos psicótico, psicópata, sociópata. Los dos últimos significan más o menos lo mismo. Hablamos de perversiones sexuales, conducta aberrante, paranoia, esquizofrenia, todos los términos conocidos para usted y muchos otros profanos en la materia. Este asesino parece tener varios rasgos dominantes que se prestarían a varias interpretaciones psiquiátricas. Yo no he detectado síntomas evidentes de paranoia, pero eso no significa que él no padezca el trastorno. De hecho, la parte de su discurso en que habla de la víctima parece indicar que lo padece. Es obvio que está muy desequilibrado, al borde de la psicopatía… -El doctor vaciló de nuevo y clavó en mí una mirada intensa-. Pero dejémonos de palabrería y vayamos al grano, ¿de acuerdo?

Asentí otra vez.

– Por regla general, quienes ejercemos la psiquiatría no emitimos juicios sobre la posible peligrosidad de los diversos trastornos. Sin embargo, en mi opinión, este asesino es sumamente peligroso. También creo que volverá a matar. Más de una vez. -Ojeó sus notas. «La gente tiene que entender», leyó en voz alta-. Bueno, esto parece expresar su necesidad de aceptación; lo importante que es para él justificarse por lo que él mismo considera una conducta fuera de lo normal.

»Luego se extiende en una larga relación de su niñez atribulada en una granja de Ohio. El hecho de que hable con tanta frialdad de los malos tratos de que fue objeto resulta insólito; por lo general, la mente bloquea esos recuerdos. Él asegura que lo castigaban de forma irracional. Sospecho que el abuso que sufrió fue mayor y más arbitrario que el que describió. Después se produce una crisis; todos sus sentimientos respecto de la culpa, el castigo, el bien y el mal, todos se invierten: sus esquemas se rompen. Fíjese en que él recuerda que su padre lo obligaba a contar en voz alta los golpes; ahora vemos ese aspecto repetido en su numeración de la víctima. Ella es el Número Uno.

»También me llama la atención la imagen que él da de la madre. Ella parece una no-persona; se limita a observar todo el tiempo. Dudo de que realmente haya sido así, creo que es probable que ella también haya tenido un comportamiento aberrante, pero no es más que una especulación.

»Luego él habla de un largo período de inquietud, de noches en vela. Desde el punto de vista psiquiátrico, esa época corresponde al momento de su despertar sexual. Pero a estas alturas él está tan confundido… Me pregunto si realmente oía correr el agua del baño o si se trataba de algún otro sonido nocturno relacionado con sus padres. Claro que sólo estoy haciendo conjeturas.

»Después vienen esas declaraciones tan notables. Mire, lo he anotado: "Intentaba ahuyentar todas las pesadillas. Más tarde, en Vietnam, me dejaban solo en el puesto de escucha del perímetro…" ¿Lo ve? Pasa bruscamente del tema de su niñez al de la guerra. Vietnam. Así. pues, cabe la posibilidad de que acuse los efectos de un tipo de fatiga de combate. Durante la década de los cincuenta, después de la guerra de Corea, colaboré en algunos estudios. Descubrimos síntomas de psicosis que surgían bajo ciertos tipos de tensión y fatiga. Bien. En general, no duraban mucho tiempo y se disipaban cuando el sujeto se apartaba de la situación de tensión. Sin embargo, algunos de mis colegas que han trabajado con veteranos de Vietnam dan cuenta del mismo síndrome, sólo que en un grado más agudo: en esos casos, los síntomas no desaparecen con tanta rapidez. Hay muchas teorías que intentan explicar el fenómeno en función de la naturaleza de la guerra, la contrainsurgencia, el salvajismo, la falta de un enemigo definido, la ausencia de un frente y la absurdidad de todo, especialmente en combinación con las contradicciones de la guerra. Me refiero a que eran hombres que estaban en campaña y realizaban tareas rutinarias que a veces teman consecuencias terribles: temían pisar una mina terrestre, perder las piernas o los genitales; extraviarse en un entorno ajeno; encontrarse de pronto en medio de un fuego cruzado, incapaces de ver o de combatir al enemigo, rodeados de muerte. Entonces, momentos después, subían a la cima de alguna colina, descendía un helicóptero y todo el mundo bebía Coca-Cola fría o una cerveza, casi como si estuvieran en casa. Eso resulta increíblemente desorientador. En efecto, no sabían dónde estaban. Y en medio de todo aquello, nuestro hombre halla paz."… fue una época tranquila para mí…" Extraordinario.