Randall dio las gracias al chófer de Hennig y abrió la puerta trasera para salir, cuando alcanzó a distinguir la figura de un hombre que salía por la puerta giratoria más lejana; una figura vagamente conocida. El hombre, delgado, bien vestido, de aspecto nada germánico, hizo una pausa, aspiró el aire y sacó un cigarrillo de su cigarrera de oro. Randall guardó el equilibrio, medio cuerpo fuera del auto y medio cuerpo dentro, tratando de ubicar el rostro: la tez grisácea, los ojos de hurón, la barba a lo Van Dyke.
Luego, al llevarse el individuo el cigarrillo a los labios, se notaron sus grandes dientes salientes y al instante supo Randall quién era; inmediatamente se dejó caer hacia el asiento trasero para ocultarse.
Era Cedric Plummer, del London Daily Courier.
Helado, Randall esperó. Plummer exhaló una nube de humo y, sin mirar a derecha ni izquierda, se fue pavoneando hasta la esquina; esperó que la luz diera paso, cruzó la calle y en pocos segundos se perdió de vista.
Cedric Plummer en Maguncia, saliendo de la mismísima fortaleza que protegía el libro; del cuartel general del impresor y productor de la Palabra.
¿Qué diablos significaba aquello?
Randall no perdió más tiempo. Se apresuró a los talleres de Hennig, se identificó con las dos jóvenes recepcionistas, vestidas con largos uniformes azules, y una de ellas lo condujo al ascensor y por un ancho corredor de mármol, hasta el despacho privado del propietario.
En un elegante despacho que parecía totalmente importado de Escandinavia, Randall recibió un demoledor apretón de manos de Karl Hennig, el impresor de Resurrección Dos.
– Primero en alemán: Willkommen! Schön dass Sie da sind! -emitió Hennig estridentemente-. Ahora en inglés: Welcome! ¡Qué bien que ya esté aquí, en la ciudad de Johannes Gutenberg, el hombre que cambió la faz de la Tierra, así como Karl Hennig la cambiará otra vez!
La voz de Hennig era profunda y ronca, y hacía vibrar los tímpanos.
Su aspecto era el de un musculoso luchador. Su cabeza era desproporcionadamente grande, con un corte de pelo a la prusiana, estilo cepillo; tenía un rostro apoplético, casi cóncavo, que parecía haber sido remodelado después de recibir el impacto de un enorme puño, los ojos hundidos en las órbitas, la nariz aplastada, los dientes de mal color, los labios secos y agrietados y daba la impresión de no tener cuello. Decididamente, parecía un rechoncho luchador de sumo vestido con un magnífico traje de seda gris. Hennig dio la bienvenida a Randall, no solamente en calidad de colega en el proyecto, sino como norteamericano que era. El impresor sentía afecto por los norteamericanos, sobre todo por los buenos negociantes, y estaba orgulloso de hablar el americanés y no el inglés, y sin acento germánico; lo único que lamentaba era haber tenido muy pocas oportunidades de utilizar su americanés en los últimos tiempos.
– Setzen Sie sich, bitte, setzen Sie sich. Por favor, siéntese -dijo empujando a Randall hacia un cómodo sillón de piel situado entre su escritorio y una pared del despacho, totalmente cubierta por un gigantesco plano de Maguncia en relieve, que llevaba en el marco de plata esta inscripción: Anno Domini 1633 bei Meriar-. Wir werden etwas trinken -declaró con estridencia mientras caminaba con pesados pasos hasta un mueble de encina natural que albergaba una cantina para vinos y licores y un refrigerador en miniatura. Sirvió escocés sobre unos cubitos de hielo, dio un vaso a Randall y llevó otro a su escritorio, acomodándose en su enorme sillón de ejecutivo. Habló sin cesar, después de haber recordado a Randall que pusiera en marcha su grabadora-. Mi padre fundó esta empresa porque le molestaba la idiotez de los impresores alemanes. Un impresor producía papel con membrete para las tiendas, mientras que otro producía sobres que ni siquiera hacían juego. Así que mi padre se puso a producir el papel y los sobres, todo junto, y amasó una fortuna. Después de su muerte (cuando apenas había comenzado a producir libros), yo me hice cargo del negocio. A mí no me importaba el papel con membrete ni los sobres, y convertí todo el taller en imprenta de libros. Hoy tengo quinientas personas trabajando para mí. Bien, debo decir que a Karl Hennig no le ha ido mal, nada mal.
Randall se esforzó por demostrar que estaba impresionado.
– Afortunadamente -prosiguió Hennig-, y creo que por eso insistió el doctor Deichhardt en que yo hiciera el trabajo, estaba ya muy metido en la impresión de Biblias. La mayoría de las alemanas se imprimen en Stuttgart. Porquerías. Yo me olvidé de eso y me quedé en Maguncia, bajo la mirada de Johannes Gutenberg… Además, Maguncia es un lugar mejor; está cerca de Hamburgo y de Munich, así que resulta más barato y más rápido el envío de la producción a todas partes. Me quedé aquí y reuní un cuerpo de verdaderos impresores, los pocos que quedaban respetuosos de su oficio, con el olor de la tinta en la sangre y con antepasados que también habían sido impresores. Con esos colaboradores produje yo algunas de las más bellas Biblias de edición limitada de toda Europa, pero me vi obligado a abandonar la línea (era demasiado costosa; no dejaba utilidades). Afortunadamente, yo había conservado a algunos de los obreros veteranos, y cuando se presentó el Nuevo Testamento Internacional, tenía la base, el núcleo de un equipo que se hiciera cargo del trabajo.
– ¿Cuánto tiempo le llevará imprimir esta Biblia?
Hennig se chupó los labios:
– Déjeme ver. Bueno, digámoslo así: la Biblia es un libro endemoniadamente grande. Si uno produce todo el condenado libro junto (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento en un solo volumen), se estarían imprimiendo unas 775 mil palabras. Eso significaría la extensión y el tamaño de seis o siete libros normales, usando una tipografía común. Sin apremios, producir toda una Biblia tal vez nos llevaría un año para diseñar la tipografía y el formato; otros dos años para la composición de linotipia y la corrección de las pruebas; y un año, o un poco menos, para la impresión y la encuadernación. En total, cuatro años; pero eso con toda la maldita Biblia. Aquí sólo estamos produciendo el Nuevo Testamento, un volumen mucho más breve, que consume mucho menos tiempo; pero nosotros queremos hacerlo con mucho cuidado y gran artesanía. Más tarde nos encargaremos de la parte más larga, la nueva traducción del Antiguo Testamento Internacional, con menos premura… y además, por ahora sólo sacaremos una edición limitada.
– ¿Una edición limitada?
– Sí, naturalmente; yo estoy haciendo lo que llamamos la Edición Anticipada para el Púlpito, en cuatro lenguas, limitada a ejemplares para pastores y eclesiásticos de todo el mundo, para la Prensa, para líderes y formadores de opinión… sólo un pequeño porcentaje del público. Una vez que salga esta edición, cada uno de los editores tendrá un impresor en su propio país para producir las ediciones más baratas, comerciales, para el público en general, y yo me limitaré entonces a la edición popular en alemán. En este momento, yo diría que he dedicado cuando menos un año al diseño. La impresión y la encuadernación definitivas no nos habrán llevado más de seis meses.
– ¿Cuál diría usted que fue su mayor problema?
– El papel. Para un impresor de Biblias, siempre es el papel. Naturalmente, me estoy refiriendo a la edición popular. La Biblia es tan endemoniadamente extensa, incluso el Nuevo Testamento (que no lo es tanto), que no se puede utilizar papel ordinario. Es necesario encontrar un papel ligero, delgado, pero lo suficientemente grueso para que no se transparente por el otro lado. Tiene que ser un papel duradero. Algunas personas conservan la misma Biblia toda la vida. Por otra parte, es necesario que no resulte muy costoso. Pero, para la primera edición, estamos empleando papel India de la mejor calidad.
– ¿Cuándo tendrá usted ejemplares ya encuadernados?