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– Para obtener más ventas -dijo Randall.

– ¿Y por qué no? -dijo Wheeler moviendo incómodamente su gran obesidad-. Usted debe comprender que a pesar de que nosotros creemos en el Buen Libro, también estamos dentro del altamente competitivo negocio de promoverlo y venderlo. Sí, por supuesto que se publican nuevas versiones con el propósito de lograr nuevas ventas y sostenerse en el negocio.

– De acuerdo- dijo Randall-. Sin embargo, todavía no estoy completamente satisfecho con su respuesta a mi pregunta. Puede ser culpa mía. Tal vez no planteé claramente mi pregunta. Permítame ir al grano. ¿Por qué está usted invirtiendo una fortuna en la publicación de este Nuevo Testamento Internacional? ¿Cuál es la razón específica, que justifica este Nuevo Testamento tan costoso? ¿Acaso el motivo es meramente ofrecer una mejor traducción, o será el presentar información fresca, nueva, que apoye una concordancia integrada o una referencia central? ¿O quizá porque usted ha inventado una mejor tipografía o una encuadernación más estética? Porque si eso es todo lo que lo ha motivado a publicar una nueva Biblia, entonces, francamente, no veo nada que yo pueda vender. No entiendo mi papel en todo este asunto. Yo no veo nada excepcional acerca de este esfuerzo guardado en secreto durante tanto tiempo. ¿Por qué le habría de importar a alguien un demonio la publicación de otra versión del Nuevo Testamento, especialmente en estos tiempos de crecientes disturbios y de inquietud y cambios sociales? Usted dijo que la publicación de esta Biblia se podría vender como un hecho real y contundente, y no como un mero sensacionalismo. Lo siento, señor Wheeler, pero yo no he escuchado un solo elemento que la haga excepcional. Quiero ser honesto con usted, para que no tire su dinero. No hay nada que yo pueda hacer por usted o por su Nuevo Testamento, basado en lo que me ha dicho. Usted no me necesita a mí, y yo no necesito una cuenta como ésta. Así que debo decírselo… Me veo precisado a declinar su oferta.

Un silencio de abatimiento envolvió la sala. Randall no se molestó siquiera en observar la reacción de Naomí Dunn y los otros. Estaba seguro de que todos habían quedado horrorizados ante tal lèse majesté. Bueno, al diablo con ellos.

George L. Wheeler estaba desconcertado, rascándose incesantemente.

– Señor Randall, a mí se me dijo, Odgen Towery me lo aseguró, que usted aceptaría esta cuenta.

– Él no tenía derecho de decirle eso.

– Pero entendía que él… que Cosmos Enterprises… es el propietario de su empresa.

– Aún no -dijo Randall tajantemente-. De cualquier forma, ése no es el punto. Yo acepto cuentas de acuerdo con su propio mérito. Tal vez no siempre lo hice así. Quizás a veces acepté cualquier cosa que pagara bien. Pero ya no. Ahora pretendo aceptar únicamente aquellas cuentas que merezcan mi esfuerzo, mi tiempo, mi devoción; y yo no encuentro semejante fuerza motivadora en lo que usted me ha dicho.

Había empujado su silla hacia atrás, preparándose para levantarse e irse, cuando Wheeler lo detuvo de un brazo y lo regresó a la mesa.

– Un minuto, señor Randall. No le he dicho… realmente no le he dicho todo.

– ¿Por qué no lo ha hecho?

– Porque he empeñado mi palabra… esto es muy secreto, lo ha sido durante seis años… excepto para aquellos que ya están trabajando dentro del proyecto. Yo no estoy en posición de revelarle la verdad, de hacérsela conocer, corriendo el riesgo de que, por alguna razón, usted rechace la cuenta. Una vez que nos acepte, podré decirle toda la verdad.

– No -dijo Randall sacudiendo la cabeza-, me temo que sostengo el punto de vista opuesto. Hasta que yo no conozca la verdad, no puedo aceptar su cuenta.

Wheeler miró a Randall durante algunos segundos y luego resolló con dificultad.

– ¿Es ésa su última palabra, señor Randall?

– Ésa es mi condición absoluta.

– Muy bien -dijo Wheeler asintiendo gravemente.

En seguida se giró hacia Naomí Dunn y levantó el dedo índice, a lo que ella respondió con un guiño. Naomí tocó el hombro de la secretaria e hizo una señal a los tres hombres; inmediatamente se pusieron de pie los cinco.

Wheeler ignoró la salida de sus empleados, pero esperó hasta escuchar que la puerta de la sala de conferencias estuviera firmemente cerrada antes de enfrentarse nuevamente a Randall.

– Muy bien, señor Randall. Estamos solos; nadie más que usted y yo. He decidido correr el riesgo. Le voy a hablar con franqueza.

Randall notó que la actitud de Wheeler se había transformado y el tono de su voz había cambiado. Ya no era el intocable, el seguro de sí mismo, el supuesto Guardián de El Libro de los Libros. Ahora era el hombre de negocios, el vendedor, el empresario que había bajado a la arena a proteger sus intereses. Su voz había perdido, también, el sonido gutural de dromedario, y se había vuelto más suave, persuasiva, más controlada y frágil, y su lenguaje ya no era insensato.

– Le dije que nuestro proyecto ha permanecido en secreto durante seis años. ¿No le intrigó eso?

– No, después de escucharlo un rato. Pensé que todo era un juego; el juego de un editor que quería hacer parecer importante algo que sólo era rutinario y banal.

– Estaba usted equivocado -dijo Wheeler llanamente-. Equivocado por completo. Ahora lo voy a poner al tanto de la verdad. Hemos mantenido el secreto porque sabíamos que estábamos sentados en un barril de dinamita, cuidando que no escapara la historia noticiosa más grande de todos los tiempos. No estoy siendo extravagante, señor Randall; si acaso, estoy diciéndole menos de lo que realmente es.

La curiosidad que había sentido Randall antes de la junta se veía reavivada por primera vez. Se quedó a la expectativa.

– Si la verdad se supiera -Wheeler continuó-, podría arruinarnos a todos con nuestra enorme inversión, o cuando menos dañarnos severamente. La Prensa nos persigue, pero ellos no conocen la verdad. Las Iglesias de todo el mundo sospechan que algo está ocurriendo, pero no tienen ningún indicio de lo que realmente es. Y tenemos enemigos ansiosos de saber, con anticipación a nuestra fecha de publicación, lo que nosotros sabemos, para poder distorsionar y tergiversar el contenido del Nuevo Testamento Internacional, y tratar de destruirlo. Así es que nosotros hemos jurado guardar el secreto, al igual que todos nuestros colaboradores y empleados en Europa. Ahora, cuando le revele la verdad, usted será la primera persona ajena al proyecto (aún no comprometida hacia él) que conocerá los hechos esenciales.

Randall dejó su pipa en el cenicero.

– ¿Por qué habría usted de correr semejante riesgo conmigo?

– En primer lugar, porque yo quiero que usted esté con nosotros, ya que es el último eslabón que necesitamos para asegurar el éxito -dijo Wheeler-. En segundo, después de ponderar los riesgos, pienso que sé lo suficiente acerca de usted para creer que es un hombre de confianza.

– Nos acabamos de conocer. ¿Qué puede usted saber de mí?

– Yo sé bastante acerca de usted, señor Randall. Sé que usted es hijo de un clérigo de Wisconsin, un buen hombre con una buena familia. Sé que usted se ha rebelado contra la religión ortodoxa y que se ha convertido en agnóstico. Sé que tiene esposa y una hija quinceañera, y que vive separado de ellas. Sé dónde vive y cómo vive. Sé que ha tenido muchas amantes, y que ahora sólo tiene una. Sé que bebe copiosamente, pero que no es alcohólico. Sé…

Randall frunció el ceño y lo interrumpió:

– Usted no está describiendo un buen riesgo, señor Weeler.

– Por el contrario -dijo Wheeler rápidamente-. Sí estoy describiéndolo, porque sucede que sé algo más acerca de usted. Sé que a pesar de sus intimidades con mujeres y de su afición a la bebida, usted jamás ha discutido sus negocios privados con personas ajenas a ellos, ni ha traicionado a cliente alguno. Usted ha manejado algunas de las cuentas más grandes del país, y ha mantenido totalmente en secreto los asuntos confidenciales. Usted ha sido un hombre reservado. Ha sabido separar su vida personal de sus negocios. Nunca ha tenido un cliente que tuviera razón para lamentar el haber depositado en usted su confianza. Por eso es que yo también he decidido confiar en usted.