Y después tenemos la píldora, que vendemos bajo distintas marcas y para la que hace falta receta, pero yo no soy partidaria de las formalidades y, si usted quiere la píldora, le venderé una caja.

Pero recuérdele a su amiga que debe tomar la píldora durante ocho días seguidos antes de las relaciones sexuales.

Además, le recomiendo que su amiga utilice un poco de KY.

Se trata de una gelatina lubricante.

De esta forma será más agradable para ella y más fácil para usted".

No sabía qué demonios llevarme y compré un poco de cada cosa.

La farmacéutica me vendió un tubo de Precaptín, que es un espermicida, y me entregó una caja de píldoras anticonceptivas; y, en cuanto al diafragma, adquirí tres de distintos tamaños para más seguridad -65, 75, 85-, y ahora, mientras escribo, me excito sólo de pensarlo.

Compré también la gelatina lubricante y acabé comprando una bolsa de irrigaciones.

Después, preocupado por lo que me había dicho de los ocho días seguidos, entré en otra farmacia y adquirí tres docenas de preservativos.

Al regresar a mi apartamento, no pude resistir la tentación, de entregarme a una extravagancia.

Al pasar frente a una tienda de prendas femeninas, vi un camisón tipo minitoga con cortes laterales confeccionado en nylon blanco transparente.

Una auténtica locura.

Dado que conocía las medidas del Objeto, entré en la tienda y encontré su talla.

Me la imaginaba tendida en el Lecho Celestial luciéndolo.

Se lo compré inmediatamente en calidad de regalo de un ardiente admirador y secreto amante desde hacía mucho tiempo.

Antes de que diéramos por terminada nuestra segunda reunión de la semana pasada, se me ocurrió pensar en algo que todavía no habíamos decidido.

Le pregunté al Mecánico si ya había decidido cuál iba a ser el mejor camino para llegar a Más a Tierra.

él repuso que sí, que había tenido intención de traerse unos mapas de carreteras pero que los había olvidado.

Sin embargo, dijo que ello no tenía la menor importancia, puesto que se conocía muy bien el camino sin necesidad de utilizarlos.

No obstante, el Agente de Seguros insistió afirmando que sí era importante.

"Si tú conduces -dijo-y te da un calambre o algo así, uno de nosotros tiene que estar en condiciones de ocupar tu lugar, tomar el volante y saberse exactamente el camino".

El Mecánico, que nunca es muy amable, accedió a regañadientes a traernos los mapas la semana que viene.

Lo cual nos hizo pensar en la semana que viene, nuestra última semana en la ciudad antes de embarcarnos en nuestra increíble aventura.

Lo discutimos y acordamos reunirnos dos veces entre los días 16 y 22 de junio.

Llegamos a la conclusión de que ya lo teníamos todo dispuesto y no habíamos dejado ningún cabo sin atar.

No obstante, decidimos reunirnos una vez más el miércoles día 18 para revisarlo todo y asegurarnos de que todo estaba a punto.

Y acordamos celebrar una breve reunión final del Club de los Admiradores la víspera de la operación, una especie de alegre reunión para celebrarlo.

El Mecánico acaba de telefonearme mientras estaba escribiendo esta última frase.

Estaba muy contento y animado.

Ha terminado la reparación de la camioneta de reparto, le ha colocado los neumáticos y se la ha llevado a efectuar un recorrido de prueba hasta Malibú Canyon.

Dice que funciona como un Rolls Royce.

Le he felicitado y le he recordado que pintara en los laterales el nombre de alguna empresa imaginaria.

Hemos discutido un poco a este respecto y, al final, se ha mostrado de acuerdo con mi sugerencia inicial, que era la de pintar el nombre de alguna inofensiva empresa de control de plagas.

Prometió encargarse de ello esta tarde.

Ahora me iré a Venice a ver a mis amigos y averiguar si ya tienen en su poder lo que les he pedido, aprovechando de paso para fumar un poco en su compañía.

Será mejor que me entere de si les sobra un poco de hierba.

Cualquiera sabe, a lo mejor el Objeto está metida en eso y gusta de dar alguna que otra chupada de vez en cuando.

A última hora de la tarde: acabo de regresar de Venice.

Lo tengo todo, tengo todo lo que necesitamos: el frasco de cloroformo, dos jeringas hipodérmicas nuevas en bolsas esterilizadas, agujas de un solo uso, dos ampollas de luminal de sodio que han robado de la clínica y dos latas de hierba de primera calidad.

Estoy leyendo las notas acerca de la utilización de la jeringa hipodérmica.

Me cuesta creer que la utilizaremos dentro de una semana.

Estoy pensando en lo que sucederá después cuando ella se despierte y hayamos conseguido intimar con ella, y en la noche del 23 de junio en que ella y yo nos encontremos en el Lecho Celestial.

Y en cómo me amará ella y cómo la amaré yo.

Seré el hombre más afortunado de la tierra.

¿Cuántas personas pueden decir que han visto cumplidos sus deseos?

"Cuaderno de notas de Adam Malone -del 15 de junio al"…: Basta.

Ya no puedo escribir.

Estamos a lunes 16.

Se ha producido súbitamente una terrible situación imprevista. Terrible.

He llamado con urgencia a los demás.

Estoy esperando su llegada.

Experimentando intensos latidos en las sienes, Adam Malone se hallaba sentado en el borde del sillón de su apartamento contemplando el teléfono que tenía delante y esperando a que sonara.

Era la primera vez que perdía el aplomo en el transcurso de todas aquellas semanas.

Habían previsto todas las contingencias posibles menos una.

Y ahora se había producido lo imprevisto, y para él había sido como un jarro de agua fría.

Se había producido a las once y dieciséis minutos de aquel lunes por la mañana mientras abandonaba Bel Air en su automóvil para irse a almorzar a un local de Westwood.

Se había pasado toda la mañana oculto en su puesto de observación con los prismáticos pegados a los ojos, estudiando todos los movimientos que habían tenido lugar en la propiedad de Sharon Fields, deteniéndose de vez en cuando para anotar algo que le hubiera parecido interesante.

Después, a eso de las once, dado que en su prisa por ocupar su puesto a tiempo, al objeto de no perderse el paseo matinal de Sharon, no había desayunado, empezó a sentir apetito.

Decidió abandonar su puesto de observación por espacio de una hora y media para poder tomarse una buena ensalada y una jugosa hamburguesa, antes de regresar una vez más a su solitario puesto de vigilancia.

Pues, bueno, allí estaba sentado al volante con la radio encendida y escuchando el noticiario, mientras abandonaba Bel Air para irse a almorzar, cuando sucedió lo imprevisto.

Había acercado el coche a la cuneta, se había detenido, había escuchado atentamente la radio y después había buscado a toda prisa el cuaderno para anotar todo lo que acababa de oír.

Había olvidado el almuerzo.

El vacío de su estómago provocado por el apetito se llenó de repente y quedó ocupado por un nudo de pánico.

Había ocurrido lo imprevisto y el futuro y el éxito de su proyecto, tan minuciosamente preparado, amenazaba con desembocar en un desastre.

Malone había vuelto a poner el vehículo en marcha y se había dirigido al paseo Sunset.

Pero, en lugar de irse a Westwood, se había trasladado directamente a su apartamento de Santa Mónica.

Profundamente agitado, se dirigió al salón, cerró la puerta y se dirigió al teléfono.

La primera de sus urgentes llamadas se la hizo a Kyle Shively, a la estación de servicio.

Le contestó otra persona pero Shively se puso en seguida al aparato.

– Kyle, soy Adam, ha ocurrido una cosa -le dijo sin aliento-.

Se trata de un asunto de emergencia, muy importante.

Podría repercutir en nuestro proyecto.

Tengo que veros a ti y a los demás en seguida… No, no, no puedo decírtelo por teléfono. ¿No puedes venir a la hora del almuerzo? En mi casa. Estoy aquí. Te espero.