Llamé a los tres sitios y les dije que estaba filmando un anuncio para televisión, describiéndoles lo que me hacía falta.

Fue como un ábrete sésamo.

Vacié la cartera comprando en los tres establecimientos -como es natural, se me reembolsarán los gastos-pero pude adquirir lo que me hacía falta, auténticos adornos faciales del tamaño adecuado.

Me dijeron que a nadie pueden sentarle a la perfección si no se los ajustan personalmente, pero yo repuse que los modelos de mi anuncio estaban demasiado ocupados para poder perder el tiempo.

Compré un estupendo aplique del mismo color para la calva del Perito Mercantil así como un bigote entrecano tipo cepillo.

En total, sesenta dólares.

Le compré al Agente de Seguros unas preciosas patillas largas y unos soberbios mostachos de granadero por cincuenta dólares.

Le compré también un tinte temporal para el cabello.

Puesto que se va a teñir el cabello de un color más oscuro, se tratará de una sencilla operación de una sola fase.

Se garantiza que el tinte dura tres semanas si no se lava uno el cabello demasiado a menudo.

Ya está todo hecho.

Estamos preparados para las transformaciones.

Casi estamos a punto.

Apenas puedo creerlo.

"Cuaderno de notas de Adam Malone -del 8 de junio al 14 de junio": Todas las precauciones son pocas para satisfacer al Perito Mercantil.

Su timidez arranca del hecho de haberse visto tanto tiempo obligado a seguir una rutina.

Sigue mostrándose preocupado y afirma que corremos muchos peligros.

Al final tuve que citarle una frase del marqués de Halifax: "Aquel que no deja nada al azar pocas cosas hará mal pero hará muy pocas cosas".

Ello pareció ejercer en él un efecto saludable.

Mantuvimos otras dos reuniones muy breves en mi apartamento.

Repasamos todos los pasos para comprobar que no hubiéramos metido la pata en algo.

Al parecer, tenemos previstas todas las contingencias.

Discutimos acerca de la conveniencia de efectuar una última visita a Más a Tierra.

Al final nos pareció que ya no quedaba nada por hacer.

El refugio está listo para ser ocupado de inmediato.

El Agente de Seguros nos dibujó un plano de las habitaciones del refugio.

Decidimos dónde dormiría cada cual y qué días.

Hasta nos repartimos los deberes culinarios.

Leí el informe de las actividades que había observado desde mi habitual puesto de vigilancia, situado en el punto más alto de la calle Stone Canyon.

No observé ninguna novedad ni nada digno de mención.

El Objeto sigue cumpliendo religiosamente con el deber del paseo matinal al aire libre.

La vi preciosa en todas las ocasiones.

Siempre que la veo desaparecer en el interior de la casa experimento como una sensación de pérdida.

Los jardineros, el cartero y el coche patrulla se presentaron con la misma regularidad de siempre.

No preveo ninguna sorpresa.

Les entregué a mis dos colegas casados los disfraces que les había comprado.

Me reembolsaron el importe y se los probaron.

El Agente de Seguros estaba estupendo con las largas patillas y los Poblados mostachos.

Lo único que causaba extrañeza era el color más oscuro que el de su cabello natural.

Le aseguré que todo sería del mismo color una vez se hubiera aplicado el tinte, cosa que él prometió hacer en cuanto saliera de casa poco antes de entrar en acción.

En cambio, el Perito Mercantil, una vez con el aplique sobre la calva y el bigotito sobre el labio superior, resultó de lo más ridículo.

Parecía un inocente Adolf Schicklgruber, si tal cosa pudiera concebirse.

Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar echarme a reír, sobre todo teniendo en cuenta que el Mecánico se estaba burlando de él despiadadamente.

Al cabo de un rato pude comprobar que el Perito Mercantil se gustaba bastante con la calva cubierta por el postizo.

No hacía más que levantarse para mirarse al espejo.

El bigote del Mecánico es denso, enmarañado y desordenado, y su aspecto me recuerda al de August Strindberg sólo que más áspero.

Es difícil reconocer en él a la persona con quien trabé conocimiento en el bar de la bolera.

Mi propio aspecto es, y no quisiera pecar de inmodestia, bastante sansoniano y me confiere mucha apariencia de fuerza.

El bigote es más bien esmirriado, una especie de semicírculo hacia abajo, pero la barba castaño oscura ha alcanzado la plena madurez, hasta tal punto que he tenido que recortármela un poco en el transcurso de la semana.

En el supermercado he tenido que soportar toda clase de bromas a causa de mi nuevo aspecto revolucionario anarquista.

Una noche acudió Plum a comprar leche y al principio ni siquiera me reconoció.

Cuando me acerqué a ella, se percató de que era yo y no podía dar crédito a sus ojos.

Le encantó mi nueva flora facial.

Les dije a los demás que había comunicado al encargado que dejaría el empleo el 15 de junio para trasladarme al Este a ver a mi familia.

Lo cual significa que esta noche será mi última noche de trabajo.

Creo que podré volver a obtener este empleo a mi regreso.

Pero no sé si me gustará volver al supermercado.

Me parece que estas dos semanas de ausencia me inspirarán lo bastante como para inducirme a escribir con plena dedicación.

Después quizá pueda lograr escribir cosas de alta calidad que me permitan obtener ingresos cuando se me termine el dinero de que actualmente dispongo.

El Mecánico dijo que había tenido una violenta discusión con su jefe, el propietario de la estación de servicio.

El Mecánico le pidió dos semanas de vacaciones, y el jefe se puso hecho un basilisco diciéndole que se iba ahora que empezaba la temporada turística y en la estación habría más trabajo que nunca.

Pero el Mecánico no se amilanó y, al final, el jefe le concedió a regañadientes las dos semanas de vacaciones, si bien sólo le pagaría el sueldo de una semana.

El Mecánico se puso furioso pero prefirió no protestar.

El Perito Mercantil había prometido encargarse de las píldoras y así lo hizo en el transcurso de nuestra segunda reunión.

Encontró en el botiquín de su mujer un frasco casi lleno de Nembutal, sacó del mismo diez píldoras, las introdujo en un frasco de plástico vacío y nos las entregó.

Les dije a los demás que ya les había pedido el cloroformo, la jeringa hipodérmica y el luminal de sodio (que, según descubrimos, era un soporífero estupendo) a mis amigos de Venice, y que esperaba tenerlos en mi poder en muy breve plazo.

El Mecánico dijo que todavía estaba bregando con la camioneta Chevy pero que los trabajos iban muy adelantados.

Dijo que a la mañana siguiente birlaría unos neumáticos especiales.

Ayer hice por mi cuenta algo que no he revelado a los demás.

Pensé en todo el proceso de hacerle el amor y comprendí súbitamente que se merecería cierta protección.

Era lo menos que podíamos hacer.

Al fin y al cabo, cuando nos la lleváramos ella no habría podido saberlo de antemano y tal vez no estuviera preparada.

Me avergoncé un poco de adquirir contraceptivos femeninos y entré y salí de dos farmacias sin pedir nada.

Después entré en una en la que había detrás del mostrador una mujer que me pareció amable y decidí lanzarme.

Me inventé una historia para justificar el hecho de que mi amiga no pudiera acudir personalmente y dije que ésta me había pedido que comprara lo mejor.

La farmacéutica se mostró comprensiva y dispuesta a colaborar y me dijo: "Mire, ya conozco estas situaciones.

Le daré lo que quiera.

¿Qué es lo que ella prefiere? Si se trata de un diafragma, es necesario que se lo coloque un médico y le dé instrucciones acerca del cordel.

Por consiguiente, eso habrá que dejarlo.

Hay otro tipo de diafragma de distintos tamaños que también debiera colocarle un médico y después aconsejarle el empleo de un espermicida, y le recuerdo que debe insertarse el diafragma media hora antes de mantener relaciones sexuales.