– Creo que merece la pena investigarlo -repuso, Neuman.

– Sí, eso estaba pensado. Que todos los hombres que no estén cumpliendo otras misiones se dediquen a recorrer la zona comercial de Arlington. Que nuestros oficiales les muestren la fotografía de Howard Yost a todos los tenderos y dependientes de Arlington.

Que se les pregunte también acerca de todos los forasteros que puedan recordar, sobre todo si les comentaron que venían de las montañas o les vieron nerviosos e inquietos. Ya sabe usted el procedimiento.

No disponemos de muchas alternativas, por consiguiente, que no se diga que no le damos a Arlington una oportunidad. Ya habían transcurrido diez minutos sin llegar a ningún resultado positivo. El capitán Culpepper se apartó de los mapas con aire sombrío.

– Hay demasiadas carreteras y caminos que conducen a estas zonas aisladas.

Quedan después bruscamente interrumpidos y no hay más que arbustos, zonas desiertas, árboles y precipicios.

Tardaríamos muchos días en explotar todos los kilómetros cuadrados de las Gavilán Hills aunque redujéramos la búsqueda a las zonas cercanas a los dos lagos.

Willie, ¿se ha conseguido algún resultado que merezca la pena con los helicópteros o las entrevistas que se están realizando por las colinas?

– Un par de falsas alarmas -repuso Trigg con aire abatido-. Nada concreto. Ni el menor indicio.

– Voy a salir fuera a fumarme un pitillo.

A medida que pasaban los minutos, Zigman y Nellie Wright se iban sumiendo en una desesperación cada vez más honda. Después, poco a poco, empezó a desarrollarse una mayor actividad en el interior del remolque.

Culpepper entró con dos investigadores. Habían estado recorriendo toda la zona comercial de Arlington. Habían estado en un comercio de antigüedades, en una tienda de muebles, en una tienda de óptica, en un taller de reparaciones de televisores, en una academia de karate, en un comercio de granos y piensos, en dos barberías y en otros establecimientos.

– ¿Qué es esta nota de la barbería? -preguntó Culpepper.

– Creíamos haber descubierto una pista -repuso uno de los investigadores-. El dueño de la barbería ha dicho que hace tres días vino un joven muy nervioso que quiso que le arreglaran la barba.

Dijo que quería estar guapo porque había conocido a una chica preciosa. No conocía la zona y, por consiguiente, debía tratarse de un forastero.

Nos han facilitado la descripción, seguido su pista pero hemos fracasado. En Riverside ya le tenían fichado.

Le detuvieron poco después de haber abandonado la barbería por conducir un vehículo robado en estado de embriaguez. Resultó que estaba cumpliendo el servicio.

Vino la policía militar y se lo llevó. Lo lamento.

Zigman y Nellie se dedicaron después a observar el ir y venir de los numerosos investigadores y oficiales de policía que acudían para comunicar el resultado de sus misiones.

Las fotografías de Yost no habían conducido a ninguna pista y, en relación con los forasteros, en Arlington solían detenerse muchos automovilistas para efectuar compras y regresar posteriormente a la autopista.

Ningún tendero había observado en sus clientes la menor señal sospechosa.

El sargento Neuman ya estaba de vuelta.

– He decidido estirar también un poco las piernas -les dijo a Culpepper y Trigg-. Pero me temo que no he averiguado nada. -Consultó el cuaderno de notas-. Vamos a ver.

Tras haber abandonado el aparcamiento. Equipos Estereofónicos Wizard’s. La fotografía de Yost les recordó a alguien. Un tipo parecido a él estuvo en la tienda hace cosa de un mes.

Estuvo mirando las listas de artículos rebajados. He pedido el nombre del cliente. Es un guarda forestal que tenía el día libre. Nada.

El Banco de Seguridad del Pacífico. He perdido mucho tiempo y nada.

Y oigan esto. Madame Cole -una costurera-ha resultado ser la casa de putas de la localidad. -Al percatarse de la presencia de Nellie, tragó saliva y murmuró-: Perdón, señorita.

– ¿Algo más? -le preguntó. Culpepper.

– En las Especialidades Alimenticias Tawber’s una chispa.

Un tipo gordo de aspecto adinerado -dejó aparcado en la calle un Buick nuevo-, un tipo que jamás habían visto aunque no se parecía a este Yost, dijo que quería caviar para llevárselo a una actriz que aquella noche la había invitado a cenar.

En Tawber’s sólo tenían dos latitas -no es corriente que les pidan caviar-y él las adquirió y pagó con un cheque. Le recuerdan porque resultó ser un cheque sin fondos.

En cualquier caso, le detuvieron por intentar pagar con otro cheque sin fondos en Wyoming y en estos momentos se encuentra en la cárcel de Laramie, por consiguiente la chispa no nos ha proporcionado ninguna luz.

– Bueno -dijo Culpepper leyendo por encima, del hombro de Trigg los informes de las explotaciones aéreas-, creo que seguimos estando en un callejón sin salida.

El sargento Neuman había llegado a la última página de sus notas.

– La última visita la he efectuado a la Droguería y Farmacia Arlington de la esquina.

El propietario, Ezra Middleton, había salido a una entrega, pero a la dependienta la fotografía de Yost no le ha recordado a nadie. En cuanto a los forasteros o algún hecho insólito que hubiera podido ocurrir, sólo recuerda un incidente que se produjo la semana pasada.

Bueno, ella no se encargó de atender al cliente, pero Middleton se lo contó cuando entró a trabajar.

Un cliente de aspecto acaudalado le pidió un perfume francés -no puedo pronunciar el nombre-que ellos no tienen, y unas pastillas de menta importada que se llaman… que se llaman Altoid y que tampoco tenían, y Middleton le dijo a la dependienta que encargara estos artículos. Después vino una mujer de mediana edad que…

– Un momento. -La interrupción procedía de Nellie Wright que se había levantado y se estaba acercando a los dos policías.

Mantenía el ceño fruncido-. No estaba escuchando pero, ¿ha dicho usted que alguien pidió unas pastillas de menta importadas?

– Pues, sí -repuso Neuman confuso-. Altoid. En mi vida las había oído nombrar. ¿Usted sí?

– Ya lo creo. Se las compro siempre a Sharon. Las importan de Inglaterra y vienen en unas cajas de hojalata rojiblanca. No es fácil encontrarlas, por eso me extraña. ¿Y dice que pidieron un perfume francés?

– Sí -repuso Neuman asintiendo-. Lo he anotado pero no puedo pronunciarlo es…

– ¿Es Cabochard de Madame Grés? -preguntó Nellie rápidamente.

– ¡Exacto! ¿Cómo lo sabe?

– Porque es el perfume preferido de Sharon. -Se dirigió al capitán Culpepper-. Creo que estoy exagerando un poco. Debe haber miles de mujeres que usan Cabochard y a las que gustan estas pastillas de menta para después de las comidas.

– ¿En Arlington, California? -preguntó Culpepper animándose súbitamente-. No, eso no es nada corriente.

No irá usted a creer que es lógico que pidiera ambas cosas un mismo cliente en una localidad tan pequeña como Arlington, ¿verdad?

– Desde luego que no -repuso Nellie mirando a Zigman que ahora se estaba acercando a ella.

– ¿Le ha dicho alguna otra cosa la señora de la farmacia? -le preguntó Culpepper a Neuman.

– No tengo anotado nada más. Me parece que no le hice demasiadas preguntas porque pensé que no merecía la pena.

Culpepper se bajó rápidamente las mangas de la camisa y se abrochó los puños.

– Tal vez no tenga importancia pero tal vez la tenga. En momentos así, cualquier cosa merece la pena. Sargento, ¿dice usted que se lo han referido de oídas? Quiero decir si la dependienta que le ha facilitado la información se la oyó contar a su patrón.

– Sí, señor. Su patrón, el señor Middleton, fue el que atendió al cliente.

Se le espera de un momento a otro pero he pensado que no merecía la pena esperarle.

– Pues, vamos a ver si merece o no la pena esperarle -dijo Culpepper dirigiéndose con el sargento Neuman hacia la portezuela del remolque-. Acompáñeme a esta farmacia. -Después gritó por encima del hombro-: Señorita Wright, señor Zigman será mejor que vengan. Tal vez les necesitemos.