Ya se veía a través de los ojos de Elinor, de Nancy y de Timothy, a través de los ojos de sus clientes, de sus colegas y amigos. Desnudo.

Un violador pervertido, un secuestrador y un ladrón, un monstruo repugnante.

Pobre Elinor, pobres, pobres niños, cuánto os quiero.

El eco de la atronadora sentencia del megáfono se escuchaba por todas partes.

– ¡No tiene ninguna posibilidad! ¡Entréguese! ¡Arroje la escopeta! ¡Levántese y adelántese con las manos en alto!

No, no. No. No le podía hacer eso a Elinor, te quiero Elinor, y a los niños tampoco, pobres niños, niños guapos, papá os quiere, os querrá siempre.

El enloquecedor megáfono resonaba en su oído.

– ¡Le quedan cinco segundos para entregarse, de lo contrario iremos a apresarle!

No.

El megáfono.

– Uno, dos, tres, cuatro.

No, nunca. La póliza, la póliza de seguros, había una cláusula de indemnización.

– !Cinco!

Vio borrosamente la línea color caqui catapultándose hacia él, cruzando el camino, avanzando hacia él como si fuera un infractor de la ley, disponiéndose a aplastarle y engullirle.

Os quiero, os quiero, os quieroooooo.

Se introdujo el cañón de la escopeta en la boca. Estaba ardiendo. Cerró los ojos. Apoyó el pulgar en el gatillo y después lo presionó con fuerza hacia atrás.

A las tres de la tarde de aquel Cuatro de Julio parecía que en el escondite de las Gavilán Hills se hubiera suspendido temporalmente toda animación humana.

Se trataba, para cada uno de ellos, de un intermedio expectante, de un período destinado a marcar el paso antes de que se reanudara la actividad final.

Esperaban el triunfal regreso de su mensajero, quien había calculado al partir que regresaría hacia las cinco aproximadamente.

Faltaban dos horas.

En sus aposentos cerrados con llave, donde el calor resultaba asfixiante, Sharon Fields se hallaba sentada en la bañera llena de agua, procurando calmarse, pensando por centésima vez en lo que debía estar ocurriendo fuera y en lo que le traerían las próximas horas.

Fuera, junto a los peldaños del porche, Kyle Shively se entretenía cortando una rama y soñando despierto.

Leo Brunner se encontraba en el salón, sentado frente al aparato de televisión, dispuesto a presenciar su programa preferido para evitar pensar en el imposible plan que le obligaría a desorganizar su vida abandonando la ciudad.

En una de las literas del dormitorio más pequeño, Adam Malone permanecía sentado procurando concentrarse en la lectura de un libro, a pesar de que sus pensamientos estaban en otra parte.

Durante algunos minutos, aquella profunda quietud siguió reinando en el refugio. Pero a las tres y ocho minutos se desvaneció el silencio para siempre.

Leo Brunner había conseguido finalmente sintonizar con su programa de concursos preferidos y se había acercado al aparato para subir el volumen cuando, de repente, se produjo una insólita interrupción en la pantalla.

Estaba escuchando las voces roncas y las graciosas payasadas de los participantes cuando súbitamente, tanto los presentadores como los concursantes, fueron sustituidos por un letrero colgado de la pared de otro estudio.

En el letrero podía leerse: “Noticiario local”. Después se escuchó la incorpórea voz de un locutor.

"Interrumpimos nuestro programa habitual para facilitarles una noticia en exclusiva de nuestro célebre comentarista. Sky Hubbard".

Sin experimentar la menor curiosidad y enojado por aquella interrupción, Leo Brunner fue a apagar el aparato. Pero, antes de que pudiera hacerlo, apareció en la pantalla un primer plano de Sky Hubbard sobre el trasfondo de una maravillosa fotografía de Sharon Fields, ataviada con uno de los trajes que había lucido en su más reciente película.

Brunner retrocedió con aire ausente y se sentó aturdido esperando la noticia.

El conocido comentarista empezó a hablar casi en voz baja y con una sombría expresión en el rostro.

"Les facilitamos ahora en exclusiva una noticia de interés nacional que estremecerá y helará la sangre de todos los norteamericanos.

A través de una fuente autorizada del Departamento de Policía de Los Angeles, acabamos de saber que la mundialmente famosa actriz cinematográfica Sharon Fields ha sido víctima de un secuestro.

Se nos dice que en estos momentos la policía de Los Angeles está utilizando todos los recursos de que dispone y el contingente de todas sus fuerzas con vistas a la resolución de este caso. No se conocen más detalles de este terrible delito. El día y la hora en que Sharon Fields fue secuestrada, los medios a través de los cuales se ha establecido contacto, con las personas más allegadas a Sharon Fields, las exigencias del rescate, todos estos detalles aparecen envueltos en el máximo secreto.

Repetimos, lo único que se sabe con toda seguridad es que Sharon Fields ha sido secuestrada, y que los oficiales encargados del mantenimiento de la ley y el orden en el sur de California están organizando la más grande operación de búsqueda de los últimos tiempos".

Brunner contemplaba la pantalla con una mezcla de incredulidad y horror. Después, como galvanizado de repente, se puso en pie de un salto y llamó a gritos a sus compañeros.

Corrió al comedor y al pequeño dormitorio, y aquí encontró a Malone que ya se había levantado al escuchar sus gritos.

– ¡Lo han averiguado, lo han averiguado! -chilló Brunner-.

Sharon Fields ¡saben que ha sido secuestrada! Segundos más tarde, tras haber arrastrado al salón al desconcertado Malone, Brunner vio a Shively cruzando el porche.

Quiso correr a la puerta para llamarle pero, alertado por el barullo, Shively ya estaba entrando en la estancia. Con las gafas medio caídas y sin poder hablar, Brunner empezó a brincar ante el tejano y, al final, logró encontrar las palabras.

– Se ha anunciado, lo han dicho por las ondas, en el noticiario, lo acabo de oír, acaban de decirlo.

– Maldita sea, ¿quieres calmarte y hablar como es debido?

– En el noticiario -dijo Brunner jadeando-. ¡Acaban de anunciar que Sharon Fields ha sido secuestrada! ¡La policía ha empezado a buscarla!

– ¿De qué demonios está hablando el viejo? -le preguntó Shively a Malone-. ¿Tú has oído algo?

– No, acabo de entrar, espera, van a repetir un importante comunicado, ahí está Sky Hubbard, tal vez podamos averiguarlo.

Los tres hombres se apiñaron alrededor del aparato de televisión. Sobre el trasfondo de una fotografía de Sharon Fields, Sky Hubbard había vuelto a tomar la palabra.

"Para los espectadores que acaban de sintonizar con nosotros, comunicamos en exclusiva la noticia que hemos obtenido a través de una fuente autorizada del Departamento de Policía.

Hemos sabido que la bellísima y mundialmente famosa estrella cinematográfica e ídolo de millones de personas, la inimitable Sharon Fields, ha sido secuestrada.

Se la mantiene prisionera a cambio de un rescate, y ha sido presentada una denuncia a la policía de Los Angeles, que en estos momentos ha tomado cartas en el asunto.

Si bien las circunstancias que rodearon el delito se hallan todavía envueltas en el misterio, se sabe que se ha efectuado un despliegue de todos los medios disponibles al objeto de organizar una de las mayores cazas al hombre de la época moderna.

Desde el secuestro del hijo de los Linbergh en Hopewell, Nueva Jersey, en 1932, jamás se había producido un secuestro de una persona tan querida y admirada."

Brunner corrió hacia el aparato y lo apagó.

– ¡No quiero oír más! -gimió y se volvió hacia los demás chillando histéricamente-. ¡Nos van a encontrar! ¡Tenemos que marcharnos de aquí en seguida, librarnos de ella, soltarla, tenemos que marcharnos de aquí, largarnos, desaparecer!

Shively extendió ambas manos y agarró a Brunner por la pechera de la camisa, zarandeándole y levantándole casi en vilo.

– ¡Cállate, estúpido, calla la maldita boca!