Malone se había conformado con descansar en el porche y terminar finalmente la lectura de la novela de James Stephens.

Ahora Malone estaba pasando mentalmente revista a los acontecimientos que habían tenido lugar antes y durante la cena. Hasta aquel día, siempre habían hecho lo mismo.

Siempre se habían reunido en el salón para tomar un trago, charlar acerca de su pasado y su trabajo, contarse anécdotas y pasar el rato.

En tales ocasiones, Shively siempre resultaba ser el conversador más animado, refiriéndose a menudo a sus aventuras con los mequetrefes del Vietnam, o a sus acrobacias sexuales con infinidad de mujeres, o a sus vehementes discusiones con las autoridades y la gente rica que no dejaba de humillarle.

En el transcurso de sus monólogos, uno o dos de sus compañeros se levantaban y se iban a la cocina a preparar la cena. Después devoraban la comida y a continuación se entregaban al rito de echar las cartas para determinar el orden de visitas a Sharon Fields.

Después bajaban por el pasillo siguiendo un riguroso turno y se encerraban en el dormitorio en compañía de Sharon.

Sólo una vez -de ello hacía cuatro días-habían variado un poco las cosas, y ello había ocurrido cuando Brunner había preferido no visitar a Sharon con vistas a recuperar energías.

Pero esta noche las cosas habían cambiado considerablemente y Malone suponía que estaba desazonado a causa de aquel cambio de comportamiento.

Poco antes de cenar, Shively se había dedicado a ingerir más tequila que de costumbre, aparte las bebidas alcohólicas que ya se había tomado en el transcurso de la tarde, y, en lugar de llevar la voz cantante de la conversación, se había sumido en un insólito silencio.

Además, no había permanecido en compañía de los demás hasta la hora de la cena sino que, sin dar explicación alguna, se había retirado a su cuarto.

Normalmente, siempre que Shively no llevaba la voz cantante, Yost se encargaba de animar el cotarro contándoles chistes archisabidos.

Pero esta noche, tras haber abandonado Shively el salón, Yost adoptó una actitud introspectiva y apenas abrió la boca.

Al llegar la hora de preparar la cena, Brunner, que siempre solía ofrecerse para ayudar a Yost o a Malone, no hizo ademán alguno de reunirse con este último en la cocina.

Se quedó sentado en el sofá bebiendo y haraganeando. La cena también había sido en cierto modo distinta. Shively y Yost, que eran hombres de muy buen apetito, se limitaron a mordisquear la comida, mostrando muy poco interés por el plato que les había sido servido.

Malone se había sorprendido mucho, dado que había preparado un sabroso estofado de buey, uno de los platos preferidos de Shively, y éste sólo había probado un bocado.

Malone se percataba de que reinaba una atmósfera de hastío. Sin embargo, el verdadero cambio, por lo menos desde el punto de vista de Malone, se había producido Después de cenar.

Había llegado el momento de echar a suerte el turno de sus privilegios de visita. Malone sacó la baraja y le ofreció a Brunner la oportunidad de elegir primero. Brunner rehusó alegando que prefería dejarlo porque se sentía cansado y en la televisión daban un programa especial que no deseaba perderse.

En sí mismo, ello no hubiera sido de extrañar, puesto que Brunner se había saltado otra vez una sesión con Sharon.

Malone se sorprendió muchísimo en cambio cuando, tras ofrecerle la baraja a Yost, éste vaciló y después anunció que también lo dejaría correr.

– No necesito acostarme todas las noches con una mujer -explicó Yost como para justificarse-. No necesito demostrar nada. No me apetece y basta. Además, estamos en vacaciones, ¿no? Por consiguiente, cuando se está de vacaciones, no está de más sentarse un poco a descansar.

Tal vez me dedique un poco a hacer solitarios o a jugar al “gin”, caso de que Shiv quiera acompañarme.

Malone le ofreció los naipes a Shively pero éste no le hizo caso y se dirigió a Yost:

– Me estás tentando, Howie. Tuviste mucha suerte en las dos últimas manos de anoche. Estoy dispuesto a darte una buena paliza.

– Muy bien, ¿por qué no pruebas?

Shively reflexionó unos momentos y después, para asombro de Malone, se volvió a mirar la bajara que éste le estaba ofreciendo.

– No sé, qué demonios, tal vez podamos jugar más tarde. Creo que aprovecharé la ocasión. Ya casi se ha convertido en una costumbre.

Puesto que la tenemos a nuestra disposición en el dormitorio de al lado, ¿por qué no aprovecharlo?

– Anoche nos dijiste que ya no te divertías tanto -le dijo Yost-. No te sentará nada mal saltártelo una noche y hacer lo que más te apetezca tal como yo hago.

– Yo no he dicho que piense otra cosa. Lo que sucede es que, puesto que tengo el material a mi disposición, poco trabajo me cuesta aprovecharlo.

Considéralo un ejercicio. Tú has dado un paseo, Howie. Pues imagínate que estoy haciendo un ejercicio para mantenerme en forma.

– Muy bien, haz lo que gustes.

Shively miró a Malone.

– ¿Y tú qué dices, muchacho? ¿Vas a aprovecharlo como de costumbre?

– Claro -repuso Malone-. Sabes que estoy deseando verla. Yo no pienso lo mismo que vosotros.

– Muy bien, Don Juan -dijo Shively-, puesto que eres el único que todavía se emociona con ella -cosa que, dicho sea entre nosotros, yo no creo-puedes ir primero y que sea enhorabuena.

No es necesario que lo echemos a suerte. Ve tú primero y, si me apetece, te seguiré.

Malone fue primero, visitó a Sharon, la encontró más acogedora y cariñosa que nunca y abandonó el dormitorio más enamorado y agradecido que nunca por el placer sexual que con ella experimentaba.

Regresó al comedor y encontró a Shively intensamente concentrado en una partida de “gin rummy” con Yost.

– Está a tu disposición -le dijo Malone a regañadientes.

– Sí -le contestó Shively con indiferencia-, ya veremos. No me molestes ahora.

Dos manos más tarde consiguió ganar la partida y con ella doce dólares y, por primera vez en toda la noche, empezó a mostrarse de buen humor.

Se disponía a iniciar una nueva partida cuando Malone le recordó que Sharon le estaba esperando. Si no tenía intención de verla, sería conveniente avisarla añadió Malone, al objeto de que pudiera tomarse la píldora para dormir y descansar un poco.

– Qué mierda -masculló Shively poniéndose en pie-. Siempre tiene uno que hacer algo. ¿Por qué no le dejarán a uno en paz? Todo ello se le antojó a Malone sumamente incomprensible.

– No tienes por qué ir, Kyle. Sigue jugando a las cartas. Ya iré yo a decirle que puede tomarse la píldora.

– No empieces a decirme lo que debo y lo que no debo hacer -le dijo Shively con aspereza-.nDéjame en paz. -Después le gritó a Yost-: Guárdame caliente la baraja, Howie, vuelvo en seguida.

Se dirigió al dormitorio principal como un individuo en libertad bajo palabra que tuviera que presentarse al agente encargado de su vigilancia.

Regresó muy irritado al cabo de una hora, mirando enfurecido a Malone como si éste le hubiera obligado a hacer algo en contra de su voluntad.

– ¿Qué tal ha ido? -le preguntó Yost.

– ¿Y qué quieres que te cuente? Ya lo sabes. Lo mismo de siempre.

Ah, puesto que ya ha terminado el programa de Leo, ¿qué os parece si los cuatro echamos una buena partida de banca? Y ahora seguían jugando a las cartas, pensó Malone, en un juego que al principio había despertado entusiasmo pero que ahora les estaba aburriendo a todos, Sus rostros reflejaban falta de interés y sus frecuentes errores constituían una prueba evidente de su escasa atención.

Pero lo que más desazonaba a Malone era la creciente indiferencia que les estaba inspirando Sharon (no es que eso a él le importara, es más, tal vez por este medio consiguiera hacer realidad su sueño de disfrutarla en exclusiva) y, junto con la indiferencia, la inquieta murria que parecía presidir todas sus actividades.