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– ¿Entonces esto va a salir mañana? -preguntó, sólo para asegurarse una vez más.

– Está preparado para la ventana, depende de la foto. Mi redactor quería guardarlo para el domingo, hacer un reportaje más largo, pero le dije que era una cuestión competitiva. Siempre que podemos adelantarnos al Times en una historia lo hacemos.

– Sí, ¿qué dirá cuando el Times no publique nada? Sabrá que le ha engañado.

– No, pensará que el Times eliminó el artículo porque les ganamos de mano. Ocurre constantemente.

Bosch asintió de manera pensativa; entonces preguntó:

– ¿Qué quiere decir que está preparado para la ventana?

– Cada día publicamos una noticia con una foto en la cubierta. Lo llamamos la ventana porque está en el centro de la página, y porque la foto puede verse a través del cristal en las cajas de diarios de las calles. Es un lugar privilegiado.

– Bien.

Bosch estaba nervioso por el papel que iba a desempeñar el artículo.

– Si me joden con esto, no lo olvidaré -dijo McKenzie con tranquilidad.

Había cierta amenaza en el tono, la reportera dura saliendo a la palestra. Bosch levantó las manos, como si no tuviera nada que ocultar.

– No se preocupe. Tendrá la exclusiva. En cuanto detengamos a alguien, la llamaré a usted y sólo a usted.

– Gracias. Ahora, sólo para repasar otra vez las reglas, puedo citarle por su nombre en el artículo, pero no quiere salir en ninguna foto, ¿correcto?

– Sí. Podría tener que hacer algún trabajo secreto en esto. No quiero mi foto en el periódico.

– Entendido. ¿Qué trabajo secreto?

– Nunca se sabe. Sólo quiero mantener la opción abierta. Además, el inspector es mejor para la foto. Ha convivido con el caso más que yo.

– Bueno, creo que ya tengo lo que necesito de los recortes y de nuestra llamada de antes, pero todavía quiero sentarme con ustedes dos unos minutos.

– Lo que necesite.

– Listo -dijo Emmy, al cabo de unos minutos. La fotógrafa empezó a desmontar su equipo.

– Llama a la redacción -dijo la hermana-. Creo que ha habido un cambio y te quedas conmigo.

– Oh -dijo Emmy, a la que no pareció importarle.

– ¿Por qué no haces la llamada fuera mientras seguimos con la entrevista? -propuso McKenzie-. Quiero volver al periódico para escribir esto lo antes que podamos.

La periodista y Bosch se sentaron a la mesa con García mientras la fotógrafa iba a comprobar sus nuevas órdenes. McKenzie empezó por preguntarle a García qué le había enganchado del caso durante tanto tiempo que le hizo pasarlo a la unidad de Casos Abiertos. Mientras García daba una respuesta que se iba por las ramas acerca de los casos que perseguían a un detective, Bosch sintió una oleada de desprecio. Sabía lo que la periodista no sabía, que García, de manera consciente o inconsciente, había permitido que la investigación se desviara diecisiete años antes. El hecho de que al parecer García desconociera que su investigación había sido manipulada de algún modo era para Bosch el menor de los pecados. Si no mostraba corrupción personal o cesión a una presión de las altas esferas del departamento, cuando menos mostraba incompetencia.

Después de unas pocas preguntas más a García, la periodista desvió su atención a Bosch y le preguntó qué novedad había en el caso diecisiete años después.

– Lo principal es que tenemos el ADN del que disparó -dijo-. Nuestra División de Investigaciones Científicas conservó tejido y sangre hallados en el arma homicida. Esperamos que el análisis permita conectarlo con un sospechoso cuyo ADN ya esté en la base de datos del Departamento de Justicia, o usarlo en comparaciones para eliminar o identificar sospechosos. Estamos en el proceso de revisar a todos aquellos relacionados con el caso. El ADN de cualquiera que nos parezca sospechoso será cotejado con el que tenemos. Eso es algo que el inspector García no podía hacer en el ochenta y ocho. Esperamos que esto cambie las cosas esta vez.

Bosch explicó cómo el arma extrajo una muestra de ADN de la persona que la disparó. La periodista parecía muy interesada por la casualidad del caso y tomó detalladas notas.

Bosch estaba satisfecho. La pistola y la historia del ADN eran lo que quería que saliera en el periódico. Quería que Mackey leyera el artículo y supiera que su ADN ya estaba en el ordenador, que estaba siendo analizado y comparado.

Mackey sabía que una muestra suya ya estaba en la base de datos del Departamento de Justicia. La esperanza era que le hiciera sentir pánico. Quizás intentaría huir, quizá cometería un error y haría una llamada en la que discutiría el crimen. Un error era todo cuanto necesitaban.

– ¿Cuánto tardarán en tener resultados del Departamento de Justicia? -preguntó McKenzie.

Bosch se inquietó. Trataba de no mentir directamente a la periodista.

– Ah, es difícil de decir -respondió-. El Departamento de Justicia prioriza las solicitudes de comparaciones y siempre hay una demora. Deberíamos tener algo en cualquier momento a partir de ahora.

Bosch estaba satisfecho con su respuesta, pero entonces la periodista le lanzó otra granada a la madriguera.

– ¿Y la raza? -dijo-. Leí todos los recortes y parecía que nunca se mencionó nada en un sentido ú otro de que esta chica fuera mestiza. ¿Cree que eso intervino en el móvil de su asesinato?

Bosch echó una mirada a García y esperó que éste respondiera primero.

– El caso se exploró a fondo en ese sentido en mil novecientos ochenta y ocho -dijo García-. No encontramos nada que apoyara el ángulo racial. Por eso probablemente no estaba en los recortes.

La periodista se concentró en Bosch, buscando la opinión presente sobre la cuestión.

– Hemos revisado a conciencia el expediente del caso y no hay nada en él que apoye una motivación racial en el caso -dijo Bosch-. Obviamente vamos a revisar la investigación, de principio a fin, y buscaremos cualquier cosa que pueda haber desempeñado un papel en el móvil del crimen.

Bosch miró a Ward y se preparó para que ella no aceptara su respuesta y siguiera presionando. Sopesó la posibilidad de que la motivación racial flotara en el artículo. Eso podría mejorar las posibilidades de suscitar algún tipo de respuesta por parte de Mackey, pero también advertirle de lo cerca que estaban de él. Decidió dejar la respuesta tal cual. La periodista no insistió y cerró el cuaderno.

– Creo que tengo lo que necesito por ahora -dijo-. Voy a hablar con la señora Verloren y después tendré que darme prisa y redactar esto para que salga mañana. ¿Hay algún número en el que pueda localizarle, detective Bosch? Rápidamente, si es preciso.

Bosch sabía que ella lo tenía. Con reticencia le dio su número de móvil, sabiendo que significaba que en el futuro la periodista tendría una línea directa con él y la usaría en relación con cualquier caso o artículo. Era la última cuota a pagar en el trato que habían hecho.

Los tres se levantaron de la mesa y Bosch advirtió que Emmy Ward había vuelto a entrar en silencio en la oficina y se había quedado sentada junto a la puerta durante la entrevista. Él y García dieron las gracias por venir a las dos hermanas y se despidieron. Bosch se quedó en la oficina con García.

– Creo que ha ido bien -dijo García después de que se cerrara la puerta.

– Eso espero -dijo Bosch-. Me ha costado mi número de móvil. Tengo ese número desde hace tres años. Ahora tendré que cambiarlo y avisar a todo el mundo. Va a ser un grano en el culo, eso es lo que va a ser.

García no hizo caso de la queja.

– ¿Cómo está seguro de que ese tipo, Mackey, va a ver el artículo?

– No estamos seguros. De hecho creo que es disléxico. Puede que ni siquiera sepa leer.

La boca de García se abrió.

– Entonces ¿qué estamos haciendo?

– Bueno, tenemos un plan para asegurarnos de que se entere del contenido del artículo. No se preocupe, por eso. Lo hemos previsto. También hay otro nombre que ha surgido desde ayer. Un amigo de Mackey entonces y ahora. Se llama William Burkhart. Cuando usted estaba en el caso se le conocía como Billy Blitzkrieg. ¿Le suena?