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En el otro extremo de la sala, las cortinas estaban corridas en las ventanas de suelo a techo. Una única lámpara de escritorio iluminaba el despacho. Detrás de la mesa, Bosch vio a una mujer que aparentaba estar cercana a los setenta. Parecía menuda detrás de la enorme mesa de madera oscura. Tenía un rostro amable que a Bosch le dio esperanzas de poder salir del despacho con una aprobación de las escuchas telefónicas.

– Detectives, pasen y siéntense -dijo ella-. Lamento haberles hecho esperar.

– No hay problema, señoría -dijo Rider-. Le agradecemos que lo haya estudiado a fondo.

Bosch y Rider ocuparon sendas sillas delante del escritorio. La jueza no llevaba su toga negra; Bosch la vio en un colgador de la esquina. Junto a la pared había una fotografía enmarcada de Demchak con un magistrado del tribunal supremo notoriamente liberal. Bosch sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Luego vio otras dos fotografías enmarcadas en el escritorio. Una era de un anciano y un niño con palos de golf. Su marido y un nieto, quizá. La otra foto mostraba a una niña de unos nueve años en un columpio. Pero los colores se estaban desvaneciendo. Era una foto vieja. Quizás era su hija. Bosch empezó a pensar que la conexión con los niños podría establecer la diferencia.

– Parece que tienen prisa con esto -dijo la jueza-. ¿Hay alguna razón que la justifique?

Bosch miró a Rider y ella se inclinó hacia delante para responder. Era su jugada. Él sólo estaba como refuerzo y para enviar a la jueza el mensaje de que se trataba de algo importante. Los polis tenían que ser corporativistas en alguna ocasión.

– Sí, señoría, un par de razones -empezó Rider-. La principal es que creemos que mañana se publicará un artículo de periódico en el Daily News. Eso podría causar que el sospechoso, Roland Mackey, contactara con otros sospechosos (uno de los cuales figura en la orden) y hablará del asesinato. Como puede ver por la orden, creemos que hay más de un individuo implicado en este crimen, pero sólo tenemos a Mackey relacionado directamente con él. Si tenemos preparadas las escuchas cuando se publique el artículo de periódico podríamos lograr identificar al resto de los implicados a través de sus llamadas y conversaciones.

La jueza asintió, pero no los estaba mirando. Tenía los ojos fijos en los formularios de solicitud y autorización. Su expresión era seria y Bosch empezó a tener una mala sensación. Al cabo de unos segundos, ella dijo:

– ¿Y la otra razón para la prisa?

– Ah, sí -dijo Rider, simulando haberlo olvidado-. La otra razón es que creemos que Roland Mackey todavía podría estar implicado en actividades delictivas. No sabemos exactamente qué traman en este momento, pero creemos que cuanto antes empecemos a escuchar sus conversaciones antes podremos determinarlo y seremos capaces de impedir que alguien se convierta en víctima. Como puede ver por la solicitud, sabemos que ha estado implicado en al menos un asesinato. No creemos que debamos perder tiempo.

Bosch admiró la respuesta de Rider. Era una respuesta cuidadosamente concebida que podía poner mucha presión para que la jueza firmara la autorización. Al fin y al cabo, ella era una funcionaria elegida. Tenía que considerar las ramificaciones de que denegara la solicitud. Si Mackey cometía un delito que podría haberse impedido si la policía hubiera escuchado sus llamadas telefónicas, la jueza sería considerada responsable por parte de un electorado al que poco le importaría que ella hubiera tratado de salvaguardar los derechos personales de Mackey.

– Ya veo -dijo fríamente Demchak en respuesta a Rider-. ¿Y cuál es la causa probable para creer que está implicado en actividades delictivas en curso, puesto que no puede especificar un delito específico?

– Diversas cosas, jueza. Hace doce meses el señor Mackey terminó una condena de libertad condicional por un delito sexual e inmediatamente se trasladó a una nueva dirección donde su nombre no aparece en ninguna escritura ni contrato de alquiler. No dejó dirección de seguimiento a su anterior casero ni en la oficina postal. Está viviendo en la misma propiedad con un ex presidiario con el que ya había estado implicado en anteriores actividades delictivas documentadas. Por eso William Burkhart también consta en la solicitud. Y, como puede ver en la solicitud, está utilizando un teléfono que no está registrado a su nombre. Claramente está volando por debajo del radar, señoría. Todas esas cosas juntas trazan una imagen de alguien que toma sus precauciones para ocultar su implicación en actividades delictivas.

– O quizá sólo quiere evitar la intrusión del gobierno -dijo la jueza-. Sus argumentos siguen siendo muy débiles, detective. ¿Tiene alguna otra cosa? No estaría de más.

Rider miró de soslayo a Bosch, con los ojos bien abiertos. Estaba perdiendo la confianza de que había hecho gala en la sala de espera. Bosch sabía que lo había puesto todo en la solicitud y sus comentarios en la sala. ¿Qué quedaba? Bosch se aclaró la garganta y se inclinó para hablar por primera vez.

– La actividad delictiva previa en la que participó con el hombre con el que ahora vive eran delitos de odio, señoría. Estos tipos hirieron y amenazaron a mucha gente. Mucha gente.

Se acomodó en su asiento, con la esperanza de haber dado una vuelta de tuerca a la presión sobre la jueza Demchak.

– ¿Y hace cuánto tiempo que se produjeron esos delitos? -preguntó ésta.

– Fueron perseguidos a finales de los años ochenta -dijo Bosch-. Pero ¿quién sabe cuánto tiempo continuaron? La asociación de estos dos hombres obviamente ha continuado.

La jueza no dijo nada durante un minuto mientras parecía estar leyendo y releyendo la sección de resumen de la solicitud de Rider. Una lucecita roja se encendió en un lado de la mesa. Bosch sabía que significaba que lo que fuera que tuviera programado en su sala estaba listo para empezar. Todos los abogados y partes habían llegado.

Finalmente, la jueza Demchak negó con la cabeza.

– Simplemente no creo que haya motivos suficientes, detectives. Lo tienen con la pistola, pero no en la escena del crimen. Podría haber usado la pistola en los días o semanas anteriores al asesinato.

La magistrada hizo un ademán de desprecio a los papeles que tenía extendidos delante de ella.

– Este fragmento acerca de que robó en un drive-in donde les gustaba ir a la víctima y sus amigas es a lo sumo tenue. Realmente me ponen contra las cuerdas al pedirme que firme algo que no está aquí.

– Está ahí -dijo Bosch-. Sabemos que está ahí.

Rider le puso una mano en el brazo a Bosch para advertirle de que no perdiera los nervios.

– No lo veo, detective -dijo Demchak-. Me está pidiendo que le saque de apuros. No tienen suficiente causa probable y me está pidiendo que establezca la diferencia. No puedo hacerla. No tal como está.

– Señoría -dijo Rider-. Si no nos firma esto perderemos nuestra oportunidad con el artículo del periódico.

La jueza le sonrió.

– Eso no tiene nada que ver conmigo ni con lo que yo debo hacer aquí, detective. Ya lo sabe. Yo no soy un instrumento del departamento de policía. Soy independiente y he de tratar con los hechos del caso como se presentan.

– La víctima era mestiza -dijo Bosch-. Este tipo es un racista documentado. Robó la pistola que se utilizó para matar a una chica de razas mezcladas. La conexión está ahí.

– No es una conexión probatoria, detective. Es una conexión de inferencia circunstancial.

Bosch miró a la jueza un momento y ésta le devolvió la mirada.

– ¿Tiene hijos, señoría? -preguntó Bosch.

El rubor inmediatamente subió a las mejillas de la jueza.

– ¿Qué tiene que ver con esto?

– Señoría -intervino Rider-. Volveremos a usted con esto.

– No -dijo Bosch-. No vamos a volver. Lo necesitamos ahora, señoría. Este tipo ha estado en libertad diecisiete años. ¿Y si hubiera sido su hija? ¿Podría haber apartado la vista? Rebecca Verloren era sólo una niña.