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– Ahora bien, sabían que tenían al departamento tras sus pasos -dijo Bosch-. Quizás algunos de ellos continuaban operando, pero como un movimiento subterráneo.

– Como he dicho, cualquier cosa es posible.

– De acuerdo, así que tenemos a Ross junior supuestamente en Idaho y tenemos a Burkhart en Wayside. Los dos líderes. ¿Quién quedaba además de Mackey?

– Hay otros cinco nombres en el archivo. Ninguno de los nombres me decía nada.

– Por ahora es nuestra lista de sospechosos. Hemos de investigarlos y ver de dónde vinieron… Espera un momento, espera un momento. ¿Burkhart estaba todavía en Wayside? Dijiste que le cayó un año, ¿no? Eso significa que habría salido en cinco o seis meses a no ser que se metiera en problemas allí. ¿Cuándo ingresó exactamente?

Rider negó con la cabeza.

– No, tuvo que ser a finales de marzo o primeros de abril cuando ingresó en Wayside. No podría haber…

– No importa cuándo ingresó en Wayside. ¿Cuándo lo detuvieron? ¿Cuándo fue el asunto de la sinagoga?

– Fue en enero. Primeros de enero. Tengo la fecha exacta en el archivo.

– De acuerdo, primeros de enero. Dijiste que las huellas en una lata de espray lo vinculaban con Burkhart. ¿Cuánto tardarían en el ochenta y ocho, cuando probablemente todavía lo hacían a mano, una semana si era un caso caliente como éste? Si detuvieron a Burkhart a finales de enero y no presentó fianza…

Levantó las manos en alto, permitiendo que Rider terminara.

– Febrero, marzo, abril, mayo, junio -dijo ella con excitación-. Cinco meses. Si ganó créditos de tiempo podría fácilmente haber salido ¡en julio!

Bosch asintió. El sistema penitenciario del condado albergaba a internos que esperaban juicio o cumplían sentencias de un año o menos. Durante décadas el sistema había estado superpoblado y la población reclusa limitada a un máximo dictado por el juez. Esto resultó en la rutinaria liberación de internos a través de las ratios de reducción de condena que fluctuaban según la población penitenciaria de cada cárcel, pero que a veces llegaban hasta los tres días de reducción por cada uno cumplido.

– Esto tiene buen aspecto, Harry.

– Quizá demasiado bueno. Hemos de atarlo.

– Cuando volvamos, me meteré en el ordenador y descubriré cuándo salió de Wayside. ¿Qué tiene esto que ver con la escucha?

Bosch pensó un momento acerca de si deberían ralentizar las cosas.

– Creo que seguimos adelante con el pinchazo. Si la fecha de Wayside encaja, vigilaremos a Mackey y a Burkhart. De todos modos, asustaremos a Mackey porque es el débil. Lo haremos cuando esté en el trabajo y lejos de Burkhart. Si estamos en lo cierto, le llamará. -Se levantó-. Pero aún hemos de investigar los otros nombres, los otros miembros de los Ochos -añadió.

Rider no se levantó. Lo miró.

– ¿Crees que va a funcionar?

Bosch se encogió de hombros.

– Ha de funcionar.

Miró en torno a la oscura estación de tren. Comprobó caras y ojos, buscando a alguien que apartara rápidamente la mirada. En parte había esperado ver a Irving entre la multitud de viajeros. Don Limpio en escena. Eso era lo que Bosch solía pensar cuando Irving aparecía en la escena de un Crimen.

Rider se levantó. Tiraron las tazas vacías en una papelera y caminaron hacia las puertas principales de la estación. Cuando llegaron allí, Bosch miró detrás de ellos, buscando de nuevo a alguien que los estuviera siguiendo. Sabía que ahora tenía que considerar esas posibilidades. El lugar que veinte minutos antes le había parecido cálido y acogedor ahora le parecía sospechoso y ominoso. Las voces del interior ya no eran alegres susurros. Había un filo agudo en ellas. Sonaban enfadadas.

Cuando salieron, se fijó en que el sol se había desplazado detrás de las nubes. No iba a necesitar las gafas de sol en su paseo de vuelta.

– Lo siento, Harry -dijo Rider.

– ¿Por qué?

– Pensaba que tu vuelta sería diferente. Aquí estamos, es tu primer caso y el high jingo está por todas partes.

Bosch asintió cuando franquearon la puerta principal. Vio el reloj de sol y las palabras grabadas en granito debajo. Sus ojos se fijaron en la última línea,

Valor para actuar

– No tengo miedo -dijo-, pero ellos sí deberían tenerlo.

22

– Listo, para empezar -respondió el inspector García cuando Bosch le preguntó si estaba preparado.

Bosch asintió con la cabeza y se acercó a la puerta para dejar entrar a las dos mujeres del Daily News.

– Hola, soy McKenzie Ward -dijo la primera.

Obviamente era la periodista. La otra mujer llevaba una bolsa de cámara fotográfica y un trípode.

– Soy Emmy Ward -dijo la fotógrafa.

– ¿Hermanas? -preguntó García, aunque la respuesta era obvia por lo mucho que se parecían las dos mujeres: ambas de veintitantos, ambas rubias atractivas con amplias sonrisas.

– Yo soy la mayor -dijo McKenzie-, pero no por mucho.

Se estrecharon las manos.

– ¿Cómo acaban dos hermanas en el mismo diario, y luego en el mismo reportaje? -preguntó García.

– Yo llevaba varios años en el News y Emmy simplemente se presentó. No es tan difícil. Hemos trabajado mucho juntas. Los reportajes fotográficos se asignan al azar. Hoy trabajamos juntas, mañana tal vez no.

– ¿Le importa si sacamos las fotos antes? -preguntó Emmy-. Tengo otro encargo y he de irme en cuanto termine.

– Por supuesto -dijo García, siempre complaciente-. ¿Dónde me quieren?

Emmy Ward preparó una foto de García sentado a la mesa de reuniones con el expediente del caso delante de él. Bosch se lo había llevado como atrezo. Mientras se realizaba la sesión fotográfica, Bosch y McKenzie se quedaron a un lado charlando. Antes, habían hablado en profundidad por teléfono y ella había accedido al acuerdo. Si publicaba el artículo en el diario al día siguiente sería la primera de la fila para la exclusiva cuando detuvieran al asesino. McKenzie no había accedido con facilidad. García había actuado con torpeza al inicio, antes de ceder la negociación a Bosch. Bosch era lo bastante listo para saber que ningún periodista permitiría que el departamento de policía le dictara cuándo se publicaría un artículo o cómo se escribiría éste. De manera que Bosch se concentró en el cuándo, no en el cómo. Partía de la suposición de que McKenzie Ward podría escribir un artículo que sirviera a sus propósitos. Sólo necesitaba que se publicara en el periódico cuanto antes. Kiz Rider tenía una cita con una jueza esa tarde. Si se aceptaba la solicitud de la escucha, estarían preparados para actuar a la mañana siguiente.

– ¿Ha hablado con Muriel Verloren? -le preguntó la periodista a Bosch.

– Sí, estará allí toda la tarde y está preparada para hablar.

– Saqué los recortes y leí todo lo que se publicó en su momento (yo tenía ocho años entonces) y hay varias menciones al padre y a su restaurante. ¿Él también estará allí?

– No lo creo. Se fue. En cualquier caso es más una historia de la madre. Ella es la que ha mantenido la habitación de la hija sin tocarla durante diecisiete años. Dijo que puede hacer una foto allí si quieren.

– ¿En serio?

– En serio.

Bosch vio que McKenzie observaba la preparación de la foto con García. Sabía lo que estaba pensando. La madre en la habitación congelada en el tiempo sería una imagen mucho mejor que un viejo policía sentado ante su escritorio con una carpeta. La periodista miró a Bosch mientras empezaba a hurgar en su bolso.

– Entonces he de hacer una llamada para ver si puedo quedarme con Emmy.

– Adelante.

McKenzie salió de la oficina, probablemente porque no quería que García le oyera decirle a un jefe de redacción que necesitaba que Emmy se quedara en esa asignación porque tendría una foto mejor con la madre.

Volvió a entrar al cabo de tres minutos e hizo una señal con la cabeza a Bosch, que interpretó que Emmy iba a quedarse con ella para el artículo.