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NOTA HISTÓRICA

La crónica más importante sobre la Invasión Claudia que hemos heredado de los tiempos del Imperio son unas ochocientas palabras escasas redactadas por Casio Dio. Puesto que la escribió más de cien años después de los hechos que describe, Casio dependía de otras fuentes. Quién sabe lo precisas y detalladas que podrían haber sido esas fuentes, y resulta irritante que la sección de los Anales de Tácito relativa a la invasión se haya perdido. Sin embargo, la pérdida del historiador es la ganancia del novelista. Yo he creado mis relatos de Cato, Macro y Vespasiano manteniéndome lo más fiel posible a la crónica de Casio e incorporando tantas pruebas arqueológicas como fuera posible. Dicho esto, sería estupendo leer algún día sobre el descubrimiento de unos pocos huesos de elefante en lo más profundo de Essex…

A pesar de la parvedad del relato de Dio, no hay duda de que el éxito de la invasión no fue ni mucho menos un resultado que se hubiera previsto. El ataque al otro lado del Medway fue algo fuera de lo normal, puesto que la batalla duró dos días, lo cual da testimonio de la ferocidad con que los britanos resistieron el avance de las águilas. Las razones para la última parada en la otra orilla del Támesis son motivo de disputa entre los historiadores. Algunos aducen que los britanos eran una fuerza en decadencia tras su fracaso al defender los ríos y evitar que el enemigo los cruzara, y que aquel alto en el avance se produjo para permitirle a Claudio dirigir el asalto a Camuloduno en persona. Otros han argumentado que las tropas de Plautio realmente necesitaban refuerzos tras haber sido duramente castigadas por los nativos. Dada la precaria situación política del emperador, yo me inclino por la primera interpretación.

He tratado de no complicar la política tribal de los britanos para no hacer más lento el ritmo de la historia. En la época de la invasión romana del año 43 d. C., la isla estaba dividida en grupos de aliados inestables, y la mayoría de las tribus veían las arrolladoras victorias de los catuvelanios con creciente temor. Después de haber dominado a los trinovantes y de haber convertido la rica ciudad de Camuloduno en su capital, los catuvelanios estaban haciendo grandes avances al sur del Támesis. Cuando llegaron los romanos, a los catuvelanios les fue muy difícil reclutar a sus antiguos enemigos tribales para que formaran parte de las fuerzas de oposición a Roma. Como iban a ganar muy poco con la victoria de cualquiera de los dos bandos, muchas de las tribus retrasaron su incorporación a una alianza hasta que no estuvo claro quién iba a ser el vencedor.

Carataco ha sido vencido de nuevo y la capital de los nativos ha caído en manos de Roma. Pero la conquista de la isla está lejos de haber terminado. El caudillo britano sigue en libertad, incitando a las orgullosas tribus guerreras de la isla a que se resistan a los invasores. En ningún lugar la oposición es tan resuelta como en los territorios de las tribus del sudoeste, que, desde los refugios de sus enormes poblados fortificados, esperan con desdén a que los romanos lo hagan lo peor posible.

Cato y Macro sólo disponen de un breve respiro antes de que Vespasiano los conduzca de nuevo, junto a los soldados de la maltrecha segunda legión, hacia las formidables fortalezas de los britanos y hacia un nuevo y mortífero enemigo.

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