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– En primer término, creo que te debo una disculpa -dijo-. ¿Cómo sospechaste de Aziz? Me telefoneó para decirme que lo habías descubierto.

– Por algunos detalles -le expliqué-. Primero, es demasiado inteligente para este trabajo. Luego, la persona que llamó de Francia pidió hablar con él, lo que significaba que Nina le había pedido a Aziz que estuviera a su disposición.

Patrick Venables hizo una pausa.

– ¡Oh, cielos!

– ¿Puedo saber qué pasa?, ¿por qué dices eso?

– Ecurie Bonne Chance -prosiguió Patrick con energía- es un pequeño establo que dirige un entrenador francés menor. El propietario es Benjamín Usher.

– ¡Ah!

– La propiedad se localiza al sur de Belley, cerca del río Ródano. Los franceses no tienen nada en contra del lugar. Ha habido algunos caballos enfermos ahí, pero ninguno ha muerto.

– Muchas gracias.

– Nina nos ordenó de manera tajante que no interceptáramos tu camión al regresar. Espero que sepas lo que haces.

Yo también lo esperaba.

Llamé por teléfono a Guggenheim.

– No puedo prometer nada -le informé-, pero tome el vuelo hoy y traiga algo para transportar a un animal pequeño.

Las horas siguieron pasando muy despacio. Por fin, Lewis llamó a Isobel por la tarde y le avisó que habían cruzado en el transbordador y estaban saliendo de Dover.

Después de otra hora que transcurrió lentamente, Isobel y Rose se fueron a casa. Cerré la oficina, me dirigí al Fourtrak y puse en marcha el motor. La puerta del pasajero se abrió de improviso y Aziz se sentó a mi lado.

– Vas a buscar a Nina, ¿verdad? -preguntó.

– Sí -conduje a la salida del patio, salimos del pueblo y me encaminé cuesta arriba hacia un lugar desde donde podía verse todo Pixhill.

Después de un rato, un camión se acercó por la colina opuesta. Levanté un par de binoculares.

– Son ellos -indiqué-. Lewis y Nina.

El camión dio vuelta por un estrecho sendero que llevaba a las caballerizas de Benjamín Usher. Puse en marcha el Fourtrak y descendimos por la cuesta. Llegamos a la cuadra antes de que Lewis apagara el motor.

La cabeza de Benyi se asomó por la ventana del piso superior. Giró sus órdenes a los mozos de espuela con la energía acostumbrada; Lewis y Nina deslizaron la rampa. Me bajé de mi camioneta destartalada y los observé.

Guiado por Nina, el potro chocó los cascos al bajar de la rampa, tenía los ojos desorbitados y se alejó cojeando en manos del jefe de mozos de espuela. Benyi le preguntó a gritos a Lewis cómo había sido el viaje. Lewis respondió en voz alta:

– Todo salió bien -Benyi, aliviado, cerró su ventana.

Le pregunté a Nina:

– ¿Se detuvieron en algún lugar desde que salieron de Dover?

– No.

– ¡Qué bueno! Ahora ve con Aziz, ¿quieres?

Luego me acerqué a Aziz Nader y le hablé a través de la ventana del Fourtrak.

– Por favor, llévate a Nina a la granja. Tal vez encuentres a un hombre deambulando por los alrededores, carga una jaula para transportar animales. Se llama Guggenheim. Llévalo contigo a Centaur Care. Yo conduciré este camión y nos reuniremos ahí.

Lo dejé, me acerqué al camión mientras Lewis movía las rampas y las colocaba en su lugar. Subí al asiento del chofer. Lewis se sorprendió, aunque cuando le hice la seña para que ocupara el lado del pasajero, lo hizo sin demora.

Puse en marcha el motor, salimos lentamente de la caballeriza de Benyi y continuamos por el camino rumbo a casa de Michael. Frente a las rejas de la casa, justo en el lugar donde el sendero se ensanchaba un poco, me detuve en el acotamiento y frené con suavidad.

Lewis no se mostraba sorprendido en absoluto. Su actitud implicaba que los caprichos de los jefes tenían que tolerarse.

– Y dime, ¿cómo está el conejo? -pregunté como quien no quiere la cosa.

La expresión de su rostro le otorgó un nuevo sentido a la palabra "pasmado". Por un momento pareció como si el corazón le hubiera dejado de latir. Abrió la boca y, sin embargo, no pudo emitir el más mínimo sonido.

– Te diré todo lo que has estado haciendo -comenté-. Benyi Usher es el dueño de una caballeriza en Francia. El año pasado descubrió que los caballos se enfermaban de una fiebre extraña que transmitían las garrapatas. Pensó que sería una buena idea contagiar de la enfermedad a unos cuantos caballos aquí para quitar obstáculos de su camino y conseguir los triunfos que de otra manera no obtendría. El problema era cómo traer las garrapatas a Inglaterra. Primero intentaste hacerlo en jabón, que llevabas en una caja registradora adosada al camión que conducías en ese tiempo. Las garrapatas no sobrevivieron al viaje. Era necesario encontrar una nueva manera para transportarlas: un animal podía ser la solución. Tal vez un conejo. ¿Cómo voy?

Absoluto silencio.

– Te ocupabas de atender a los conejos de los Watermead. Perfecto. Pensaste que no extrañarían a uno o dos, pero sí lo hicieron. De todos modos, el año pasado, cuando conducías el camión para cuatro caballos de Pat, fuiste a Francia al Écurie Bonne Chance, el lugar que Benjamín Usher posee en las afueras de Belley, y le pasaste las garrapatas a un conejo. Lo trajiste de regreso y frotaste las garrapatas del conejo en dos caballos viejos que Benjamín tenía en un corral frente a la ventana del salón. Y aunque uno de ellos murió, tenían un cultivo floreciente de garrapatas en el otro, listas para transferirse al caballo que Benyi decidiera y al que tú pudieras acercarte al llevarlo a los hipódromos.

Me inquietó no saber cómo se vería una persona que estuviera a punto de sufrir un ataque al corazón.

– Empero, las garrapatas son impredecibles -continué- y, al final, es probable que simplemente desaparezcan, así que en agosto fuiste otra vez a Francia, en esa ocasión te llevaste el camión que Phil conduce ahora. Pero, entonces, todas las cosas salieron mal. La tapa se destornilló del tubo, tal vez debido a la vibración. Antes de que pudieras hacer algo, el conejo se cayó en el foso de inspección y murió. El Trotador lo arrojó a la basura con todo y las garrapatas.

Silencio sepulcral.

– De tal manera que en este año -continué con mi explicación- fuiste en el nuevo super seis a recoger los caballos de dos años de Michael Watermead y te llevaste a uno de sus conejos. Las garrapatas regresaron vivas y las transferiste al viejo caballo Peterman. Sólo que fue Marigold English quien recibió a Peterman, y no Benjamín Usher, y Peterman murió. Las garrapatas murieron en seguida. La temporada de pista plana está a punto de comenzar, así que te pusiste en marcha con el conejo para ir por el potro de Benyi Usher a Milán. En el camino de regreso te detuviste en el Écurie Bonne Chance. Dime, ¿qué apostarías a que en el recipiente entubado debajo del camión vamos a encontrar un conejo infestado con garrapatas?

Más silencio.

– ¿Por qué no pasaste las garrapatas directamente sobre el potro de Benjamín?

– Quiere que vuelva a correr cuando sus patas sanen.

La confesión brotó sin ningún esfuerzo. La voz de Lewis se escuchó ronca. Ni siquiera intentó protestar por su inocencia.

– Así que ahora -proseguí- vamos a llevar al conejo directamente a Centaur Care, donde aguardan los dos caballos viejos destinados a las caballerizas de Benyi. Esta vez no vas a tener que sacar el conejo del tubo a las once de la noche ni tampoco tendrás que golpearme en la cabeza cuando te atrape en el proceso.

– Yo nunca -reclamó furioso-, nunca te golpeé.

– Pero sí me tiraste al agua. Y fuiste tú el que mencionó: "Si con esto no le da gripe, ya nada lo hará enfermarse".

Una vez pasada cierta consternación, noté que Lewis había llegado a un estado de angustia en el que haría cualquier cosa por salvar el pellejo.

– Es que necesitaba ese dinero… -explicó-, lo quiero para la educación de mi hijo.

"Un golpe más, pensé, y pronto empezará a cantar".