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– Bill -dije, deseando contra toda esperanza que ella se limitara a decir: "Ah, claro".

– Bill-repitió Arlene sin comprender. Me fijé en que Sam se había acercado con discreción y nos escuchaba. Igual que Charlsie Tooten. Incluso Lafayette había sacado la oreja por la ventanilla.

– Bill-dije, tratando de sonar firme-. Ya sabes, Bill.

– ¿Bill Auberjunois?

– No.

– ¿Bill…?

– Bill Compton-intervino Sam con voz inexpresiva, justo cuando yo abría la boca para decir lo mismo: "Bill el vampiro".

Arlene se quedó pasmada. Charlsie Tooten soltó de inmediato un pequeño chillido y a Lafayette casi se le cae la mandíbula.

– Cielo, ¿no puedes salir con un chico humano normal? – me preguntó Arlene cuando recuperó la voz.

– Ningún chico humano normal me ha pedido salir. -Sentí que el color me encendía la cara. Permanecí allí, con la espalda bien tiesa, sintiéndome desafiante y también pareciéndolo. Y tanto que sí.

– Pero cariño -ululó Charlsie Tooten con su voz de cría-, cielo… Bill, eh, tiene ese virus.

– Ya lo sé-dije, apreciando la crispación de mi voz.

– Pensaba que ibas a decir que salías con un negro, pero has conseguido algo mejor, ¿eh, muchacha?-dijo Lafayette, jugueteando con su esmalte de uñas.

Sam no dijo nada. Se quedó de pie, apoyado en la barra, y se formaba una línea blanca alrededor de su boca como si se mordiera el labio por dentro.

Los miré uno a uno, obligándolos a aceptarlo o soltar lo que tuvieran que decir. Arlene fue la primera en superarlo:

– Qué se le va a hacer. ¡Será mejor que te trate bien o sacaremos las estacas!

Todos lograron reírse de ello, aunque fuera un poco.

– ¡Y te ahorrarás un montón en comida! -señaló Lafayette. Pero entonces, con un solo gesto, Sam lo fastidió todo, aquellos primeros pasos de aceptación. Se movió de repente hasta quedar delante de mí y me bajó el cuello del polo.

El silencio de aquellas personas, mis amigos, se podía cortar con un cuchillo.

– Oh, mierda-dijo Lafayette, en voz muy baja.

Miré a Sam con firmeza a los ojos, pensando que nunca lo perdonaría por hacerme eso.

– No toques mi ropa-le dije, alejándome de él y volviendo a colocarme bien el cuello-. No te metas en mi vida personal.

– Tengo miedo por ti, me preocupas-dijo, mientras Arlene y Charlsie encontraban con prontitud otras cosas en las que enfrascarse.

– No, no es verdad, al menos no del todo. Estás completamente loco. Muy bien, pues escúchame, amigo: nunca has tenido la menor posibilidad.

Me alejé rauda para limpiar la formica de una de las mesas. Después recogí todos los saleros y los rellené. Y después comprobé los pimenteros y las botellas de pimentón picante de cada mesa y reservado, y también la salsa de tabasco. Me limité a seguir trabajando y mantener la vista concentrada en lo que hacía, y poco a poco el ambiente se relajó.

Sam estaba en su despacho, haciendo algún papeleo o lo que fuera; no me interesaba mientras se guardara sus opiniones para sí. Aún me sentía como si al descubrir mi cuello hubiera descorrido la cortina de una parte privada de mi vida, y no le había perdonado. Pero Arlene y Charlsie habían encontrado tareas en las que ocuparse, como yo, y para cuando la clientela que salía de sus trabajos comenzó a llegar al bar, ya volvíamos a estar bastante cómodas las unas con las otras.

Arlene me acompañó al cuarto de baño de las chicas:

– Escucha, Sookie, tengo que preguntártelo. ¿Los vampiros son como todo el mundo dice? Me refiero como amantes.

Me limité a sonreír.

Esa noche Bill vino al bar, justo después de que oscureciera. Me había quedado trabajando hasta tarde, puesto que una de las camareras del turno de noche tuvo un problema con el coche. En un instante dado no estaba allí, y al siguiente sí, avanzando lento para que pudiera verlo aproximarse. Si Bill tenía dudas acerca de revelar en público nuestra relación, desde luego no las mostró. Me cogió la mano y la besó en un gesto que, de haberlo hecho cualquier otro, hubiera resultado demasiado falso. Sentí el contacto de sus labios sobre el dorso de mi mano y la sensación me recorrió todo el cuerpo hasta la punta de los pies. Y supe que él también se dio cuenta.

– ¿Qué tal se te está dando la noche? -susurró. Me hizo temblar.

– Un poco… -descubrí que no me salían las palabras.

– Ya me lo dirás más tarde -sugirió-, ¿cuándo sales?

– En cuanto llegue Susie.

– Ven a mi casa.

– Vale -le sonreí, sintiéndome radiante y mareada.

Bill me devolvió la sonrisa. Mi proximidad también debió de afectarle, porque sus colmillos estaban al descubierto, y es de suponer que para todos los presentes salvo para mí el efecto fue un tanto… inquietante.

Se inclinó para besarme, apenas un leve toque en la mejilla, y se giró con la intención de marcharse. Pero justo en ese instante, todo se fue al infierno.

Malcolm y Diane entraron, abriendo la puerta de golpe como si realizaran una aparición majestuosa y, por supuesto, así era. Me pregunté dónde estaría Liam. Probablemente estacionando el coche. Era mucho pedir que lo hubieran dejado en casa.

La gente de Bon Temps estaba acostumbrándose poco a poco a Bill, y el llamativo Malcolm y la igual de llamativa Diane causaron bastante revuelo. Mi primer pensamiento fue que esto no iba a ayudar a que la gente se habituara a Bill y a mí.

Malcolm vestía pantalones de cuero y una especie de camisa de cota de malla. Parecía salido de la cubierta de un disco de rock. Diane llevaba un body de una pieza de color verde lima, hecho de licra o de algún otro tejido elástico muy fino. Seguro que, de haber sentido interés por ello, hubiera podido contarle los pelos del pubis. Los negros no solían ir mucho a Merlotte's, pero si había una negra que estuviera por completo segura allí, esa era Diane. Vi que Lafayette la miraba con ojos desorbitados a través de su ventanilla, con franca admiración regada con una rociada de miedo.

Los dos vampiros gritaron con fingida sorpresa al ver a Bill, como borrachos enloquecidos. Por lo que pude deducir, Bill no se sentía feliz con su presencia, pero pareció tomarse su invasión con calma, como hacía con casi todo.

Malcolm besó a Bill en la boca, igual que Diane. Era difícil decir qué saludo resultó más ofensivo para los clientes del bar. Bill haría mejor en mostrar desagrado, y cuanto antes, pensé, si quería seguir a buenas con los habitantes humanos de Bon Temps.

Bill, que no era ningún tonto, dio un paso atrás y me rodeó con su brazo, distanciándose de los vampiros y poniéndose del lado de los humanos.

– Así que tu pequeña camarera sigue viva-exclamó Diane. Su cristalina voz se pudo oír en todo el bar-. ¿No es sorprendente?

– Asesinaron a su abuela la semana pasada -dijo Bill con serenidad, tratando de torpedear la intención de Diane de montar una escena.

Sus preciosos ojos castaños de loca se centraron en mí, y sentí frío.

– ¿Es cierto eso?-dijo, riéndose.

Hasta ahí podía llegar, ya nadie la perdonaría. Si Bill había estado buscando un modo de consolidarse, esa hubiera sido la escena que yo habría diseñado. Por otro lado, el disgusto que emanaba de los clientes del local podía provocar una reacción en contra que, además de a los renegados, también salpicara a Bill.

Aunque claro… para Diane y sus amigos, Bill era el renegado.

– ¿Y cuándo te va a asesinar alguien a ti, preciosa? -Me pasó una uña por la barbilla, y aparté su mano de un golpe. Se hubiera lanzado sobre mí de no ser porque Malcolm agarró su muñeca con despreocupación y casi sin esfuerzo. Pero percibí su esfuerzo por el modo en que la sostenía.

– Bill-dijo de manera casual, como si no estuviera tensando todos los músculos de su cuerpo para mantener a Diane a raya-, he oído que este pueblo está perdiendo a sus trabajadoras no cualificadas a una velocidad terrible. Y un pajarito de Shreveport me ha contado que tú y tu amiguita estuvisteis en el Fangtasía preguntando con qué vampiro podrían haber estado las colmilleras asesinadas. Ya sabes que esas cosas deben quedar entre nosotros, no son para nadie más-prosiguió Malcolm. De repente su rostro se tornó tan serio que resultaba en verdad aterrador-. A algunos no nos gusta ir a los… partidos de béisbol ni… -ahí estaba rebuscando en sus recuerdos algo desagradablemente humano, no me cupo la menor duda- ¡a barbacoas! ¡Somos Vampiros! -pronunció la palabra con majestuosidad, con glamour, y vi que muchas de las personas del bar estaban cayendo bajo su hechizo. Malcolm era lo bastante inteligente como para desear borrar la mala impresión que había dejado Diane, sin dejar de derramar desdén encima de todos nosotros.