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– ¿Alguna vez jugaste a "los médicos" con tu hermano? – me preguntó-. Ahora dicen que es normal, pero nunca olvidaré cuando mi madre molió a palos a mi hermano Robert tras encontrarlo entre las matas con Sarah.

– No -respondí, tratando de sonar natural, pero se me tensó el rostro y pude notar que se me hacía un nudo en el estómago.

– No estás diciendo la verdad.

– Sí que lo estoy. -Concentré la mirada en su barbilla, tratando de hallar algún modo de cambiar de tema, pero Bill era muy persistente.

– Entonces no con tu hermano. ¿Con quién?

– No quiero hablar de ello. -Cerré los puños y comencé a notar que me bloqueaba.

Pero Bill odiaba que lo evitaran. Estaba acostumbrado a que la gente le dijera todo lo que quería saber, porque siempre utilizaba el glamour para salirse con la suya.

– Cuéntame, Sookie-su voz trataba de engatusarme, sus ojos eran enormes estanques de curiosidad. Me pasó el pulgar por el estómago y me recorrió un escalofrío.

– Tuve un… tío cariñoso-dije, notando la familiar sonrisa tensa que se apoderaba de mis labios. Él arqueó sus oscuras cejas. No conocía la expresión. Expliqué, lo más distante que pude:

– Es un familiar adulto que abusa de sus… de los niños de la familia.

Sus ojos comenzaron a llamear. Tragó saliva; vi que se le agitaba la nuez. Le sonreí. Me aparté varias veces el pelo de la cara. No podía evitarlo.

– ¿Y alguien te hizo eso? ¿Cuántos años tenías?

– Oh, comenzó cuando yo era muy pequeña. -Mi respiración comenzó a acelerarse y mi corazón latió más rápido, las reacciones motivadas por el pánico que siempre regresaban al recordar. Subí las rodillas y las apreté una contra otra-. Tendría unos cinco años -balbucí, hablando cada vez más rápido-. Ya sé que puedes deducir que nunca me llegó a, eh… follar, pero hizo otras cosas. -Vi que mis manos temblaban delante de mis ojos, donde las había puesto para resguardarme de la mirada de Bill-. ¡Y lo peor, Bill, lo peor-añadí, incapaz de detenerme- es que cada vez que venía de visita, yo sabía lo que planeaba hacerme porque podía leerle la mente! ¡Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo! -Me llevé las manos a la boca para obligarme a callar. No debía hablar de ello. Me tumbé boca abajo para esconderme, y me quedé rígida por completo.

Largo rato después, noté la gélida mano de Bill en mi hombro. La dejó ahí, reconfortándome.

– ¿Esto fue antes de que murieran tus padres? -dijo con su siempre tranquila voz. Aún no podía mirarlo.

– Sí.

– ¿Se lo contaste a tu mamá? ¿No hizo nada?

– No. Pensó que tenía pensamientos sucios, o que había encontrado algún libro en la biblioteca con cosas que, según ella, yo aún no estaba preparada para saber. -Aún podía recordar su cara, enmarcada por una cabellera dos pizcas más oscura que mi tono de rubio. Su rostro estaba torcido por la repugnancia. Provenía de una familia muy conservadora, y rechazaba de plano cualquier muestra pública de afecto o cualquier mención de un tema que ella considerara indecente-. Me sorprende que ella y mi padre parecieran ser felices juntos -le expliqué a mi vampiro-. Eran tan distintos… -entonces comprendí lo ridícula que resultaba la frase. Me giré de lado-. Como si nosotros no lo fuéramos -le dije, tratando de sonreír. Su rostro seguía bastante rígido, pero vi que le temblaba un músculo del cuello.

– ¿Se lo contaste a tu padre?

– Sí, justo antes de que muriera. Cuando era más pequeña me daba demasiada vergüenza hablarle de eso, y mamá no me creía. Pero ya no podía soportarlo más, sabía que tendría que ver a mi tío abuelo Bartlett al menos dos fines de semana de cada mes cuando se pasara a visitarnos.

– ¿Todavía vive?

– ¿El tío Bartlett? Oh, claro. Es el hermano de la abuela, y la abuela era la madre de mi padre. El tío vive en Slireveport. Pero cuando Jason y yo nos trasladamos con la abuela, después de que murieran mis padres, la primera vez que vino el tío Bartlett a la casa me escondí. Cuando la abuela me encontró y me preguntó por qué lo hacía, se lo conté. Y me creyó.- Volví a sentir el alivio de aquel día, el hermoso sonido de la voz de mi abuela al prometerme que no tendría que ver nunca más a su hermano, y que nunca jamás vendría a casa.

– Y así fue. Cortó las relaciones con su propio hermano para protegerme. Ya había intentado lo mismo con la hija de la abuela, Linda, cuando era una niña, pero mi abuela había enterrado en su interior el incidente, despachándolo como un malentendido. Me contó que después de aquello nunca había permitido que su hermano se quedara a solas con Linda, y casi había dejado de invitarlo a su casa, aunque ella misma no había llegado a creerse que hubiera toqueteado las partes íntimas de su pequeña.

– ¿Así que también él es un Stackhouse?

– Oh, no. Verás, la abuela se convirtió en una Stackhouse cuando se casó, pero antes era una Hale -me sorprendió tener que explicarle eso a Bill. Era lo bastante sureño, a pesar de ser un vampiro, como para enterarse de una relación familiar sencilla como aquella. Bill parecía distante, a kilómetros de distancia. Le había desconcentrado con mi pequeña y sucia historia y, desde luego, también me había helado la sangre a mí misma-. Y ahora me marcho -dije, saliendo de la cama y tratando de recuperar mi ropa. Con tanta velocidad que ni pude verlo, él saltó del lecho y me arrancó la ropa de las manos.

– No me dejes ahora -dijo-. Quédate.

– Esta noche no soy más que una vieja llorona. -Dos lágrimas recorrieron mis mejillas mientras le sonreía. Sus dedos apartaron las gotas de mi rostro y su lengua limpió su rastro.

– Quédate conmigo hasta la aurora -dijo.

– Pero para entonces tendrás que meterte en tu escondrijo.

– ¿Mi qué?

– Donde sea que pasas el día. ¡No quiero saber dónde es! – alcé las manos para enfatizarlo-. Pero, ¿no tienes que meterte en él antes de que empiece a haber algo de luz?

– Oh-dijo-, me dará tiempo. Puedo sentir su proximidad.

– ¿Así que no se te puede olvidar?

– No.

– De acuerdo. ¿Me dejarás dormir un poco?

– Por supuesto, dentro de un rato -dijo, arrodillándose como un caballero, un gesto un poco fuera de lugar puesto que estaba desnudo. Mientras yo me tendía en la cama y alargaba mis brazos hacia él, añadió-: Al final.

Por supuesto, a la mañana me desperté sola en la cama. Permanecí allí un ratito, reflexionando. Ya había tenido pensamientos incómodos de vez en cuando, pero por primera vez los problemas de mi relación con el vampiro abandonaron su propio escondrijo e invadieron mi cerebro.

Nunca vería a Bill a la luz del día. Nunca le prepararía el desayuno, ni quedaría con él para comer (Bill llegaba a soportar verme ingerir comida, aunque no se puede decir que el espectáculo le entusiasmara; siempre me obligaba a lavarme los dientes a fondo justo después de comer, lo que no dejaba de ser una sana costumbre).

Nunca tendría un hijo suyo, lo que por un lado era agradable si pensabas que no hacía falta practicar ningún método anticonceptivo, pero…

Nunca le llamaría a la oficina para pedirle que de camino a casa comprara algo de leche. Nunca se uniría a los Rotarios, ni daría una charla en el instituto, ni sería entrenador de la Liga Infantil de Béisbol.

Nunca iría a la iglesia conmigo.

Y sabía que justo en aquel momento, mientras yo estaba allí tumbada despierta, escuchando los trinos matinales de los pájaros y los camiones que comenzaban a recorrer la carretera, mientras todas las gentes de Bon Temps se levantaban, hacían el café, hojeaban el periódico y organizaban su jornada, la criatura a la que amaba estaba en alguna parte, en un agujero bajo tierra, a todos los propósitos muerta hasta el anochecer.

Me sentía tan hundida que necesité pensar en algo positivo, mientras me limpiaba un poco en el baño y me vestía. Bill parecía preocuparse sinceramente por mí. Era algo bonito, aunque inquietante, no sabría decir hasta qué punto cuánto.