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– Nada. Como les dije antes, no la conozco mucho. En realidad no sé cómo se llevaba con su marido.

– Ah. -Jackson apretó los labios y se volvió a poner las gafas. Miró a su compañero-. ¿Estás listo, Lee? Este hombre parece estar helado. Tendría que volver a la casa y calentarse un poco. -Miró a Brophy-. Vaya a presentarle sus respetos a su conocida.

Jackson y Sawyer le dieron la espalda y caminaron hacia el coche.

El rostro de Brophy estaba rojo de furia. Miró un momento hacia la casa y después los llamó.

– Eh, está bien, ella recibió una llamada.

Los dos agentes se volvieron al unísono.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Sawyer. Le dolía la cabeza por la falta de cafeína y estaba cansado de escuchar a ese gilipollas-. ¿Qué llamada?

Brophy se acercó a ellos y les habló en voz baja sin dejar de espiar a hurtadillas la casa.

– Fue un par de minutos antes de que llegaran ustedes. El padre de Sidney atendió el teléfono y el que llamaba dijo que era Henry Wharton. -Los agentes le miraron intrigados-. Es el titular de Tylery Stone.

– ¿Y? -dijo Jackson-. Quizá llamaba para interesarse por ella.

– Sí, eso mismo creía yo, pero…

– Pero ¿qué? -preguntó Sawyer, furioso.

– No sé si estoy en libertad de decirlo.

La voz de Sawyer recuperó la normalidad, pero sus palabras sonaron mucho más amenazadoras que antes.

– Hace demasiado frío para estar aquí fuera escuchando gilipolleces, señor Brophy, así que le pediré muy amablemente que me dé la información, y será la última vez que se lo pida de esa manera. -Sawyer se inclinó sobre Brophy, que le miraba con el rostro demudado mientras el fornido Jackson le empujaba por detrás.

– Llamé a Henry Wharton al despacho mientras Sidney estaba hablando con ustedes. -Brophy hizo una pausa teatral-. Cuando le pregunté sobre la charla con Sidney, se mostró muy sorprendido. El no la había llamado. Y cuando ella salió del dormitorio después de atender la llamada, estaba blanca como el papel. Creí que se iba a desmayar. Su padre también se dio cuenta.

– Si el FBI llama a mi puerta el día del funeral de mi esposo, supongo que yo también me pondría malo -comentó Jackson, mientras abría y cerraba uno de sus puños gigantescos que hubiera dado cualquier cosa por descargar.

– Según el padre, ya tenía esa cara antes de que les avisara de su presencia. -Brophy se inventó esta parte, pero ¿y qué? No era la presencia del FBI en su casa lo que había puesto a Sidney Archer en ese estado.

Sawyer se irguió y miró la casa. Después miró a Jackson, que enarcó las cejas. Sawyer estudió el rostro de Brophy. Si el tipo les estaba engañando… Pero no, seguro que decía la verdad, o por lo menos casi toda la verdad. Era obvio que se moría de ganas por decir algo que bajara a Sidney Archer del pedestal. Al agente le daba igual la venganza personal de Paul Brophy. Le interesaba la llamada.

– Gracias por la información, señor Brophy. Si recuerda alguna cosa más aquí tiene mi número. Le dio al abogado una tarjeta y se marchó con Jackson.

Mientras conducían de regreso a la ciudad, Sawyer miró a su compañero.

– Quiero un servicio de vigilancia sobre Sidney Archer las veinticuatro horas del día. Y quiero que controlen todas las llamadas recibidas en su casa durante las últimas veinticuatro horas, empezando por la que mencionó el señorito.

– ¿Crees que era su marido el que llamó? -preguntó Jackson, que miraba a través de la ventanilla.

– Creo que ha tenido que ser algo muy fuerte para dejarla en ese estado. Incluso mientras hablábamos con ella, estaba como perdida. Muy perdida.

– Entonces, ¿ella cree que está muerto?

– Ahora mismo, yo no sacaría conclusiones. -Sawyer encogió los hombros-. La vigilaremos a ver qué pasa. Las tripas me dicen que Sidney Archer resultará ser una de las piezas básicas de este rompecabezas.

– Hablando de tripas, ¿no podríamos parar y comer algo? Estoy muerto de hambre. -Jackson miró los restaurantes a ambos lados de la calle.

– Caray, invito yo, Ray. Lo que quiera mi compañero. -Sawyer sonrió mientras entraba en el aparcamiento de un McDonald's.

Jackson miró a Sawyer con una expresión de disgusto fingido. Después, meneó la cabeza, cogió el teléfono del coche y comenzó a marcar.

Capítulo 31

El reactor Learjet dejaba una estela de vapor en el cielo. En la lujosa cabina, Philip Goldman, reclinado en su asiento, bebía una taza de té mientras la azafata retiraba la bandeja con los restos de la comida. Sentado frente a Goldman estaba Alan Porcher, el presidente y director ejecutivo del grupo RTG, el consorcio mundial con base en Europa. Porcher, un hombre atlético y bronceado, movía lentamente el vino de la copa que tenía en la mano al tiempo que observaba con atención al abogado.

– Tritón Global afirma tener pruebas concretas de que uno de sus empleados nos entregó unos documentos en una de nuestras instalaciones en Seattle. Supongo que no tardaremos en tener noticias de sus abogados. -Porcher hizo una pausa-. De tu bufete, desde luego; Tylery Stone. Qué gracia, ¿no?

Goldman dejó la taza de té y cruzó las manos sobre su regazo.

– ¿Y eso te preocupa?

– ¿Por qué no iba a hacerlo? -Porcher pareció sorprendido.

– Porque con respecto a esa acusación, tú no eres culpable -contestó el otro, sencillamente-. Qué gracia, ¿no?

– Sin embargo, me han contado algunas cosas sobre las negociaciones con CyberCom que me preocupan, Philip.

Goldman suspiró y se corrió hacia delante en el asiento.

– ¿Cuáles?

– Que quizá la compra de CyberCom se cierre mucho antes de lo que creíamos. Que tal vez no nos enteremos de la última oferta de Tritón. Cuando hagamos nuestra oferta, debo tener la seguridad de que será aceptada. No podré hacer una segunda oferta. Tal como están las cosas, supongo que CyberCom se inclinará por la oferta norteamericana -explicó el presidente de RTG.

Goldman ladeó un poco la cabeza mientras reflexionaba en las palabras de Porcher.

– No estoy tan seguro. Internet no tiene unas fronteras geopolíticas. Por lo tanto, ¿quién puede decir que la dominación no ocurrirá al otro lado del Atlántico?

Porcher bebió un trago de vino antes de replicar a este planteamiento.

– No; si las condiciones son iguales, el pacto acabará en Estados Unidos. Por lo tanto, debemos asegurarnos de que las condiciones sean claramente desiguales -afirmó Porcher, con una mirada dura.

Goldman se tomó un momento para limpiarse los labios con el pañuelo.

– Dime, ¿quién te ha suministrado esta información?

– Son cosas que trae el viento -replicó Porcher, con un ademán.

– No creo en vientos. Creo en los hechos. Y según los hechos, conocemos la última posición negociadora de Tritón. Hasta la última coma.

– Sí, pero Brophy ya no está en el ajo. No me sirven las noticias viejas.

– Claro que no. Como te he dicho, estoy muy cerca de resolver ese problema. Cuando lo haga, y lo haré, Tritón quedará fuera de juego y tú cerrarás la compra que te dará el dominio de las autopistas de la información.

– Sabes, Philip, a menudo me pregunto cuáles son tus razones en este asunto -comentó Porcher con una mirada intencionada-. Si, como espero y tú no dejas de prometer, compramos CyberCom, sin duda Tritón estará muy disgustada con tu bufete. Quizá se vayan a otra parte.

– Dios te oiga. -En el rostro del abogado apareció una expresión de añoranza mientras pensaba en esa posibilidad.

– Creo que me he perdido.

– Tritón Global es el cliente más importante de Tylery Stone -respondió Goldman con un tono pedante-. Tritón Global es el cliente de Henry Wharton. Por esa razón, Henry es el socio gerente. Si Tritón deja a la firma, ¿quién crees tú que será el socio que aportará al mejor cliente y, por lo tanto, será el sucesor de Wharton en el cargo?