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– Sabes una cosa, Frank, está muy bien que hayas abandonado el FBI.

– ¿Qué? -exclamó Hardy, asombrado.

– Eres demasiado elegante para seguir siendo agente del FBI.

Hardy se echó a reír al escuchar la réplica de su amigo.

– Por cierto, el otro día comí con Meggie. Una jovencita muy inteligente, además de bonita. Entrar en la facultad de Derecho de Stanford no es fácil. Llegará muy alto.

– A pesar de su padre, aunque no lo digas.

El ascensor llegó al último piso, se abrieron las puertas y salieron.

– Yo tampoco puedo presumir mucho con mis dos hijos, Lee, y tú lo sabes. No eres el único que se perdió demasiados cumpleaños.

– Creo que te ha ido mejor con los tuyos que a mí.

– ¿Sí? Bueno, Stanford no es barato. Piensa en mi oferta. Quizá te ayude a ganar puntos. Ya estamos.

Las puertas de cristal con el emblema del águila se abrieron automáticamente y entraron en la recepción. La secretaria de dirección, una mujer elegante con unos modales corteses y eficientes, anunció su llegado por el intercomunicador. Apretó un botón en el panel instalado en una consola de madera y metal que parecía más una escultura de arte moderno que una mesa escritorio, y les indicó una pared de ébano lacado. Una parte de ésta se abrió cuando se acercaron. Sawyer meneó la cabeza asombrado, como ya había hecho muchas veces desde que había entrado en el edificio.

Al cabo de unos momentos se encontraban en una habitación que se podía describir mejor como un centro de mando, con una pared cubierta de monitores de televisión, teléfonos y otros equipos electrónicos instalados en mesas brillantes y en las otras paredes. El hombre sentado detrás de la mesa colgó el teléfono y se volvió hacia ellos.

– El agente especial, Lee Sawyer, del FBI. Nathan Gamble, presidente de Tritón Global -dijo Hardy, que se encargó de la presentación.

Sawyer notó la fortaleza de Nathan Gamble cuando se dieron la mano. Los dos murmuraron los saludos habituales.

– ¿Ya tiene a Archer?

La pregunta pilló a Sawyer cuando estaba sentándose. El tono era claramente el de un superior a su subordinado, y fue más que suficiente para que se le erizaran todos los pelos de la nuca. Sawyer acabó de sentarse y se tomó un momento para observar a su interlocutor antes de responderle. Por el rabillo del ojo, vio la expresión aprensiva de Hardy, que permanecía muy rígido junto a la puerta. Sawyer se tomó unos instantes más para desabrocharse la chaqueta y sacar la libreta antes de mirar otra vez a Gamble.

– Quiero hacerle unas cuantas preguntas, señor Gamble. Espero no robarle demasiado tiempo.

– No ha contestado a mi pregunta. -La voz de Gamble sonó imperiosa.

– No, y no tengo la intención de hacerlo.

Los dos hombres cruzaron sus miradas hasta que Gamble miró a Hardy.

– Señor Gamble -dijo Hardy-. Es una investigación en curso. El FBI no acostumbra a hacer comentarios…

Gamble le interrumpió, impaciente, con un brusco movimiento de la mano.

– Entonces acabemos con esto cuanto antes. Tengo que tomar un avión dentro de una hora.

Sawyer no tenía muy claro qué deseaba más: darle un sopapo a Gamble, o a Hardy por aguantar estas tonterías.

– Señor Gamble, quizá Quentin y Richard Lucas tendrían que participar en esta entrevista.

– Entonces, quizá tendría que haberlo pensado antes de convocar esta reunión, Hardy. -Gamble apretó un botón de la consola-. Que Rowe y Lucas vengan aquí ahora mismo.

Hardy tocó el hombro de Sawyer para llamar su atención.

– Quentin es el jefe de la división donde trabajaba Archer. Lucas es el jefe de seguridad interna.

– Entonces, tienes razón, Frank. Quiero hablar con los dos.

Unos minutos más tarde, se deslizó el tabique y dos hombres entraron en los dominios privados de Nathan Gamble. Sawyer les echó una ojeada y enseguida descubrió quién era cada uno. La expresión severa, la mirada de reproche que dirigió a Hardy y el pequeño bulto junto a la axila izquierda señalaban a Richard Lucas como el jefe de seguridad de Tritón. El agente calculó que Quentin Rowe tendría unos treinta y tantos años. Rowe sonreía y sus grandes ojos castaños tenían una expresión soñadora. Sawyer decidió que Nathan Gamble no podía haber escogido a un socio más curioso. El grupo se sentó alrededor de una mesa de directorio que ocupaba uno de los rincones de la enorme oficina.

Gamble miró su reloj y después otra vez a Sawyer.

– Le quedan cincuenta minutos y el tiempo sigue corriendo, Sawyer. Espero que me diga algo importante. Sin embargo, siento que me espera una decepción. ¿O me equivoco?

Sawyer se mordió el labio y tensó los músculos, pero se negó a morder el anzuelo. Miró a Lucas.

– ¿Cuándo sospechó por primera vez de Archer?

Lucas se movió incómodo en la silla. Era obvio que el jefe de seguridad se sentía humillado por los últimos acontecimientos.

– La primera prueba definitiva fue el vídeo de Archer haciendo la entrega en Seattle.

– ¿El que consiguió la gente de Frank?

Miró a Lucas para pedirle la confirmación y el gesto del hombre no pudo ser más expresivo.

– Eso, eso. Aunque ya sospechaba de Archer antes de que grabaran el vídeo.

– ¿Ah, sí? -intervino Gamble-. No recuerdo que dijeras nada al respecto. No te pago todo eso dinero para que mantengas la boca cerrada.

Sawyer miró a Lucas. El tipo había dicho demasiado sin tener nada para respaldarlo. Pero el agente estaba obligado a seguir el juego.

– ¿Qué sospechas?

Lucas continuaba mirando a su jefe. La feroz reprimenda todavía resonaba en sus oídos. El jefe de seguridad se volvió para mirar a Sawyer con una mirada opaca.

– Quizá sea más una corazonada que otra cosa. Nada concreto en realidad. Sólo una intuición. A veces, eso es lo más importante, ya sabe.

– Lo sé.

– Trabajaba mucho. A las horas más insólitas. Su registro de horas de uso del ordenador es una lectura muy interesante, se lo aseguro.

– Yo sólo contrato gente dedicada a su trabajo -apuntó Gamble. El ochenta por cien de la gente trabaja entre setenta y cinco a noventa horas a la semana, todas las semanas del año.

– Veo que no saben lo que es estar de brazos cruzados -dijo Sawyer.

– Exijo a mi gente que trabaje duro, pero están bien compensados. Todos los gerentes a partir del nivel superior hasta el nivel ejecutivo de mi compañía son millonarios. Y la mayoría todavía no han cumplido los cuarenta. -Señaló con un gesto a Quentin Rowe-. No le diré cuánto recibió cuando le compré, pero si quisiera adquirir una isla en cualquier parte, construirse una mansión, traer un harén y disfrutar de un reactor privado, puede hacerlo cuándo quiera sin tener que pedir ni un céntimo y todavía le quedará suficiente dinero para mandar a sus biznietos a la universidad en limusina. Desde luego, no espero que un burócrata federal comprenda los matices de la libre empresa. Le quedan cuarenta y siete minutos.

Sawyer se prometió a sí mismo que nunca más dejaría a Gamble que se saliera con la suya.

– ¿Tienes confirmados los detalles de la estafa en el banco? -le preguntó a Hardy.

– Sí. Te pondré en contacto con los agentes que llevan el caso.

Gamble no aguantó más. Descargó un puñetazo sobre la mesa y miró a Sawyer como si fuera él personalmente quien le hubiese estafado el dinero.

– ¡Doscientos cincuenta millones de dólares! -Gamble se estremeció, rabioso.

Se produjo un silencio incómodo que Sawyer fue el primero en romper.

– Tengo entendido que Archer hizo instalar algunas medidas de seguridad adicionales en la puerta de su despacho.

– Así es -contestó Lucas, con el rostro pálido.

– Más tarde quiero echar una ojeada a su oficina. ¿Qué hizo instalar?

Todos los presentes miraron a Lucas. A Sawyer le pareció ver el sudor en las palmas de las manos del jefe de seguridad.

– Hace unos meses pidió que le instalaran un teclado numérico y un sistema de entrada de tarjeta inteligente con una alarma conectada a la puerta.