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– Y espero -manifestó Porcher, que señaló a Goldman- que en ese caso, los asuntos de RTG reciban la máxima atención por parte de la firma.

– Creo que eso te lo puedo prometer.

Porcher dejó a un lado la copa de vino y encendió un cigarrillo.

– Ahora dime cómo piensas resolver el problema.

– ¿Te interesa realmente el método, o sólo los resultados?

– Deslúmbrame con tu brillantez. Recuerdo que es algo que te hace disfrutar. Pero no te muestres demasiado profesional. Hace muchos años que salí de la universidad.

Goldman enarcó las cejas al escuchar el comentario de Porcher.

– Al parecer, me conoces muy bien.

– Eres uno de los pocos abogados que conozco que piensa como un empresario. Ganar es lo más importante. Que le den por el culo a la ley.

Goldman aceptó uno de los cigarrillos que le ofreció Porcher.

– Se acaba de producir un acontecimiento que nos da una oportunidad de oro, una información casi en tiempo real sobre la última propuesta de Tritón en las negociaciones. Sabremos cuál es la mejor y última oferta de Tritón incluso antes de que tenga la ocasión de comunicársela a CyberCom. Entonces, llegaremos nosotros unas horas antes, presentaremos nuestra oferta y esperaremos a que Tritón presente la suya. CyberCom la rechazará y tú serás el orgulloso propietario de una nueva y preciada joya para tu vasto imperio.

Porcher se quitó el cigarrillo de los labios y miró asombrado a su compañero.

– ¿Puedes hacerlo?

– Sí.

Capítulo 32

– Lee, te lo advierto, a veces es un poco duro, pero es su personalidad -dijo Frank Hardy, y miró a Sawyer, mientras caminaban por un largo pasillo después de salir del ascensor en el último piso del edificio de Tritón.

– Lo trataré con cuidado, te lo prometo, Frank. No acostumbro a ponerme guantes ingleses cuando trato con las víctimas.

Mientras caminaban, Sawyer analizó los resultados de las investigaciones hechas sobre Jason Archer en el aeropuerto. Sus hombres habían encontrado a dos trabajadores del aeropuerto que habían reconocido la foto de Jason Archer. Uno era el empleado de Western Airlines que había consignado su equipaje la mañana del diecisiete. El otro era un empleado de la limpieza que se había fijado en Jason cuando estaba sentado leyendo el periódico. Lo recordaba porque Jason no se había desprendido del maletín ni siquiera mientras leía el periódico o bebía el café. Jason había ido a los lavabos, pero el empleado no lo vio salir porque se había marchado a otra parte.

Los agentes no habían podido interrogar a la joven que había recogido las tarjetas de embarque, porque había sido una de las azafatas del trágico vuelo 3223. Muchas personas recordaban haber visto a Arthur Lieberman. Era uno de los pasajeros habituales en Dulles desde hacía muchos años. En resumen, información de poca utilidad.

Sawyer miró la espalda de Hardy; su amigo ahora caminaba deprisa por la gruesa y mullida moqueta. Entrar en el cuartel general del gigante tecnológico no había sido fácil. Los guardias de seguridad de Tritón se habían mostrado tan estrictos que incluso habían pretendido llamar al FBI para verificar el número de las credenciales de Sawyer. Hardy les había reprochado con tono bastante desabrido aquel trámite innecesario y que el veterano agente especial se merecía un respeto. Sawyer no había pasado nunca por una experiencia semejante y se lo comentó burlón a Hardy.

– Eh, Frank, ¿estos tipos guardan lingotes de oro o uranio aquí dentro?

– Digamos que son un poco paranoicos.

– Estoy impresionado. Por lo general, la gente se mea cuando nos presentamos. Estoy seguro de que se chotean de los inspectores de Hacienda.

– Un antiguo director de Hacienda es el que les lleva los asuntos de impuestos.

– Joder, estos tipos piensan en todo.

Sawyer sintió una vaga inquietud mientras pensaba en su trabajo. La información era la reina en estos tiempos. El acceso a la información estaba gobernado por y a través de los ordenadores. La ventaja del sector privado sobre el gobierno era tan grande que no había manera de reducirla. Incluso el FBI, que dentro del sector público contaba con la tecnología más moderna, estaba muy por debajo de la sofisticación tecnológica de la que disponía Tritón Global. Para Sawyer, esta revelación no era nada agradable. Sólo un imbécil no se daría cuenta de que los delitos informáticos empequeñecerían a todas las otras manifestaciones de la maldad humana, al menos en términos monetarios. Pero el dinero significaba muchísimo. Se traducía en trabajos, hogares y familias felices. O no. Sawyer se detuvo.

– ¿Te molestaría decirme cuánto te paga Tritón al año?

– ¿Por qué? -replicó Hardy, que se volvió para mirarlo-. ¿Piensas montar tu propio chiringuito e intentar robarme los clientes?

– Eh, sólo me interesaba por si algún día me decido a aceptar tu oferta de trabajo.

– ¿Lo dices en serio? -Hardy miró al agente con mucha atención.

– A mi edad, uno aprende que no debes decir nunca.

El rostro de Hardy mostró una expresión grave mientras consideraba las palabras de su antiguo compañero.

– Prefiero no entrar en detalles, pero Tritón paga una factura por encima del millón, sin contar el abono al servicio.

Sawyer abrió la boca en una expresión de asombro.

– Caray, supongo que te llevas una buena tajada al final del día, Frank.

– Sí. Y tú también te la llevarías si fueras inteligente y aceptaras mi oferta.

– Vale, sólo por curiosidad: ¿cuál sería el salario si me fuera contigo?

– Entre los quinientos y los seiscientos mil dólares el primer año.

Esta vez la boca de Sawyer casi tocó el suelo.

– Venga, Frank, no me jodas.

– Soy muy serio cuando se trata de dinero, Lee. Mientras haya criminales, nunca tendremos un mal año. -Los hombres reanudaron la marcha. Hardy añadió-: Piénsalo de todas maneras, ¿de acuerdo?

Sawyer se rascó la barbilla y pensó en las deudas cada vez mayores, las interminables horas de trabajo y su pequeño despacho en el edificio Hoover.

– Lo haré, Frank. -Decidió cambiar de tema-. ¿Así que Gamble es el tipo que lleva todo el espectáculo?

– De ninguna manera. Desde luego, es el jefe de Tritón, pero el verdadero genio tecnológico es Quentin Rowe.

– ¿Cómo es? ¿Un bicho raro?

– Más o menos. Quentin Rowe se graduó como el primero de su promoción en la universidad de Columbia. Ganó no sé cuántos premios en el campo de la tecnología mientras trabajaba en los laboratorios Bell, y después en Intel. Fundó su propia compañía de ordenador a los veintiocho años. Hace tres años era la empresa más avanzada en el campo informático y la más codiciada de la década cuando Gamble la compró. Fue una jugada brillante. Quentin es el visionario de la empresa. Es él quien insiste en la compra de CyberCom. No te diré que él y Gamble sean grandes amigos, pero forman un gran equipo y Gamble le hace caso si las ganancias son buenas. En cualquier caso, no se puede discutir que han tenido éxito.

– Por cierto -dijo Sawyer-, tenemos a Sidney Archer vigilada las veinticuatro horas del día.

– Creo que tu entrevista con ella despertó algunas sospechas.

– Más bien, sí. Pasó algo que la inquietó mucho cuando llegamos allí.

– ¿Qué fue?

– Una llamada telefónica.

– ¿De quién?

– No lo sé. Rastreamos la llamada. La hicieron desde una cabina pública en Los Ángeles. El que la hizo puede estar en Australia a estas horas.

– ¿Crees que fue su marido?

– Nuestra fuente dice que la persona le dio otro nombre al padre de Sidney Archer cuando atendió el teléfono. Y nuestra fuente dice que Sidney Archer parecía como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza después de la llamada.

Hardy utilizó una tarjeta inteligente para abrir la puerta de un ascensor privado. Mientras subían al último piso, Hardy aprovechó la ocasión para arreglarse el nudo de la corbata y quitarse una mota del pelo. El traje de mil dólares le sentaba muy bien. Los gemelos de oro brillaban en los puños de la camisa. Sawyer contempló la figura de su ex compañero y después se miró en el espejo. La camisa, aunque limpia y planchada, tenía el cuello rozado, y la corbata era una reliquia de la década pasada. Para colmo, su eterno tupé se destacaba como un pequeño periscopio. Sawyer adoptó un falso tono de seriedad para dirigirse al elegante Hardy.