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– ¿Quentin? -dijo Sidney con toda la sorpresa que pudo fingir.

Rowe miró a Sidney y después a Charlie con una expresión de sospecha.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó sin disimular el disgusto.

– Vine a ver a Kate. Habíamos hablado antes. Tiene algunas cosas de Jason. Efectos personales que quería devolverme.

– Nada puede salir del recinto sin una autorización previa -replicó Rowe, tajante-. Y mucho menos nada que perteneciera a Jason.

– Ya lo sé, Quentin -dijo Sidney sin vacilar.

La respuesta sorprendió a Rowe. Sidney miró a Charlie, que observaba a Rowe con cara de pocos amigos.

– Charlie me avisó, aunque no con la misma grosería que tú. Y no quiso dejarme pasar a la zona restringida porque todos sabemos que va en contra de las normas de seguridad de la compañía.

– Perdóname si he estado grosero. Últimamente he tenido que soportar muchas presiones.

– ¿Y ella, no? -La voz de Charlie, en la que se mezclaban el enojo y la incredulidad, sonó tensa-. Acaba de perder al marido.

Sidney intervino antes de que Rowe pudiera replicar.

– Quentin y yo ya hemos discutido ese tema, Charlie, en una conversación anterior. ¿No es así, Quentin?

Rowe pareció encogerse bajo la mirada de Sidney. Decidió cambiar de tema. Una vez más miró a Sidney con aire acusador.

– Me pareció oír un ruido.

– A nosotros también -replicó Sidney en el acto-. Precisamente en el momento en que entraba en el lavabo. Charlie fue a echar una ojeada. Supongo que tú lo escuchaste a él y a la inversa. Pensaba que no había nadie en las oficinas, pero estabas tú. -El tono de la joven le devolvió la acusación.

– Soy el presidente de esta compañía -afirmó Rowe, irritado-. Puedo estar aquí a cualquier hora y no es asunto de nadie lo que yo haga.

– No me cabe la menor duda -dijo Sidney, que sostuvo la mirada de Quentin hasta que le obligó a bajarla-. Sin embargo, supongo que estarías trabajando en cosas de la empresa y no en nada personal, aunque ya haya pasado el horario normal. Te lo digo como representante legal de la compañía.

En circunstancias normales, ella nunca se hubiese atrevido a decir estas cosas a un cliente del bufete.

– Desde luego que estaba trabajando para la compañía -tartamudeó Rowe-. Conozco muy… -Se interrumpió bruscamente cuando Sidney se acercó a Charlie y le estrechó la mano.

– Muchas gracias, Charlie. Las reglas son las reglas.

Rowe no vio la mirada que ella le dirigió al guardia, y que hizo aparecer una sonrisa de agradecimiento en el rostro de Charlie.

Mientras ella se alejaba, Rowe le dio las buenas noches, pero Sidney no le contestó, ni siquiera le miró. En cuanto Sidney desapareció en el ascensor, Rowe miró furioso a Charlie, que caminaba hacia la puerta.

– ¿Dónde va? -preguntó.

– Tengo que hacer la ronda -contestó Charlie con calma-. Es parte de mi trabajo. -Abrió la puerta y se dispuso a salir-. Por cierto, para evitar confusiones, en el futuro avíseme cuando esté en el edificio. -Apoyó una mano en la cartuchera-. No queremos que se produzca ninguna desgracia, ¿sabe? -Rowe se puso pálido mientras miraba el arma-. Si escucha más ruidos, avíseme, ¿de acuerdo, señor Rowe? -En cuanto le volvió la espalda, Charlie sonrió.

Rowe permaneció junto a la puerta inmerso en sus pensamientos. Después dio media vuelta y volvió a su oficina.

Capítulo 21

Lee Sawyer observó el pequeño edificio de apartamentos de tres pisos, ubicado a unos ocho kilómetros del aeropuerto internacional Dulles. Los residentes disfrutaban de un gimnasio completo, una piscina de tamaño olímpico, jacuzzi y una gran sala de fiestas. Era el hogar de muchos profesionales jóvenes solteros que se levantaban temprano para sumarse a la lenta corriente de tráfico que se dirigía al centro. El aparcamiento estaba lleno de Beemer, Saabs y algún que otro Porsche.

Sawyer estaba interesado en sólo uno de los ocupantes de esta comunidad. No se trataba de un joven abogado, un ejecutivo de ventas o el poseedor de un máster. El agente habló unos segundos por su radiotransmisor. Había otros tres agentes sentados con él en el coche. Apostados alrededor de la zona había otros cinco equipos de agentes del FBI. Un pelotón del equipo de rescate de rehenes del FBI, con uniformes negros, también se acercaba al objetivo de Sawyer. Un batallón de policías respaldaba a los agentes federales. Había mucha gente inocente en la zona, y se estaban tomando todas las precauciones posibles para asegurar que si alguien resultaba herido, éste fuera el hombre al que Sawyer consideraba responsable de la muerte de casi doscientas personas.

El plan de ataque de Sawyer seguía al pie de la letra el manual del FBI. Lanzar una fuerza abrumadora sobre un objetivo completamente desprevenido, una fuerza tan grande, en una situación totalmente controlada, que hacía inútil cualquier resistencia. Controlar la situación significaba también controlar el resultado. Al menos es lo que decía la teoría.

Cada uno de los agentes llevaba una pistola semiautomática de calibre 9 mm con cargadores extras. En cada equipo de agentes había uno que llevaba una escopeta semiautomática Franchi Law12 y otro iba provisto de un fusil de asalto Colt. Los miembros del equipo de rescate llevaban armas automáticas de grueso calibre, la mayoría dotadas con miras láser electrónicas.

Sawyer dio la señal y los equipos avanzaron. En menos de un minuto los miembros del equipo de rescate alcanzaron la puerta del apartamentó 321. Otros dos equipos cubrieron la otra vía de escape, las dos ventanas traseras del apartamento que daban a la piscina. Los francotiradores ya estaban apostados allí con las miras láser fijas en las aberturas gemelas. Después de escuchar durante unos segundos tras la puerta del 321, los agentes la reventaron y se lanzaron a través de la abertura. Ningún disparo perturbó la tranquilidad de la noche. Al cabo de un minuto, Sawyer recibió la señal de todo despejado. Él y sus hombres subieron a la carrera las escaleras del edificio. El jefe del equipo de rescate recibió a Sawyer.

– ¿El nido está vacío? -preguntó Sawyer.

– Tanto da. Alguien se nos adelantó -respondió el otro. Movió la cabeza en dirección al pequeño dormitorio en el fondo del apartamento.

Sawyer caminó deprisa hacia el cuarto. El frío fue como una puñalada entre los omoplatos; era como estar dentro de un congelador. La luz del dormitorio estaba encendida. Tres miembros del equipo de rescate miraban el reducido espacio entre la cama y la pared. Sawyer miró a su vez y se le cayó el alma a los pies.

El hombre yacía boca abajo. Las múltiples heridas de bala en la espalda y la cabeza se veían con toda claridad, como también el arma y los doce casquillos desparramados por el suelo. Sawyer, con la ayuda de dos miembros del equipo, levantó el cadáver con muchas precauciones, y lo puso de lado durante un segundo antes de devolverlo exactamente a la misma posición de antes.

Sawyer se levantó meneando la cabeza.

– Que la policía traiga a un médico, y quiero al equipo forense ya -dijo por el radiotransmisor.

Sawyer miró el cadáver. Bueno, al menos el tipo no sabotearía más aviones, aunque doce balazos no parecían castigo suficiente para lo que había hecho el hijo de puta. Pero un hombre muerto no puede hablar. Sawyer salió del cuarto, con el radiotransmisor bien sujeto en la mano. En el vestíbulo desierto vio que el aire acondicionado estaba puesto a frío máximo. La temperatura en el apartamento rondaba el bajo cero. Anotó la marca de temperatura y después, con la punta del lápiz para no destruir cualquier posible huella digital, giró la perilla hacia la marca de calor. No permitiría que sus hombres se congelaran mientras investigaban la escena del crimen. Deprimido, se apoyó en la pared. Aunque había sabido desde el principio que las posibilidades de encontrar al sospechoso en el apartamento no eran muchas, el hecho de haberlo encontrado asesinado señalaba claramente que alguien le llevaba un par de pasos de ventaja al FBI. ¿Había una filtración en alguna parte, o el asesinato formaba parte de un plan general? Sawyer rogó para que la desventaja se redujera lo antes posible.