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Mingliaotsé se aleja entonando sus canciones. De noche se detiene en una hostería, y allí hay una mujer bien vestida que atisba por la puerta. Gradualmente se acerca la mujer y comienza astutamente a coquetearle. Mingliaotsé piensa para sus adentros que esta mujer debe ser un mal espíritu, y sigue sentado a solas.

– Soy un hada -dice la mujer- y he venido a salvarte porque sé que has tratado muy empeñosamente de aprender el Tao. Además, tuve una cita contigo en nuestra encarnación anterior. No dudes de mí, por favor. Te acompañaré a la Tierra Encantada.

Mingliaotsé recuerda que cuando Lü Ch'engtsé aprendía el Tao en Chingshan, fue engañado así por una tentadora, y quedó finalmente esclavizado por un mal espíritu. Perdió el ojo izquierdo, y murió sin poder lograr el Tao. Hasta los clásicos consideran que el fracaso de Lü Ch'engtsé se debió a su falta de dominio de la mente, y a la existencia de deseos malignos. Es natural que, cuando los duendes y los espíritus de los zorros tientan a alguien, destruyan su vida, y por ende se les debe evitar. Pero si hasta los sabios y los santos pueden errar y ser engañados de tal modo, ha de ser porque no alcanzaron a dominar su mente y conservar su espíritu. Mingliaotsé sigue, pues, tan austero como antes, y la mujer desaparece repentinamente. ¿Quién podrá saber si era un duende o un espíritu de los zorros o una tentadora?

Durante más de tres años sigue Mingliaotsé sus viajes, ambulando por el mundo, casi por el mundo entero. Todo lo que ve con sus ojos o escucha con sus oídos y toca con su cuerpo, y todas las diferentes situaciones y encuentros son empleados por él para el fin de preparar su mente. Y por eso no resulta enteramente sin beneficios este viaje de vagabundo.

Vuelve entonces y se construye una choza en las colinas de Szeming, y no la abandona ya.

CAPITULO XII. EL GOCE DE LA CULTURA

I. BUEN GUSTO EN EL CONOCIMIENTO

La meta de la educación, la cultura, es simplemente el desarrollo del buen gusto en el conocimiento y las buenas formas en la conducta. El hombre culto o el hombre educado ideal no es necesariamente un hombre que ha leído o aprendido mucho, sino aquel a quien gustan y disgustan las cosas que le deben gustar y disgustar. Saber qué se debe amar y qué se debe odiar es tener buen gusto en el conocimiento. Nada exaspera tanto como conocer en una reunión a una persona cuya mente está atestada de fechas y datos históricos y que se halla muy enterada de las cuestiones corrientes en Rusia o Checoeslovaquia, pero cuya actitud o punto de vista es erróneo. He conocido personas así, y he visto que no había tema que pudiera surgir en el curso de la conversación sobre el cual no tuvieran algunos hechos o cifras que presentar, pero cuyos puntos de vista eran deplorables. Estas personas tienen erudición, pero no discernimiento, y tampoco gusto. La erudición es simplemente cuestión de atestar hechos o información, en tanto que el gusto o el discernimiento es cuestión de juicio artístico. Al hablar de un sabio, los chinos distinguen entre la erudición, la conducta, y el gusto o discernimiento. ( [70])

Así ocurre, particularmente, con respecto a los historiadores; un libro de historia puede estar escrito con la más detallada erudición, pero carecer de visión o discernimiento, y en su juicio o interpretación de personas y hechos de la historia el autor puede demostrar falta de originalidad o de profundidad de comprensión. Solemos decir que un autor así no tiene gusto en el conocimiento. Estar bien informado, o acumular hechos y detalles, es la cosa más fácil. En un período histórico dado hay muchos hechos que pueden ser metidos fácilmente en la mente, pero el discernimiento en la selección de los hechos significativos es una cosa sumamente más difícil, y depende del punto de vista de cada uno.

Un hombre educado, pues, es el que tiene los amores y los odios justos. Esto es lo que llamamos gusto, y con el gusto viene el encanto. Tener gusto o discernimiento requiere capacidad para pensar las cosas hasta el fondo, independencia de juicio y resistencia a ser engañado por cualquier forma de embeleco: social, político, literario, artístico o académico. No hay duda que en nuestra vida adulta estamos rodeados por una cantidad de embelecos o farsas: de fama, de riqueza, patrióticos, políticos; hay poetas de farsa, políticos de farsa, dictadores de farsa y psicólogos de farsa. Cuando un psicoanalista nos dice que la realización de las funciones intestinales durante la infancia tiene una relación definida con las ambiciones y la agresividad y el sentido del deber en la edad madura, o que la constipación produce, a la larga, tacañería de carácter, todo lo que puede hacer un hombre de gusto es sentirse divertido. Cuando un hombre se equivoca, bien, se equivoca, y no hay necesidad de que nadie se impresione o quede pasmado por un gran nombre o por el número de libros ha leído él y nosotros no conocemos.

El gusto, pues, está íntimamente asociado con la valentía, los chinos siempre asocian shih con tan, y la valentía o independencia de juicio, como sabemos, es virtud muy rara la humanidad. Vemos esta valentía o independencia intelectual durante la infancia de todos los pensadores y escritores que después han llegado a algo. Estas personas se niegan a que les guste un poeta determinado aunque sea la grande sensación de su época; pero cuando en realidad les gusta un poeta, pueden decir que les gusta, y esto es debido a su juicio íntimo. Esto es lo que llamamos gusto en literatura. También se niegan a prestar su aprobación a la escuela corriente de pintura, si choca con sus instintos artísticos. Esto es gusto en el arte. También se niegan a quedar impresionados por una filosofía de moda o una teoría reciente, aunque las respalde el más grande de los nombres del momento. No se dejan convencer por ningún autor hasta que se convencen en lo íntimo; si el autor les convence, tiene razón el autor, pero si no les puede convencer, son ellos quienes tienen razón y no el autor. Esto es gusto en el conocimiento. No hay duda de que esta valentía intelectual o independencia de juicio requiere cierta confianza infantil, trivial, en sí mismo, pero ese yo es lo único a que se puede a aferrar uno, y en cuanto un estudiante renuncia a su derecho al juicio personal ya está destinado a aceptar todos los embelecos de la vida.

Confucio parece haber pensado que la erudición sin pensamiento era más peligrosa que los pensamientos sin el apoyo de la erudición; fue él quien dijo: "Pensar sin aprender nos hace caprichosos, y aprender sin pensar es un desastre." Debe haber visto buen número de estudiantes del último tipo en sus días para pronunciar esta advertencia, una advertencia muy necesaria en las escuelas modernas. Es bien sabido que la educación moderna y los modernos sistemas escolares, en general, tienden a alentar la erudición a expensas del discernimiento, y consideran el acaparamiento de información como un fin en sí mismo, como si una gran suma de erudición pudiera formar a un hombre educado. Pero ¿por qué se desalienta, en la escuela, a quien quiere pensar? ¿Por qué ha torcido y falseado el sistema educacional la placentera búsqueda de conocimientos para convertirla en un mecánico, medido, uniforme y pasivo amontonamiento de informaciones? ¿Por qué concedemos más importancia al conocimiento que al pensamiento? ¿Cómo damos en decir que un universitario es un hombre educado, sólo porque ha cumplido las unidades u horas de estudio necesarias en psicología, historia medieval, lógica y "religión"? ¿Por qué hay clasificaciones y diplomas en las escuelas, y cómo ha podido suceder que en el ánimo del estudiante las clasificaciones y los diplomas lleguen a ocupar el lugar de la verdadera meta de la educación?

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[70] Hsiieh (erudición); hsing (conducta); shih o shihchien (discernimiento o verdadera visión). El shih, o capacidad de visión en la historia o los hechos contemporáneos, puede ser más alto en una persona que en otra. Esto es lo que llamamos "poder de interpretación", o visión interpretativa.