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La lectura, pues, no es un acto simple; tiene dos caras: el autor y el lector. La ganancia neta proviene tanto de la contribución del lector, por medio de su propia visión íntima y su experiencia, como del autor mismo. Con respecto a las Analectas de Confucio, el confucianista Ch'eng Yich'uan, de la época de Sung, dijo: "Hay lectores y lectores. Algunos leen las Analectas y sienten que nada ha ocurrido; a algunos complacen uno o dos renglones, y otros comienzan a sacudir las manos y a danzar inconscientemente".

Considero que el descubrimiento del autor favorito es para cada uno el acontecimiento más crítico en el desarrollo intelectual. Hay algo que se llama afinidad de espíritus, y entre los autores de los tiempos antiguos y modernos debe tratar uno de encontrar a aquél cuyo espíritu sea semejante al suyo. Sólo de esta manera se puede obtener algo realmente bueno de la lectura. Hay que ser independiente y buscar a los maestros. Nadie puede decir quién será el autor favorito de cada uno; quizá no lo pueda decir el mismo lector. Es como el amor a primera vista. No se puede decir al lector que ame a este o aquel autor; pero cuando ha encontrado el autor que ama, lo sabe por una especie de instinto. Conocemos casos famosos de descubrimientos de autores. Hay sabios que han vivido en edades diferentes, separados por muchos siglos, pero con modos de pensar y de sentir tan semejantes que al reunirse en las páginas de un libro parecían ser una sola persona que encontraba su propia imagen. En la fraseología china decimos de estos espíritus semejantes que son reencarnaciones de la misma alma, como se decía de Su Tungp'o que era una reencarnación de Tschuangtsé o de T'ao Yüan-ming, ( [73]) y de Yüan Chunglang que era una reencarnación de Su Tungp'o. Su Tungp'0 dijo que cuando por primera vez leyó a Tschuangtsé tuvo la sensación de que desde la niñez había estado pensando las mismas cosas y asumiendo los mismos puntos de vista. Cuando Yüan Chunglang descubrió una noche a Hsü Wench'ang, un autor contemporáneo a quien no conocía, en un librito de poemas, saltó de la cama y llamó a gritos a su amigo, y su amigo empezó a leer y gritóla su vez, y luego ambos leyeron y gritaron de tal modo que el sirviente quedó muy intrigado. George Eliot dice que su primera lectura de Rousseau fue un choque eléctrico. Nietzsche sintió lo mismo acerca de Schopenhauer, pero Schopenhauer era un maestro enojadizo y Nietzsche un discípulo de mal talante, y era natural que el alumno se rebelara más adelante contra el maestro.

Sólo esta clase de lectura, este descubrimiento del autor favorito, puede hacer bien. Como un hombre que se enamora a primera vista, todo es como debe ser. La novia tiene la estatura exacta, el rostro exacto, el cabello del color exacto, la voz de exacta calidad, y la forma exacta de hablar y sonreír. Lo mismo ocurre con el autor: su estilo, su gusto, su punto de vista, su modo de pensar, son exactamente lo que se esperaba encontrar. Y luego el lector procede a devorar cada palabra y cada línea que escribe el autor, y como hay una afinidad espiritual, absorbe y digiere todo lo que lee. El autor ha puesto su magia sobre él, y a él le alegra estar bajo el sortilegio, y, con el tiempo, su voz y sus modales y la manera de sonreír y de hablar se van haciendo como las del autor. Así se impregna en su amante literario y de sus libros extrae el sustento para el alma. Al cabo de unos años desaparece el sortilegio y se cansa un poco de este amante y busca otros amantes literarios, y una vez que ha tenido tres o cuatro y lo ha devorado completamente surge él mismo como autor. Hay muchos lectores que nunca se enamoran, como esos jóvenes o esas jóvenes que coquetean mucho y son incapaces de sentir un cariño profundo por una persona particular. Pueden leer todos y cualquier autor, y jamás consiguen arribar a algo.

Tal concepto del arte de leer destruye por completo la idea de la lectura como deber u obligación. En China, se alienta a menudo a los estudiantes a que "estudien amargamente". Hubo un famoso sabio que estudiaba amargamente y que se clavaba un punzón en la pantorrilla cuando se dormía de noche mientras estudiaba. Hubo otro que hacía que una sirvienta estuviera a su lado mientras él estudiaba, de noche, para despertarle cada vez que se dormía. Esto es una insensatez. Si alguien tiene un libro ante los ojos y queda dormido mientras un sabio autor antiguo le está hablando, hace bien en irse a la cama. Ni el pinchazo de un punzón en la pantorrilla ni las sacudidas de la sirvienta le harán bien alguno. Un hombre así ha perdido todo sentido del placer de la lectura. Los sabios que valen algo no saben qué quiere decir "estudiar con empeño". Aman los libros y los leen porque no pueden evitarlo, nada más.

Resuelta esta cuestión, también se da respuesta a la del momento y el lugar en que se debe leer. No hay momento ni lugar especiales para leer. Cuando se tiene ánimo de leer, se debe leer en cualquier parte. Si se conoce el goce de la lectura, se leerá en la escuela o fuera de ella, y a pesar de todas las escuelas. Se puede estudiar así en las mejores escuelas. Tseng Kuofán, en una de las cartas a su familia, al referirse al deseo expresado por uno de sus hermanos menores de ir a la capital y estudiar en una escuela mejor, respondió que: "Si se tiene deseo de estudiar, se puede estudiar en una escuela de campo, o aun en un desierto o una calle llena de gente, y hasta como leñador o porquero. Pero si no se tiene deseo de estudiar, entonces no solamente es inadecuada para el estudio la escuela de campo, sino también una quieta casa de campo o una isla de hadas." Hay personas que adoptan posturas importantes frente al escritorio cuando quieren leer un poco, y se quejan luego de que no pueden leer porque el cuarto está demasiado frío, o la silla es muy dura, o muy fuerte la luz. Y hay escritores que se quejan de no poder escribir porque hay demasiados mosquitos, o porque el papel es demasiado brillante, o mucho el ruido de la calle. El gran sabio Sung llamado Ouyang Hsiu confesó los "tres en" donde hacía sus mejoras obras escritas: en la almohada, en el lomo de un caballo y en el toilet. Otro famoso sabio Ch'ing, Ku Ch'ienli, era conocido por su costumbre de "leer clásicos confucianos desnudo" en verano. En cambio, si no nos gusta leer, hay una buena razón para no leer en ninguna de las estaciones del año:

Estudiar en primavera es una traición;

Y del sueño es el estío la mejor razón;

Si el invierno apresura al otoño, no estudies

Hasta que la primavera sea la nueva estación.

¿Qué es, pues, el verdadero arte de la lectura? La respuesta, muy sencilla, consiste en tomar un libro y leer cuando se tiene ánimo. Para gozarla cabalmente, la lectura debe ser del todo espontánea. Toma uno un volumen de Lisao o de Ornar Khayyam, y se va de la mano de su amor a leer a la orilla de un río. Si hay buenas nubes en el cielo, se puede leer las nubes y olvidar los libros, o leer los libros y las nubes a la vez. A ratos, una buena pipa o una buena taza de té hace el momento más perfecto. O acaso en una noche nevosa, sentado ante el fuego, cuando canta una marmita de agua en el hogar y hay una buena bolsa de tabaco al alcance de la mano, uno reúne diez o doce libros de filosofía, economía, poesía, biografía, y los apila en el diván, y después, holgazanamente, los hojea y se enfrasca suavemente en aquel que más atrae su atención en ese momento. Chin Shengt'an considera que uno de los más grandes placeres de la vida es leer un libro prohibido tras puertas cerradas y en una noche de nieve. El ánimo para leer ha sido perfectamente descrito por Ch'en Chiju (Meikung): "La gente antigua llamaba «volúmenes flojos» y «volúmenes suaves» a los libros y pinturas; por lo tanto, el mejor estilo para leer un libro o abrir un álbum es el estilo holgazán." Con este ánimo, se tiene paciencia para todo. Ya lo dice el mismo autor: "El verdadero maestro tolera errores de impresión cuando lee historia, tal como un buen viajero tolera los malos caminos al trepar una montaña, o quien va a contemplar la nieve tolera un puente muy frágil, o quien elige vivir en el campo tolera la gente vulgar, o quien se dedica a mirar las flores tolera el mal vino."

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[73] Su Tungp'o realizó la hazaña de escribir un conjunto de poemas con las rimas empleadas por T'ao en sus poemas completos, y al fin de la colección de Poemas de Su sobre Rimas de T'ao dijo de sí mismo que era la reencarnación úe T'ao, «quien admiraba por sobre todos los demás predecesores.