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– «Rule, Rule» -repitió el señor Baker mientras estrechaba la mano de Trevor-. ¡Claro, Empresas Rule! He visto carteles suyos por todas partes. Constructor, ¿no es así?

– Sí, acabo de crear la empresa.

– No podría haber empezado en mejor sitio -afirmó Baker-. Antes esto era una ciudad tranquila, donde nunca pasaba nada. Lo único que había aquí era la desmotadora. Pero las cosas han ido cambiando. Se hizo socio de la Cámara de Comercio la semana pasada, ¿verdad?

– Sí, efectivamente.

– Me alegro. Yo formo parte del comité.

Mientras tenía lugar esa conversación, los ojos de la señora Baker pasaban alternativamente de Trevor a Kyla y de Kyla a Trevor. Era obvio que estaba ansiosa por obtener alguna información, como si tuviera un detector de radar en la frente.

– ¿Vosotros dos ya os conocíais antes?

¿Antes de qué?, Kyla no llegó a averiguarlo porque Trevor intervino en ese instante.

– Tienen que perdonarnos. Hay una persona al otro lado de la sala que quiere conocer a Kyla. Señora Baker, señor Baker.

Trevor inclinó la cabeza educadamente a modo de despedida; Kyla esbozó una sonrisa insulsa y dejó que él la sacara de allí.

– Sé que te hace sentir incómoda.

– ¿Qué?

– Que te vean conmigo.

– No se trata de eso. Lo que me fastidia es lo que estarán pensando -reconoció ella.

– ¿Y qué crees que estarán pensando?

– Ya sabes, cosas del estilo «ya era hora de que la viudita empezara a dejarse ver de nuevo». O «es muy pronto todavía como para que empiece a salir otra vez». Esta noche, mis padres se comportaban como si estuvieran ansiosos por «colocar» a la hija mayor para empezar a buscar marido a las otras seis.

Trevor se echó a reír.

– No era para tanto.

– ¿Ah, no?

– No. Tú eres más tímida que yo en ese sentido.

– No te habría culpado si hubieras salido corriendo.

– Pues todavía estoy aquí.

Lo dijo con tanto énfasis que Kyla se sintió aún más incómoda. Para evitar tener que mirarlo, paseó la vista por la sala abarrotada de gente.

– Me siento como si las personas que conozco desde que era pequeña se hubieran convertido en espías y cotillas.

– Puedes perder mucho tiempo y energía preocupándote de lo que piensa y dice la gente a tus espaldas.

Ella suspiró.

– Ya lo sé. Para ti tampoco debe resultar muy divertido. ¿No tienes la sensación de estar expuesto en un escaparate y de que todo el mundo te observa?

Él se puso serio.

– No te preocupes por mí. Lo que piense la gente me trae sin cuidado. Lo que no quiero es que tú te sientas a disgusto. Ésa es la única razón de que haya sacado el tema a colación.

– Tú y yo sabemos que en realidad esto no es una cita. Y me gustaría que los demás también lo supieran.

– Aparte de anunciarlo en el micrófono, ¿qué más puedo hacer para hacérselo saber?

Para empezar, podría quitar la mano que tenía en su espalda, pensó Kyla, porque ya habían atravesado la sala llena de gente, y él no había retirado la mano, una presión cálida y firme en su espalda.

Y también podría disipar los rumores poniéndose a hablar con otros invitados. Así como estaban, sus figuras recortadas en la luz del atardecer que se colaba por los ventanales, con la cara de Trevor inclinada hacia ella y manteniendo una conversación seria, debían dar a todo el mundo la impresión de que lo que decían era muy personal, confidencial. Y así le parecía también a ella.

Se movió para dar un sorbo a su tónica, pero en realidad lo hizo para poner algunos centímetros de distancia entre ellos. Trevor tomó también un trago de su whisky.

– ¿Te sentirías mejor si te dijera que estás fantástica? -preguntó él.

Ella acarició el borde del vaso con el dedo.

– No, creo que no.

– De acuerdo. Entonces mejor no te digo que tu vestido es de infarto.

Ella levantó los ojos hacia su cara y vio la sonrisa socarrona. Su propia sonrisa, rígida, plástica, la que se ponía en las ocasiones como aquélla, se volvió genuina.

– Gracias por no mencionarlo.

– Quizá deberíamos ir yendo hacia el comedor -anunció él-. Algunas personas ya se están dirigiendo hacia allí para localizar su mesa.

De camino al comedor saludaron a una pareja formada por un banquero bastante joven y su mujer. Lynn y Ted Haskell eran nuevos en Chandler y no conocían la historia de Kyla. Trevor se la presentó simplemente como «una amiga». Ella disfrutó de la conversación mientras cenaban.

Trevor estaba atento a todas sus necesidades: si necesitaba la sal, si tenía mantequilla para el pan, agua en el vaso, café… Ella se dejaba cuidar. Con Aaron, las comidas eran como batallas. Ataque y retroceso. A veces, cuando terminaba, ni siquiera recordaba lo que había comido, sólo que había picado algunos trozos mientras empapaba la leche que su hijo había derramado encima de la mesa y le limpiaba la boca llena de churretes.

– ¿No te ha gustado la comida? -preguntó Trevor mientras el camarero retiraba el plato de Kyla, completamente limpio.

Ella se ruborizó con la broma y se rió, como reprobando su propio comportamiento.

– Estaba buenísimo, sobre todo porque he podido comer tranquila y en paz. Cenar con Aaron no es precisamente relajante. Casi te corto tu filete entero en pedacitos. Si un día empiezo a hurgar en tu regazo para ponerte la servilleta, tú haz como si nada.

Él parpadeó, perplejo. Luego sonrió y se inclinó hacia ella para hablarle.

– Kyla, si empiezas a hurgar en mi regazo, me va a resultar imposible hacer como si nada.

Ella quería morirse. Tenía las mejillas al rojo vivo. Sentía punzadas en los dedos de manos y pies a causa del incremento repentino del flujo sanguíneo. Nunca se había sentido tan violenta.

– Quería… quería decir…

– Sé lo que querías decir -él notó lo mortificada que estaba y le apretó la mano-. ¿Quieres más café?

Ella no hizo más comentarios y se acomodaron en sus sillas para asistir a la presentación. Después de la proyección del vídeo, los oradores se explayaron interminablemente, exaltando las virtudes de Chandler en particular y de la parte norte de la región central de Texas en general.

– ¿Cansada? -susurró Trevor inclinándose hacia ella.

Kyla había intentado sin éxito disimular un bostezo.

– No, no. Es muy interesante.

– Mientes fatal -le dijo al oído. Ella se rió-. ¿Quieres que nos marchemos?

– ¡No! -exclamó. Sabía lo importante que era para él esa noche. Estaba allí para ver y para dejarse ver.

– Podemos escabullirnos.

– No. Estoy bien. En serio.

– ¿Segura?

Ella asintió con la cabeza.

– ¿Segura segura?

Kyla volvió a asentir.

– Eres adorable.

Ella levantó los ojos hacia él. La mirada de Trevor era cálida, apremiante.

– He dejado escapar ese bostezo para ver si prestabas atención.

Lentamente, él se retiró y se acomodó de nuevo en su asiento. Kyla tragó saliva. Miró a su alrededor con ansiedad, se preguntaba si alguien se habría fijado en sus murmullos. Vio la cara llena de expectación de la señora Baker y apartó la vista rápidamente.

Sus ojos se posaron en el banquero y su mujer. La mano de Lynn reposaba sobre el muslo de Ted. Éste le acariciaba distraídamente el dorso. Kyla sonrió ante aquella muestra de intimidad no consciente, del tipo que surgía instintivamente. Esas muestras de afecto que decían tanto pero de las que luego uno no se acordaba.

«Richard y yo solíamos intercambiar ese tipo de caricias continuamente».

Su mente experimentó una sacudida. Llevaba varias horas sin acordarse de Richard. Se sintió muy culpable. ¿Qué le pasaba?

Se concentró en el recuerdo de Richard, en su cara, su sonrisa, su risa tan alegre, hasta que el último de los oradores concluyó su perorata. Trevor y ella se despidieron y fueron los primeros en marcharse. Apenas habían llegado al coche cuando empezó a llover.

– ¿Te gustaría ir a tomar un café o un postre? -preguntó Trevor una vez de camino.