– ¿Del FBI? -pareció preocupado y comenzó a removerse en la silla-. A Tess le ha pasado algo, ¿verdad?
– Sé que ya se lo habrá explicado todo a los agentes, pero¿le importaría repetirme cómo conoció a la señorita McGowan, señor…?
– Finley. Me llamo Will Finley. Conocí a Tess el fin de semana pasado.
– ¿El fin de semana pasado? Así que no eran amigos desde hacía mucho tiempo. ¿Le enseñó ella alguna casa?
– ¿Cómo dice?
– La señorita McGowan era agente inmobiliario. ¿Le enseñó alguna casa el fin de semana pasado?
– No. Nos conocimos en un bar. Pasamos… pasamos la noche juntos.
Maggie se preguntó si sería mentira. Tess McGowan no le había parecido muy aficionada a los bares. Además, suponía que tenía más o menos su edad. No podía imaginar que se detuviera a mirar dos veces a aquel muchacho. A menos que intentara vengarse de su novio, aquel relamido tipo del club de campo. Pero, naturalmente, tampoco podía imaginarse a Tess McGowan con un individuo al que el agente Tully consideraba un gilipollas y un arrogante. Pero entonces se dio cuenta de que no se había molestado en conocer mejor a Tess McGowan. Sin embargo, estaba segura de que Will Finley no tenía nada que ver con su desaparición. Ahora se alegraba de no haber arrancado a Tully del almuerzo con su hija.
– ¿Qué le ha pasado a Tess? -preguntó Will Finley. Parecía sinceramente preocupado.
– A lo mejor deberías decírnoslo tú -dijo secamente Manx detrás de Maggie.
– ¿Cuántas veces se lo tengo que decir? Yo no le he hecho nada. No la he visto desde el lunes. Ni siquiera me ha devuelto las llamadas. Estaba preocupado por ella -se pasó una mano temblorosa por la cara.
Maggie se preguntó cuánto tiempo llevaba allí. Parecía exhausto y con los nervios deshechos. Sabía que, tras muchas horas escuchando las mismas preguntas, en la misma habitación, sentado en la misma postura, hasta el más inocente podía desplomarse.
– Will -aguardó de nuevo a que la mirara-, no estamos seguros de qué le ha pasado a Tess, pero ha desaparecido. Tal vez tú puedas ayudarnos a encontrarla -él la miró como si no supiera si creerla o si era un truco-. ¿Hay algo que puedas recordar? -continuó ella, manteniendo la voz pausada y firme, a diferencia de Manx-. ¿Alguna cosa que puedas decirnos que nos ayude a encontrarla?
– No estoy seguro. Quiero decir que, en realidad, no la conozco muy bien.
– Pero sí lo suficiente como para follártela, ¿eh? -dijo Manx, insistiendo en hacer el papel de poli malo.
Maggie no le hizo caso, pero Will Finley lo miró fijamente y se removió, inquieto, en la silla. Manx tenía razón al decir que el chico ocultaba algo. Pero no porque le hubiera hecho daño a Tess, sino porque su aventura era posiblemente secreta.
– ¿Dónde pasasteis la noche juntos?
– Mire, conozco mis derechos, y sé que no tengo por qué contestar a sus preguntas -parecía haberse puesto a la defensiva. Maggie no podía reprochárselo, sobre todo teniendo en cuenta que Manx lo trataba como si fuera sospechoso de algo.
– No, no tiene que contestar a mis preguntas. Pero pensaba que tal vez querría ayudarnos a encontrar a Tess -Maggie intentó persuadirlo suavemente.
– No sé de qué va a servirles saber dónde, cuándo o cómo pasamos la noche.
– Oye, chaval, te tiraste a una tía madurita. Deberías estar deseando contarnos los detalles.
Maggie se levantó y miró fijamente a Manx, intentando mantener la calma y refrenar su impaciencia.
– Detective Manx, ¿le importa que hable un momento a solas con el señor Finley?
– No creo que sea buena idea.
– ¿Y eso por qué?
– Bueno… -Manx vaciló, intentando inventar una excusa. Maggie casi podía oír el chirrido de los herrumbrosos engranajes de su cabeza-. Puede que sea peligroso que se quede a solas con él.
– Soy una experimentada agente del FBI, detective Manx.
– Pues no va vestida como tal, agente O'Dell -dijo él, deslizando morbosamente la mirada sobre su cuerpo.
– ¿Sabe qué le digo? Que me arriesgaré con el señor Finley -miró a los agentes-. Caballeros, ustedes podrán certificar mis palabras.
Manx vaciló un momento y al fin les indicó a los dos agentes que salieran de la habitación. Salió tras ellos, pero no sin antes lanzarle a Finley una mirada de advertencia.
– Le pediría disculpas por la actitud del detective Manx, pero eso sería como intentar excusar su comportamiento, y, sinceramente, no creo que su comportamiento tenga excusa.
Volvió a sentarse con un suspiro y se frotó distraídamente los ojos. Cuando alzó la mirada hacia Will Finley, éste le estaba sonriendo.
– Acabo de darme cuenta de quién es usted.
– ¿Cómo dice? -preguntó Maggie.
– Usted y yo tenemos un amigo en común.
La puerta se abrió de nuevo, y Maggie se levantó de un salto, lista para echar a Manx. Pero no era Manx, sino uno de los agentes. Parecía azorado por tener que interrumpir.
– Perdone, pero el abogado del chico acaba de llegar. Insiste en verlo antes de que le hagan más preguntas y…
– No deberían hacerle ninguna pregunta en absoluto -dijo una voz desde el pasillo-. Al menos, no sin la presencia de su abogado -Nick Morrelli pasó junto al agente y entró en la habitación. Sus ojos se toparon de inmediato con los de Maggie, y su ofuscación dio paso a una sonrisa-. Por Dios, Maggie. Tenemos que dejar de vernos así.
Capítulo 52
Harvey recibió a Nick en la puerta con un gruñido amenazador, sacando los dientes y replegando el labio superior. Maggie sonrió al ver la cara de sorpresa de Nick, a pesar de que lo había puesto sobre aviso.
– Ya te he dicho que tenía mi propio guardaespaldas. Abajo, Harvey. La verdad es que sólo vivimos juntos temporalmente -acarició la cabeza del perro, y el animal comenzó a mover el rabo-. Harvey, éste es Nick. Nick es de los buenos.
Nick extendió la mano con cierta aprensión para que el perro se la olfateara. Unos segundos después, Harvey pareció decidir que merecía tratamiento de rey y pegó el hocico a su entrepierna. Maggie se echó a reír y tiró del collar de Harvey. Nick parecía más divertido que azorado.
– Ya veo que también le has enseñado a investigar otras cosas.
Su comentario sorprendió a Maggie desprevenida. Llevó a Harvey al cuarto de estar, confiando en que Nick no advirtiera su turbación.
– Me mudé la semana pasada. Casi no tengo muebles todavía. Anoche a última hora empecé a quitar las fundas de los muebles.
– Esta casa es increíble, Maggie -dijo él al entrar en el sobrio y ver el jardín-. Está muy aislada. ¿Es segura?
Ella levantó la mirada del sistema de alarma que estaba reactivando.
– Tan segura como cualquiera. Cunningham me tiene vigilada las veinticuatro horas del día. ¿No has visto una furgoneta de la televisión por cable ahí abajo, en la calle? Dice que es para atrapar a Stucky, pero sé que cree que así podrá protegerme.
– No pareces muy convencida.
Ella se abrió la chaqueta para mostrarle la sobaquera en la que llevaba el revólver.
– Esto es lo único que me convence últimamente.
Él sonrió.
– Me pones a cien cuando me enseñas la pistola.
Su inocente flirteo hizo que Maggie se sonrojara. Al instante, apartó la mirada. Maldición. Odiaba que la sola presencia de Nick hiciera que se le acelerara el pulso. ¿Habría sido un error invitarlo? Tal vez debería haberle dicho que volviera a Boston con Will.
– Voy a ver si podemos cenar algo. No tengo más que lo básico -se retiró a la cocina, preguntándose qué haría si Nick iba más allá del flirteo. ¿Podría actuar con sensatez?-. ¿Te importa sacar a Harvey al jardín?
– No, en absoluto.
– Su correa está junto a la puerta de atrás. Aprieta el botón verde del sistema de alarma.
– Esto es como vivir en un fuerte -él señaló los sensores y los cajetines de la alarma-. ¿No te molesta todo esto?