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– Entonces, ¿qué está sugiriendo, O'Dell? ¿Piensa que el asesino de Jessica es un imitador?

– O un cómplice.

– ¿Qué? ¡Eso es absurdo!

Ella volvió a enfrascarse en los archivos. Tully advirtió que incluso a ella le costaba digerir aquella hipótesis. O'Dell estaba acostumbrada a trabajar sola y a plantear teorías sin compartirlas con nadie. De pronto, Tully comprendió que, si le había hablado de aquella sospecha, era porque confiaba en él.

– Mire, sé que habla en serio, pero ¿para qué iba Stucky a buscarse un cómplice? Reconocerá que eso es muy atípico, tratándose de un asesino en serie.

A modo de respuesta, O'Dell sacó algunas hojas fotocopiadas que parecían artículos de revistas y periódicos y se los alargó a Tully.

– ¿Recuerda que Cunningham dijo que había encontrado el nombre de Walker Harding, el antiguo socio de Stucky, en la lista de pasajeros del avión? -Tully asintió y empezó a hojear los artículos-. Algunos de esos recortes se remontan a varios años atrás -le dijo ella.

Eran artículos de Forbes, el Wall Street Journal, PC World y otras publicaciones económicas. El artículo de Forbes incluía una fotografía. Aunque la granulosa copia en blanco y negro había difumado muchos de sus rasgos, los dos hombres fotografiados podían haber pasado por hermanos. Ambos tenían el pelo negro, la cara fina y los rasgos afilados. Tully reconoció los ojos oscuros y penetrantes de Albert Stucky, cuya ausencia de color saltaba a la vista pese a que la copia era mala. El más joven sonreía, mientras que Stucky permanecía serio e impasible.

– Supongo que éste será su socio.

– Sí. Un par de artículos mencionan que los dos tenían mucho en común y que eran extremadamente competitivos. Sin embargo, parece que su asociación concluyó de forma amistosa. Me pregunto si todavía estarán en contacto. Y si todavía seguirán compitiendo, sólo que en un nuevo juego.

– Pero ¿a santo de qué, después de tantos años? Si iban a hacer algo así, ¿por qué no se asociaron cuando Stucky empezó a matar?

O'Dell se sentó y se sujetó algunos mechones sueltos tras las orejas. Parecía agotada. Como si le leyera el pensamiento a Tully, dio un sorbo a su Pepsi sin azúcar, que parecía ser su sustituto del café. Aquélla era la tercera que se tomaba esa mañana.

– Stucky siempre ha sido un solitario -explicó ella-. No he investigado a Harding, aparte de esos artículos, pero resulta extraño que Stucky se asociara con él. No lo había pensado nunca, pero puede que entre ellos hubiera, o haya todavía, una fuerte conexión, un vínculo que tal vez Stucky no haya descubierto hasta hace poco. O quizá haya otra razón que explique que haya recurrido a su viejo amigo.

Tully sacudió la cabeza.

– Eso me parece muy aventurado, O'Dell. Usted sabe tan bien como yo que, estadísticamente, los asesinos en serie no actúan con socios, ni cómplices.

– Pero Stucky no se ajusta a las estadísticas. Le he dicho a Keith que compruebe si disponemos de alguna huella de Harding. Así veremos si se corresponden con las huellas halladas en la escena del crimen.

Tully revisó los artículos, mirando por encima el texto hasta que algo llamó su atención.

– Parece que su teoría tiene una pequeña pega, O'Dell.

– ¿Cuál?

– En este artículo del Wall Street Journal hay una nota a pie de página. Stucky y Harding liquidaron su sociedad después de que a Harding le fuera diagnosticada una enfermedad.

– Sí, ya lo he visto.

– Pero ¿ha acabado de leerlo? La parte de debajo de la fotocopia está borrosa. A menos que Walker Harding encontrara una cura milagrosa, no puede ser el socio de Stucky. Aquí dice que se estaba quedando ciego.

Capítulo 49

Maggie aguardó hasta que Tully se marchó para ir a comer con su hija y luego empezó a buscar datos sobre Walker Harding, aporreando las teclas del ordenador para comprobar los archivos del FBI y otras páginas y directorios de Internet.

Harding había prácticamente desaparecido de la faz de la tierra unos cuatro años antes, tras anunciar vagamente que padecía un problema de salud. Maggie comprendió que Keith Ganza no podría encontrar huella alguna que correspondiera a su identidad. Tal vez fuera sólo una corazonada, pero estaba segura de que Harding seguía vinculado con Stucky y que de algún modo lo estaba ayudando y trabajando con él.

Por lo poco que había leído, sabía que Harding había sido el cerebro de la empresa, una especie de mago de la informática. Pero Stucky era quien había asumido todo el riesgo financiero, invirtiendo cien mil dólares de su bolsillo, dinero que en broma decía haber ganado en un solo fin de semana en Atlantic City. Maggie advirtió que la inversión de capital y la creación de la empresa databan del mismo año en que el padre de Stucky había fallecido en un extraño accidente náutico. Stucky nunca había sido formalmente acusado de su muerte, pero había sido interrogado en el transcurso de lo que parecía una investigación rutinaria, y sólo porque era el único heredero del patrimonio de su padre, patrimonio que reducía aquellos cien mil dólares a simple calderilla.

Harding parecía haber llevado una vida solitaria ya mucho antes de asociarse con Stucky. Maggie no encontró ninguna referencia sobre su infancia, aparte del hecho de que, al igual que Stucky, había sido educado por un padre tiránico. En un directorio aparecía en el listado de la promoción del MIT de 1985, lo cual significaba que era tres años menor que Stucky. En los archivos del estado de Virginia no figuraba ninguna partida matrimonial, ni permiso de conducir, ni propiedad alguna a nombre de Walker Harding. Maggie había empezado a buscar en los archivos de Maryland cuando Thea Johnson, que tenía su despacho en ese mismo pasillo, llamó a la puerta abierta de la sala de reuniones.

– Agente O'Dell, hay una llamada para el agente Tully. Sé que ya se ha ido, pero esto parece importante. ¿Quiere que se la pase?

– Sí, claro -dijo Maggie sin vacilar, y extendió el brazo hacia atrás para levantar el aparato-. ¿Qué línea es?

– La cinco. Es un detective de Newburgh Heights. Creo que ha dicho que se llama Manx.

Al instante, Maggie sintió un vacío en el estómago. Respiró hondo y apretó el botón de la línea cinco.

– Detective Manx, el agente Tully se ha ido a comer. Soy su compañera, la agente Margaret O'Dell.

Aguardó a que él reconociera su nombre. Tras un suspiro, hubo una pausa.

– Vaya, agente O'Dell, ¿ha metido las narices últimamente en la escena de algún crimen?

– Muy gracioso, detective Manx, pero aquí, en el FBI, no solemos esperar a que nos manden invitaciones -no le importaba que Manx percibiera su irritación. Si había llamado a Tully, era porque quería algo. Además, ¿qué iba a hacer? ¿Ir a chivarse a Cunningham de que había vuelto a burlarse de él?

– ¿Cuándo volverá Tully?

De modo que así era como quería jugar.

– Vaya, ¿sabe una cosa?, creo que no me lo dijo. Puede que no vuelva hasta el lunes.

Esperó mientras él guardaba silencio y se imaginó su ceño fruncido. Seguramente se estaría pasando la mano nerviosamente por su pelo engominado.

– Mire, anoche Tully me habló de una tal McGowan de aquí, de Newburgh Heights, que supuestamente ha desaparecido.

– Ha desaparecido, detective Manx. Parece que últimamente desaparecen muchas mujeres en su jurisdicción. ¿Qué sucede? -se estaba divirtiendo demasiado. Tenía que parar.

– Pensé que el agente Tully querría saber que esta mañana fuimos a registrar la casa de esa tal McGowan y encontramos a un tipo merodeando por allí.

– ¿Qué? -Maggie se irguió y agarró con fuerza el teléfono.

– Dijo que era un amigo suyo y que estaba preocupado por ella. Había quitado un panel de cristal de una ventana de atrás y parecía estar a punto de entrar en la casa. Nos los llevamos para interrogarlo. Pensé que a Tully le interesaría saberlo.