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Maggie quería preguntarle si la vecina le había dicho algo de interés, pero sabía que no era el momento más adecuado. Detestaba esperar.

En cuanto entraron en el vestíbulo, notó que el sistema de alarma estaba desconectado. Ninguna de las luces del panel estaba encendida, ni parpadeaba.

– ¿Está segura de que funciona? -preguntó Maggie señalando la alarma, que ya debería haber empezado a pitar incesantemente, pidiendo que se introdujera el código de acceso.

– Sí, estoy segura. Está en el contrato que firmamos con los propietarios -Heston apretó varios botones y el panel se iluminó-. No lo entiendo. Seguramente a Tess se le olvidó conectarla.

Maggie recordó que Tess McGowan había activado y desactivado con sumo cuidado los sistemas de alarma de las casas que le había enseñado, incluido el de aquélla. Los sistemas de alarma eran una de las prioridades de Maggie, y sabía que el de aquella casa no era nada del otro mundo. Simplemente, bastaba para una casa normal y corriente. La mayoría de la gente no necesitaba parapetarse tras una barricada para protegerse de asesinos en serie.

– ¿Le importa que echemos un vistazo? -preguntó el agente Tully, pero Maggie empezó a subir las escaleras sin esperar respuesta. Había llegado al primer rellano cuando oyó la voz aterrorizada de la señora Heston.

– ¡Oh, Dios mío!

Maggie se inclinó sobre la barandilla y vio que la señora Heston señalaba un maletín que acababa de descubrir en un rincón del cuarto de estar.

– Eso es de Tess -hasta ese instante, la señora Heston había mostrado una profesionalidad impecable. Ahora, su pánico repentino resultaba extrañamente inquietante.

Cuando Maggie acabó de bajar las escaleras, el agente Tully ya había recogido el maletín y había empezado a sacar cuidadosamente su contenido con un pañuelo blanco.

– Es imposible que esa chica se haya dejado esto aquí y no haya venido a recogerlo -dijo atropelladamente la señora Heston, y de pronto su cuidadosa dicción se transformó en un acento callejero con el que, evidentemente, se sentía más cómoda-. Está su agenda, su libreta… ¡Dios mío, aquí pasa algo muy extraño!

Maggie vio que el agente Tully extraía una última cosa del maletín: un juego de llaves con su etiqueta. Sin detenerse a mirarlas, Maggie comprendió que eran las llaves de la casa. De pronto, sintió una náusea. Tess McGowan había ido a enseñar aquella casa el día anterior, pero no había salido de ella por propia voluntad.

Capítulo 38

– No sabemos si Stucky tiene algo que ver con esto -Tully intentaba parecer convincente, pero no sabía si él mismo se creía sus palabras.

Saltaba a la vista que le tocaba a él mantener la objetividad. Desde que la señora Heston se había marchado, la agente O'Dell parecía estar deshaciéndose por las costuras. La agente serena y profesional de un rato antes se paseaba ahora de un lado a otro, a largos trancos, adelante y atrás. Se pasaba con excesiva frecuencia los dedos por el pelo corto, sujetándose los mechones tras las orejas, se los revolvía con los dedos y se los volvía a colocar. Su voz sonaba tensa y crispada, y parecía tener un filo del que antes carecía.

Tully creyó notar que se le quebraba varias veces. Se sentía como si la estuviera observando desde la banda mientras se paseaba delante de él. Ella parecía no saber qué hacer con las manos. Las metía en los bolsillos del pantalón y luego las sacaba rápidamente para pasárselas de nuevo por el pelo. Varias veces las metió dentro de la chaqueta, y Tully comprendió que estaba comprobando el revólver. Tully ignoraba qué hacer con ella. Aquella mujer no se parecía a la agente O'Dell con la que había pasado la mayor parte del día.

Se había hecho de noche, y O'Dell había recorrido de cabo a rabo la casa de dos plantas, encendiendo luces y cerrando a cal y canto las pocas cortinas que había tras escudriñar las sombras desde cada ventana. ¿Esperaba acaso que Stucky estuviera allí?

Ahora estaba inspeccionando por segunda vez la planta de abajo. Tully decidió que era hora de marcharse. La casa estaba impecable. Aunque la habitación principal olía fuertemente a amoníaco, no había indicio alguno de que allí hubiera ocurrido algo. Y menos aún un brutal asesinato, o un secuestro con intimidación.

– No hay pruebas de que aquí haya ocurrido nada sospechoso -insistió-. Creo que es hora de que nos marchemos -miró su reloj e hizo una mueca de fastidio al ver que eran más de las nueve. Emma estaría furiosa porque la hubiera dejado otra vez toda la tarde en casa de la señora López.

– Tess McGowan es la agente inmobiliario que me vendió la casa -repitió O'Dell. Era casi lo único que le había dicho en las últimas horas-. ¿Es que no lo ve? ¿Tan difícil le resulta entenderlo?

Tully sabía exactamente lo que estaba pensando. Era lo mismo que pensaba él. Albert Stucky debía conocer a aquella tal McGowan, dado que al parecer había pasado mucho tiempo vigilando a la agente O'Dell. Sin duda las había visto juntas, igual que había visto a la repartidora y a la camarera de Kansas City. Pero lo cierto era que no tenían absolutamente ninguna prueba de que Tess McGowan hubiera desaparecido, aparte del maletín olvidado, que difícilmente podía considerarse prueba de nada.

Tully se resistía a alentar los temores de O'Dell.

– Ahora mismo no hay pruebas sustanciales de que la señorita McGowan haya desaparecido. Y aquí no podemos hacer nada más. Hay que dejarlo por hoy. Tal vez mañana encontremos a la señorita McGowan.

– No la encontraremos. Él se la ha llevado -Maggie se estremeció, pero procuró que Tully no lo notara-. La ha añadido a su colección. Puede que ya esté muerta -se llevó de nuevo la mano a la sobaquera y a continuación se metió las manos en los bolsillos-. O, si no está muerta, tal vez a estas alturas desee estarlo -añadió casi en un susurro.

Tully se frotó los ojos. Se había quitado las gafas hacía horas. O'Dell estaba empezando a asustarlo. No quería pensar que tal vez Albert Stucky estuviera aumentado su colección.

Allá en su mesa, enterrado bajo manuales y documentos, tenía un grueso archivador lleno de casos de mujeres desaparecidas a lo largo y ancho del país. Mujeres que habían desaparecido sin dejar rastro en los cinco meses anteriores, desde la huida de Stucky.

El contenido de aquel archivo no era nada extraño. Ocurría todo el tiempo. Algunas de esas mujeres se iban y no querían que las encontraran. Otras habían sufrido malos tratos por parte de sus maridos o amantes y decidían esfumarse. Pero demasiadas habían desaparecido sin razón aparente, y Tully conocía suficientemente los pasatiempos de Stucky como para rezar porque ninguna de ellas hubiera pasado a formar parte de su nueva colección.

– Mire, agente O'Dell, esta noche no podemos hacer nada más.

– Hay que hacer una prueba de luminol. Podemos decirle a Keith Ganza que venga y se traiga la Lumi-Light para revisar el dormitorio principal.

– Aquí no hay nada. No hay absolutamente ninguna razón para creer que haya ocurrido algo raro en esta casa, agente O'Dell.

– La Lumi-Light podría mostrar alguna huella latente. Y el luminol mostrará cualquier rastro de sangre que quede en las rendijas, cualquier mancha que no se vea a simple vista. Es evidente que lo limpió todo. Pero es imposible librarse de las manchas de sangre, ni siquiera limpiando a conciencia -era casi como si no lo escuchara; como si Tully no estuviera allí, y hablara para sí misma.

– No podemos hacer nada más esta noche. Estoy exhausto. Y usted también debe de estarlo -al ver que ella empezaba a subir las escaleras, la agarró suavemente del brazo-. Agente O'Dell…

Ella se desasió y se giró hacia él con ojos centelleantes. Se quedó allí, quieta y firme, mirándolo como si lo desafiara a un duelo. Luego, sin previo aviso, dio media vuelta y se dirigió a la puerta, apagando las luces a su paso.