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– ¿Adonde fuiste tras tu desaparición, Frank?

Silencio.

– ¿Adonde fuiste, Frank?

– Tengo… tengo miedo.

– ¿Por qué?

– No lo sé. No puedo pensar.

– Escucha, Frank, ¿recuerdas haberte despertado dentro de tu coche el pasado jueves por la mañana, aparcado en una calle de Laguna Beach?

– Sí.

– Tenías las manos llenas de arena negra.

– Sí. -Frank se limpió las manos sobre los muslos como si sintiera los granos negros adheridos a sus sudorosas palmas.;

– ¿Dónde te ensuciaste de arena, Frank?

– No lo sé.

– Descansa un poco. Piénsalo bien.

– No lo sé.

– ¿Recuerdas haberte registrado más tarde en un motel… y haber dormido para despertar todo lleno de sangre?

– Lo recuerdo. -Frank reprimió un estremecimiento.

– ¿De dónde provenía esa sangre, Frank?

– No lo sé -contestó abatido él.

– Era sangre de gato. ¿Sabías que era sangre de gato?

– No. -Sus pestañas se agitaron pero no abrió los ojos-. ¿Sólo sangre de gato? ¿De verdad?

– ¿Recuerdas haber visto algún gato aquel día?

– No.

Evidentemente, se requeriría una técnica más agresiva para obtener las respuestas deseadas. Jackie optó por hablar a Frank en sentido retrospectivo, haciéndole retroceder a su ingreso en el hospital del día anterior, luego aún más hasta el momento en que había despertado en el callejón de Anaheim a primeras horas del jueves, desconociendo todo salvo su nombre. Su memoria podría retraerse más allá de ese punto si fuese posible inducirle a atravesar el velo de amnesia y recuperar su pasado.

Julie se inclinó un poco hacia delante para mirar por encima de Jackie Jaxx, preguntándose si Bobby estaría disfrutando del espectáculo. Se figuró que el cristal giratorio y los restantes artificios estimularían su espíritu infantil de aventura y por tanto esperó verlo sonriente, con ojos brillantes.

Sin embargo, Bobby tenía un aspecto sombrío. Debía de tener los dientes apretados porque los músculos de las mandíbulas estaban tensos. Bobby le había contado lo que averiguaron en casa de Dyson Manfred, y ella había quedado tan asombrada y perturbada como él y Clint. Pero eso no parecía explicar su talante actual. Tal vez Bobby estuviera todavía nervioso por el recuerdo de los bichos en el estudio del entomólogo. O tal vez continuara inquieto por ese sueño que había tenido la semana pasada: la «cosa malévola» se está acercando, la «cosa malévola»…

Ella había descartado aquel sueño como algo insignificante. Ahora, se preguntaba si no habría sido verdaderamente profético. Después de todos los hechos misteriosos que Frank había introducido en sus vidas, se mostraba más propensa a creer en cosas tales como augurios, visiones y presciencia derivada de los sueños.

La «cosa malévola» se está acercando, la «cosa malévola»…

Quizá la cosa malévola fuera el señor Luz Azul.

Jackie hizo regresar a Frank hasta el callejón, hasta el momento en que despertara por primera vez, desorientado y confuso, en un lugar extraño.

– Ahora retrocede más, Frank, sólo un poco más, sólo unos segundos más, unos pocos más, atrás, atrás, más allá de la oscuridad absoluta, más allá del muro negro en tu mente.

Desde que había comenzado el interrogatorio, Frank había parecido menguar en la butaca de Julie, como si estuviera hecho de cera y sometido a una llama. También había palidecido aún más, si tal cosa fuese posible, estaba tan blanco como la parafina de una vela. Pero ahora, al verse forzado a retroceder por la oscuridad de su mente hacia la luz de la memoria en el otro lado, se irguió sobre su asiento, aferró los brazos de la butaca y apretó tanto que casi pudo haber destrozado el vinilo del tapizado. Pareció crecer, volver a su tamaño normal, como si hubiera bebido uno de los elixires mágicos que Alicia ingiriera durante sus aventuras en el extremo final de la conejera.

– ¿Dónde estamos ahora? -preguntó Jackie.

Los ojos de Frank se movieron bajo los párpados cerrados, un sonido inarticulado, ahogado, surgió de sus labios.

– ¿Dónde estás ahora? -insistió Jackie con afabilidad no exenta de firmeza.

– Luciérnagas -dijo balbuciente Frank-. Luciérnagas en un vendaval. -Empezó a respirar aprisa, anhelante, como si tuviera dificultad para introducir aire en sus pulmones.

– ¿Qué quieres decir con eso, Frank?

– Luciérnagas…

– ¿Dónde estás, Frank?

– Por todas partes. Y en ninguna.

– En la California meridional no tenemos luciérnagas, Frank, así que debe de ser un lugar distinto. Piensa, Frank. Ahora mira a tu alrededor y dime dónde estás.

– En ninguna parte.

Jackie hizo otras cuantas tentativas para hacerle describir sus alrededores y ser más específico sobre la naturaleza de las luciérnagas, pero todo fue inútil.

– Muévelo desde ahí -sugirió Bobby-. Todavía más atrás.

Julie miró la grabadora en la mano de Clint y vio girar las bobinas tras la ventanilla de plástico.

Con su voz melódica y vibrante llena de sugerentes cadencias rítmicas, Jackie ordenó a Frank que regresara más allá de la oscuridad moteada de luciérnagas.

De improviso, Frank dijo:

– ¿Qué estoy haciendo aquí? -No se refería a las oficinas de Dakota amp; Dakota sino al lugar adonde le había arrastrado Jackie Jaxx en su memoria-. ¿Por qué aquí?

– ¿En dónde estás, Frank?

– En la casa. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? ¿Por qué llegué aquí? Esto es una locura. Yo no debería estar aquí.

– ¿De quién es la casa, Frank? -preguntó Bobby.

Como se le había advertido que sólo escuchase la voz del hipnotizador, Frank no contestó hasta que Jackie repitió la pregunta. Entonces, dijo:

– La casa de ella. Es la casa de ella. Ella está muerta, por supuesto, lo está desde hace siete años, pero esto sigue siendo su casa, siempre lo será, la pena merodeará por el lugar, no se puede destruir a un ser maligno semejante, no por completo, parte de él subsiste en las habitaciones donde ha vivido.

– ¿Quién era ella, Frank?

– Mi madre.

– ¿Tu madre? ¿Cómo se llamaba?

– Roselle. Roselle Pollard.

– ¿Y es ésa la casa, en Pacific Hill Road?

– Sí. ¡Mírala, Dios mío! ¡Qué lugar! ¡Qué lugar tan oscuro y tan malsano! ¿Acaso la gente no puede ver que es un lugar malsano? ¿No puede ver que ahí vive algo terrible? -Dicho esto comenzó a llorar. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, luego resbalaron por sus mejillas. La angustia le desfiguraba la voz-. ¿No puede ver lo que hay ahí, lo que se oculta ahí y engendra malevolencia en ese lugar malsano? ¿Está ciega la gente? ¿O es que no quiere ver?

Julie quedó cautivada por la voz desgarrada de Frank y por la agonía que había descompuesto su rostro hasta hacerlo parecer el semblante contrito de un niño perdido y aterrado. Pero apartó la vista de él y miró más allá del hipnotizador para ver si Bobby había reaccionado al escuchar las palabras «lugar malsano».

Él la estaba mirando. La expresión de inquietud que oscurecía sus ojos azules era prueba suficiente de que aquella referencia no le había pasado inadvertida.

Por el otro extremo de la habitación entró Lee Chen llevando unos cuantos impresos. Cerró muy despacio la puerta. Julie se llevó un dedo a los labios, luego le hizo señas para que se sentara en el sofá.

Jackie habló tranquilizadoramente a Frank intentando disipar el miedo que le electrizaba.

Repentinamente, Frank dejó escapar un grito de terror. Sonó como el de un animal aterrorizado. Se sentó todavía más tieso.

Temblaba de pies a cabeza. Abrió los ojos pero, evidentemente, no vio nada de la habitación; siguió en trance.

– ¡Ah, Dios mío! Él se está aproximando, las mellizas deben de haberle dicho que estoy aquí. ¡Se está aproximando!

El terror de Frank era tan genuino e intenso que se le contagió a Julie. El corazón aceleró sus latidos mientras ella empezaba a jadear con ansia.

Intentando serenar a su sujeto lo suficiente para hacerle cooperar, Jackie dijo: