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Esas personas que aseguran haber sido secuestradas y obligadas a sufrir un reconocimiento a bordo de naves espaciales…, parecen haber pasado siempre por un período de amnesia antes de descubrir la verdad.

– Esas personas son lunáticos o farsantes -dijo con sequedad Gavenall-. No nos es permisible asociarnos con ese tipo de cosas. -Frunció el ceño y agregó-: A menos que en este caso sea cierto.

Volviéndose hacia ellos desde el porche y agradecido por hallarse fuera, Bobby dijo:

– Tal vez lo sea. He llegado a un extremo en que creeré cualquier cosa mientras no se demuestre lo contrario. Pero les diré esto: según mi impresión, lo que le está ocurriendo a mi cliente, sea lo que fuere, es mucho más extraño que un secuestro por alienígenas.

– Mucho más -le coreó Clint.

Sin más explicaciones, ambos descendieron por el camino de entrada hasta el coche. Bobby abrió su puerta y se quedó inmóvil por un momento, sin ánimos para entrar en el Chevy de Clint. ¡La suave brisa soplando desde las colinas de Irvine resultaba tan pura después del aire rancio en el estudio de Manfred…!

Se llevó la mano al bolsillo y tocó los tres diamantes.

– Mierda de bicho -murmuró.

Cuando por fin subió al coche y cerró de golpe la puerta, apenas pudo reprimir el impulso de hurgarse bajo la camisa para comprobar si las cosas que aparentemente reptaban por su piel eran reales.

Manfred y Gavenall permanecieron en el porche mirando atentos a Bobby y Clint, como si esperaran que el coche se levantase sobre sus ruedas traseras y saliera disparado hacia el cielo para encontrarse con alguna nave enorme y resplandeciente propia de una película de Spielberg.

Clint recorrió dos manzanas, dobló la esquina y se detuvo junto al bordillo tan pronto como se perdieron de vista.

– Escucha, Bobby, ¿dónde diablos consiguió esa cosa Frank?

Bobby pudo contestarle tan sólo con otra pregunta:

– ¿A cuántos lugares diferentes va él cuando se «teletransporta»? El dinero, los diamantes rojos, el bicho, la arena negra… ¿Y a qué distancia están algunos de esos lugares? ¿Lejos de verdad?

– ¿Y quién es él? -preguntó Clint.

– Frank Pollard de El Encanto Heights.

Clint dio un puñetazo sobre el volante.

– Quiero decir, ¿quién diablos es Frank Pollard, de El Encanto?

– Según creo, lo que quieres saber de verdad no es quién es él, sino algo más importante… ¿Qué es él?

Capítulo 44

Bobby llegó de visita por sorpresa.

El almuerzo había terminado antes de que Bobby llegara. El postre estaba todavía en la mente de Thomas. No su sabor sino su recuerdo. Helado de vainilla, frambuesas recién cogidas. Tal como te hace sentir el postre.

Él estaba solo en la habitación, sentado en su butaca, proyectando hacer un poema pictórico que daría la sensación de estar comiendo helado y frambuesas, no el sabor sino la buena sensación, de modo que si algún día no tuvieses ni helado ni frambuesas pudieras mirar el poema y tener esa misma sensación agradable sin necesidad de comer nada. Desde luego no podías utilizar fotografías de helado de frambuesas en el poema, porque eso no sería un poema, sería sólo decir lo bien que te hacían sentir el helado y las frambuesas.

Entonces entró Bobby por la puerta y Thomas se sintió tan feliz que se olvidó del poema. Ambos se abrazaron. Alguien vino con Bobby, pero no era Julie, y Thomas quedó decepcionado. También confuso, porque resultó que él había visto dos o tres veces al acompañante de Bobby, pero no lo recordó de momento, lo que le hizo sentirse tonto. Era Clint. Thomas repitió el nombre para sí una vez y otra, y así tal vez lo recordase la próxima vez: Clint, Clint, Clint, Clint.

– Julie no ha podido venir -dijo Bobby-. Está haciendo de niñera con un cliente.

Thomas se preguntó por qué un bebé necesitaría un detective privado, pero no lo preguntó. En la televisión sólo los adultos necesitaban detectives privados, y se les llamaba detectives porque servían para protegerte. Pero él no sabía a ciencia cierta por qué se los llamaba privados. También se preguntaba cómo era posible que un bebé pagara a un detective privado, pues él sabía que los detectives como Bobby y Julie trabajaban por dinero, como todo el mundo, pero los bebés no trabajaban, eran demasiado pequeños para hacer nada. Así que, ¿dónde obtendría éste el dinero para pagar a Julie y Bobby? Esperó que ellos no se dejaran engañar pues trabajaban mucho para ganar dinero.

Bobby dijo:

– Ella me encargó que te dijera que te quiere incluso más que ayer y que mañana te querrá incluso más.

Se abrazaron de nuevo porque esta vez Thomas dio el abrazo a Bobby para Julie.

Clint preguntó si podía ver el último libro de poemas. El se lo llevó a través de la habitación y el hombre se sentó en la butaca de Derek, lo cual pudo pasar porque Derek no la ocupaba, se hallaba en la sala de juego.

Bobby trasladó la silla desde la mesa de trabajo acercándola a la butaca que ahora pertenecía a Thomas. Entonces se sentó y los dos hablaron de lo azul que era el día y de lo bonitas que estaban las flores, todas resplandecientes, ante la ventana de Thomas.

Durante un rato hablaron de muchas cosas y Bobby estuvo gracioso… pero cuando hablaron de Julie cambió. Se notaba que Julie le preocupaba. Cuando habló de ella fue como una buena fotografía de poema…, no habló de su preocupación pero la dejó ver y te la hizo sentir.

Como él estaba preocupado por Julie, la preocupación de Bobby le hizo sentirse incluso peor, le hizo tener miedo por ella.

– Estamos muy atareados con el caso actual -dijo Bobby-, de modo que ninguno de los dos podrá visitarte otra vez hasta este fin de semana o los primeros días de la semana próxima.

– Vale -dijo Thomas. Y un frío enorme llegó de alguna parte y le envolvió. Cada vez que Bobby mencionó el nuevo caso, ése del bebé, su poema pictórico de preocupación fue más fácil de leer.

Thomas se preguntó si no sería aquel el caso en que ellos se encontrasen con la «cosa malévola». Estaba seguro de que sí. Pensó que debería decir a Bobby lo de la «cosa malévola», pero no encontró palabras. Cualquier cosa que dijera, parecería la persona más tonta de todas las que vivían en el Hogar. Sería mejor esperar a que el peligro se acercara mucho más, y entonces televisaría a Bobby un aviso verdaderamente urgente que le asustase y le hiciera buscar la «cosa malévola» y disparar contra ella cuando la viera. Bobby prestaría atención al anuncio televisado porque sabría de dónde provenía: que provenía tan sólo de una persona tonta.

Además Bobby sabía disparar, todos los detectives privados sabían porque había muchas cosas malas en el mundo casi todos los días y tú sabías que te encontrarías con alguien que intentaría dispararte primero, o arrollarte con un coche, o apuñalarte o estrangularte e incluso arrojarte por un edificio e intentar «hacerlo pasar por un suicidio», y puesto que la mayor parte de los chicos buenos no llevan pistolas, los detectives privados necesitan ser buenos tiradores.

Pasado un buen rato, Bobby hubo de irse. No al baño sino de vuelta al trabajo. Así que los dos se abrazaron de nuevo. Entonces Bobby y Clint se marcharon y Thomas se quedó solo.

Fue a la ventana. Miró hacia fuera. El día era bueno, mejor que la noche. Pero aunque el sol empujaba casi toda la oscuridad hacia el borde del mundo y aunque el resto de la oscuridad se escondía del sol detrás de árboles y edificios, había maldad en el día. La «cosa malévola» no se había ido con la oscuridad hasta el borde del mundo. Estaba todavía allí, en algún lugar dentro del día, se veía claramente.

La noche anterior, cuando se quedó demasiado cerca de la «cosa malévola» y ella intentó cogerle, se asustó tanto que se apartó muy aprisa. Tuvo la impresión de que la «cosa malévola» estaba intentando averiguar quién era él y dónde estaba, y tan pronto como se enterara vendría al Hogar y se lo comería al igual que se comía los pequeños animales. Por tanto, se propuso no acercársele otra vez, mantenerse alejado, pero ahora no podía hacerlo por consideración a Julie y el bebé. Si Bobby, que nunca se preocupaba, parecía tan preocupado acerca de Julie, él necesitaba preocuparse aún más por ella. Y si Julie y Bobby pensaban que se debía proteger al bebé, él tenía que preocuparse también acerca del bebé, porque todo cuanto fuera importante para Julie era importante para él.