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– Cree que todavía está a tiempo de protegerse -añadió Nick.

– Sí, y ya ha hecho la mitad del trabajo. -Noah estuvo de acuerdo-. Entró en casa de Jordan y se llevó las fotocopias.

– ¿Y ahora qué? -quiso saber el doctor Morganstern.

– Jordan -contestó Noah-. Pruitt está esperando a ver si se recupera o no.

El doctor Morganstern tamborileó con los dedos en la mesa.

– Si hacemos público su nombre, Pruitt se nos escapará.

– Exacto -confirmó Noah. Nick asintió con la cabeza.

– No podemos permitir que eso ocurra. ¿Tienes algún plan? -dijo Pete.

Noah se alegró de que se lo preguntara.

– Sí. Vamos a tenderle una trampa a esa sabandija.

– ¿Dónde? -quiso saber Nick.

– Voy a atraer a Pruitt de nuevo a casa de Jordan -explicó Noah-, pero tendremos que prepararlo todo muy rápido.

Nick sonrió, pero el doctor Morganstern, con el ceño fruncido, exclamó:

– ¿Y cómo vas a conseguirlo?

– Con una sola llamada telefónica -respondió Noah-. No será necesario nada más.

Capítulo 43

– Angela. Soy Noah Clayborne.

– ¡Oh, Dios mío, Noah! -Era evidente que su llamada había sorprendido a Angela. Noah oyó un pequeño estrépito, y se preguntó si se le habrían caído de las manos algunos platos de Jaffee-. Pobre -prosiguió Angela-. ¿Cómo estás? Estamos desolados con lo de Jordan. Ha sido la comidilla de Serenity. ¿Cómo se encuentra? Dijeron que su estado era crítico.

– Sí -aseguró Noah-. Yo procuro no… perder la esperanza, ¿sabes? Es difícil.

– Oh, me lo imagino. Todos rezamos por ella. Y por ti también.

– No ha recuperado la conciencia -dijo Noah, que bajó la vista hacia el bloc que tenía delante y tachó la primera información que quería darle a Angela.

– ¿No? Lo siento mucho. Ojalá pudiera hacer algo por ella.

– El motivo de mi llamada…

– ¿Sí? -preguntó Angela, ansiosa.

– Me dieron sus cosas… ya sabes. Y cuando busqué el móvil en su bolso para apagarlo, vi que había escrito una nota que decía que tenía que llamar a Jaffee al restaurante. No sé… me preguntaba si lo llamó. Si es así, es probable que Jaffee sea la última persona… -A Noah se le quebró la voz.

Tachó la segunda línea. ¿Se estaría pasando? Angela parecía tragárselo.

– No, Jordan no habló con él. Habló conmigo. -Angela soltó un grito ahogado-. Es probable que yo sea la última persona con quien habló. Parecía feliz y animada. Me dijo que iba a llamar a Jaffee, pero no lo hizo.

– Sí -corroboró Noah-. Debió de ser cuando ocurrió. El hombre que le disparó quería matar a su padre, pero Jordan se puso en medio. Y yo me culpo por ello -añadió con tristeza.

– ¿Por qué diablos te culpas? -se sorprendió Angela.

– Jordan me estaba esperando, pero me encontré con unos conocidos y perdí la noción del tiempo. Íbamos a volver a su casa. Estaba impaciente por enseñarme… -Se le volvió a quebrar la voz.

– ¿Qué quería enseñarte? -lo animó Angela.

– ¿Sabes todos esos papeles que había fotocopiado?

– Sí. Me explicó que contenían información histórica.

– Exacto -afirmó Noah-. Pero me contó que, al comprobar parte de la información con su ordenador, había encontrado algo que quería que yo viera, algo que no tenía nada que ver con la historia, pero no me dijo qué era.

Tachó otro tema y siguió hablando.

– Pensé que tal vez se lo habría dicho a Jaffee, pero como no llegó a hablar con él, tendré que ir a su casa en algún momento para buscarlo en el ordenador. Pero ahora no. No puedo irme del hospital. No estuve a su lado cuando le dispararon, pero voy a estarlo cuando se despierte, por mucho que tarde en hacerlo. Ella misma me enseñará la información que contiene su ordenador cuando se mejore. Sea lo que sea lo que Jordan averiguó, tendrá que esperar.

Cuando su conversación terminó, Noah colgó el teléfono y se volvió hacia Nick.

– Ya ha empezado a correr la voz.

– ¿Cuánto tardará Pruitt en enterarse?

– Una hora. Puede que dos como mucho.

La red estaba tendida. Dos agentes vigilaban la entrada al edificio de pisos de Jordan y otros dos, la puerta trasera. Los cuatro estaban bien escondidos. Pruitt podría pasar junto a cualquiera de ellos sin verlo.

Noah y Nick estaban en un extremo de la manzana, sentados en el coche de Nick, y dos agentes más vigilaban también desde su coche, estacionado en el extremo opuesto de la manzana. Un tercer vehículo con otros dos federales en su interior estaba estacionado en un callejón entre dos edificios. Cuando Pruitt apareciera por la calle, lo tendrían rodeado.

Si aparecía.

Llevaban esperando más de dos horas. Nick estaba presionando para cambiar posiciones y esperar en el interior del piso de Jordan.

– Podríamos atraparlo cuando esté frente al ordenador -dijo Nick-. Podríamos tenerlo todo preparado y abalanzarnos sobre él. ¿No te gustaría pasar un par de minutos a solas con ese individuo? A mí me encantaría.

– No es buena idea. -Noah rechazó su plan.

– Muy bien. Podríamos abalanzarnos sobre él en cuanto abra la puerta.

– No saldría bien. Tampoco es buena idea.

– ¿Por qué? -suspiró Nick-. Te estoy diciendo que podríamos abalanzarnos…

– ¿Qué te pasa con lo de abalanzarte? -bromeó Noah.

– Un elemento de sorpresa -explicó Nick con cara de pena.

– Muy bien. Por mucho que entienda la necesidad que tienes de abalanzarte sobre Pruitt, no dejaré que lo esperes ahí arriba.

Nick se sacó una manzana del bolsillo. La limpió con la manga y le dio un mordisco.

– ¿Te conté lo del incendio en la casa del profesor MacKenna? -preguntó Noah.

– Dijiste que se quemó -contestó Nick con la boca llena tras dar otro mordisco.

– No sólo se quemó, Nick. Ese incendio fue nuclear. Tendrías que haberlo visto. Fue como si la casa hubiese implosionado. Quedó incinerada en un par de minutos. Aunque siguió ardiendo sin llamas mucho rato.

– Qué pena habérmelo perdido.

– Pruitt provocó ese incendio, Nick. Domina los productos químicos.

– Habéis evacuado a los vecinos de Jordan, ¿verdad?

– Sí -respondió Noah.

Pasaron varios minutos en silencio. El único sonido era el ruido de Nick al masticar la manzana.

– Lástima que no podamos abalanzarnos sobre él -dijo.

– Se acerca alguien. -Noah y Nick oyeron el susurró nervioso de un agente por los auriculares.

– Lo veo. Es él -aseguró otro.

– ¿Estás seguro de que es él? -preguntó el primero.

– Un chándal negro con la capucha puesta… en el mes de agosto. Es él. Anda muy despacio.

La figura dobló la esquina y Noah pudo verla. Se inclinó sobre el volante para poder observar bien al hombre.

– ¿Lleva algo? Sí, lleva algo. ¿Qué es? -soltó Nick. Miró a Noah-. ¿Estará tramando otro incendio?

El hombre subió los peldaños del edificio de pisos de Jordan.

– No podemos dejar que entre. Tenemos que atraparlo en la calle -dijo el agente más cercano al hombre-. ¡Adelante! -gritó.

– Esperad -ordenó Noah, pero era demasiado tarde. Tres entusiastas agentes ocuparon la calle con las armas preparadas. Dos apuntaron con ellas a la cara del hombre, mientras que el tercero sujetaba la caja que el hombre dejaba caer.

Noah y Nick se acercaron a toda velocidad.

– No es él -gritó Noah, enojado.

– ¿Qué están haciendo? Yo no he hecho nada malo -tartamudeó el hombre, que apenas era un adolescente. Iba sin afeitar, y su pelo tenía el aspecto de no haber visto el champú en un mes-. Tengan cuidado con la caja. Contiene algo delicado. No hay que zarandearla. -El chico estaba tan asustado que apenas podía hablar.

– ¿Qué hay en la caja? -le espetó uno de los agentes.

– No lo sé. Un hombre me dio cien pavos para que se la entregara a su novia. Tenía que dejársela en la puerta. Oigan, les aseguro que yo no he hecho nada malo.