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Esa espera era horrible. Recordaba que cuando le habían disparado a él, le había dolido muchísimo, pero ese dolor no tenía punto de comparación con el que sentía ahora. Si la perdía… Dios santo… no podía perderla… no podría vivir sin ella…

Nick había bajado en ascensor para ir a contarle a Laurant lo que había sucedido. Pero su mujer dormía profundamente, y decidió no despertaría. Antes de marcharse, desenchufó el televisor de la pared y le pidió a la enfermera de guardia que no mencionase el tiroteo. Ya se enteraría al día siguiente de la mala noticia.

Cuando volvió a la planta donde operaban a su hermana, Nick vio a Noah solo. Fue hacia él y se quedó de pie a su lado.

Y la espera continuó.

Veinte minutos después, el cirujano, el doctor Emmett, entró en la sala. Se quitó el gorro, sonriente. El juez Buchanan se acercó rápidamente a él.

– Todo ha ido bien -explicó el médico-. La bala le ha atravesado la caja torácica, ha perdido algo de sangre, pero espero una recuperación total.

El juez estrechó la mano del médico y le dio las gracias efusivamente.

– ¿Cuándo podremos verla? -preguntó.

– Ahora está en recuperación, y ya se está despertando de la anestesia. Puede entrar una persona, pero sólo un minuto. Necesita descansar. -El cirujano se dirigió hacia la puerta-. Si quiere seguirme…

– ¿Noah? -dijo el juez, que no se movió de su sitio.

– ¿Señor?

– Si está despierta, dale besos de nuestra parte.

Nick tuvo que darle un empujón para que fuera. El alivio que sintió al saber que Jordan iba a recuperarse lo había dejado sin fuerzas. Siguió al médico pasillo abajo.

– Sólo un minuto -ordenó el doctor Emmett-. Quiero que duerma.

Jordan era la única paciente en la sala de recuperación. Había una enfermera que estaba comprobando el gotero intravenoso y, cuando vio a Noah, se apartó para dejarle sitio.

Jordan tenía los ojos cerrados.

– ¿Sufre? -preguntó Noah.

– No -aseguró la enfermera-. Hay momentos en que recupera la conciencia.

Noah se quedó junto a la cama. Se conformaba con verla dormir. Puso una mano sobre la de ella, y sintió su calidez. Vio que el rostro de Jordan recuperaba el color.

Se agachó y le besó la frente.

– Te amo, Jordan -le susurró a continuación al oído-. ¿Me oyes? Te amo, y no te dejaré nunca.

– Noah… -dijo Jordan en un tono muy bajo y ronco. No abrió los ojos al pronunciar su nombre.

Noah no estaba seguro de que Jordan lo hubiera oído, así que intentó tranquilizarla.

– Te amo. Te vas a poner bien. Ya has salido del quirófano y estás en recuperación. Ahora tienes que descansar. Duerme, cariño. -Jordan trató de levantar la mano, y frunció el ceño-. Duerme -susurró Noah a la vez que le acariciaba con suavidad el pelo.

– Me disparó. -Aunque débil, su voz era sorprendentemente clara.

– Sí, te han disparado, pero te pondrás bien.

Intentó abrir los ojos, pero le pesaban demasiado los párpados.

– Lo vi.

– ¿Lo…?

Volvió a dormirse. Noah esperó. ¿Lo vio? ¿Había visto quién le disparó? ¿Sabía lo que estaba diciendo?

– Lo vi -susurró de nuevo las palabras.

Se le apagó la voz. Noah se inclinó hacia ella para acercar la oreja a sus labios. Sus palabras le llegaron tenues, pero lentas y medidas:

– Intentó matarme… Dave… Trumbo.

Volvió a sumirse en un sueño profundo.

Capítulo 39

¿Sabía Jordan lo que le había dicho? ¿O todavía desvariaba debido a los fármacos que le habían administrado? Noah tenía que asegurarse. Esperó junto a la cama, y cada vez que se despertaba le pedía que le dijera de nuevo lo que había visto.

La respuesta era siempre la misma. Dave Trumbo.

Una vez que tenía los ojos abiertos, pudo ver que estaba sufriendo.

– Tiene que dejarla dormir -le advirtió la enfermera-. Lleva quince minutos con ella, y ya es suficiente.

– Le duele -comentó él con preocupación.

– Sí -dijo-. Iba a darle algo. Es importante adelantarse al dolor. Dormirá hasta mañana. Pero antes la trasladarán a la UCI.

La enfermera inyectó morfina en el gotero, Noah esperó a que terminara para hacerle una pregunta.

– ¿Sabe lo que está diciendo?

– Lo dudo -respondió la enfermera-. La mayoría de mis pacientes suelen decir incoherencias. Mañana no recordará nada de lo que ha dicho.

Noah besó otra vez a Jordan y salió al pasillo. Nick estaba apoyado en la pared, esperándolo.

– No sé qué hacer -dijo Noah-. No puedo pensar…

– Jordan se pondrá bien. Respira, hombre. Todo irá bien.

No lo entendía.

– Sí, ya sé que se pondrá bien -aseguró Noah-. El problema no es ése. Me ha dicho algo, y no sé si debería creerla o no.

– ¿Qué te ha dicho?

– Que vio al que le disparó -explicó-. Estaba bastante tocada -admitió-, pero no dejaba de decir lo mismo todo el rato. Su voz iba adquiriendo fuerza y parecía más despabilada. Creo que sí vio a ese cabrón, ¿sabes? Yo oí cómo el coche se marchaba a toda velocidad del estacionamiento, pero salí demasiado tarde para verlo.

– No sé si puedes creer lo que haya dicho Jordan. Está sedada…

Noah, nervioso, se pasó la mano por el pelo.

– La enfermera me dijo que oye muchos disparates, pero aun así…

– Tienes que esperar a que Jordan se despierte del todo. Le dolerá tanto que la van a tener sedada veinticuatro horas como mínimo. Pasará un buen rato antes de que esté lúcida.

– Lo vio -insistió Noah a la vez que sacudía la cabeza-, y me dijo quién era. Dave Trumbo. Es el individuo que vende coches en Bourbon. Es un pez gordo en Serenity. Creo que tú no lo conociste.

– ¿Por qué iba un vendedor de coches a venir a Boston para matar a Jordan?

– No lo sé, pero me apuesto diez a uno a que no vendría hasta aquí a no ser que creyera que Jordan puede relacionarlo con los tres asesinatos de Serenity. No me quedaré esperando a que se le pasen los efectos de los calmantes.

– No puedes declararlo sospechoso aún. ¿Y si sólo son imaginaciones de Jordan? Tienes que tener algo más concreto antes de ir por él.

– Es Trumbo -afirmó Noah.

– Es fácil de averiguar. Llámalo a su casa. Si contesta el teléfono, sabrás que Jordan lo soñó.

Nick llamó a información para conseguir el número. Se aseguró de efectuar una llamada con identificación oculta y le pasó el teléfono a Noah.

Contestó la mujer de Trumbo.

– Hola -saludó Noah con voz almibarada-. Soy Bob. Siento llamar tan tarde.

– Oh, no es tarde -replicó ella.

– ¿Podría hablar con Dave? Me dijo que lo llamara si tenía algún problema con el coche, y que me aspen si sé cómo parar la alarma.

– Lo siento mucho, Bob, pero Dave no está. Ha ido a una feria automovilística en Atlanta. ¿Quieres darme tu número para que le pida que te llame?

– Es que es urgente. No sé si lo oirás, pero la alarma está sonando y está despertando a todos los vecinos. ¿Sabes en qué hotel se hospeda en Atlanta?

– Pues no. Qué pena. Me llamó hace un par de minutos. Pero tenía tanta prisa que apenas pudimos hablar y no me dijo el nombre de su hotel. Tenía previsto volver a casa mañana pero parece que surgió algo y puede que tenga que quedarse algo más en Atlanta. ¿Y el jefe de taller? Estoy segura de que te ayudará encantado. Si quieres, puedo darte su número.

– Te lo agradezco mucho, pero creo que debería solucionarlo yo mismo. Espero que Dave se lo pase bien en Atlanta. Adiós.

Noah colgó y miró a Nick.

– Ese hijo de puta está aquí -comentó-. Ha dicho que está en una feria automovilística en Atlanta, pero está aquí, Nick.

Recorrieron el pasillo de vuelta a la sala de espera.

– ¿Qué sabes sobre el tal Dave Trumbo? -preguntó Nick.

– Que vende coches. Eso es todo. Bueno, y que no está en casa y no le ha dicho a su mujer dónde se hospeda en Atlanta.