– ¿Alguna sugerencia? -preguntó Nick.
– Sí. Deja de portarte como una chica.
Nada de lo que dijera Noah le molestaba nunca a Nick. Es probable que se debiera a que tenían sentido del humor y personalidades muy similares.
– ¿Qué tal la conferencia? -soltó Nick con la expresión muy seria. Sabía lo mucho que Noah detestaba cualquier cosa que recordara, aunque fuera remotamente, a la burocracia-. Me ha sabido muy mal tener que perdérmela.
– Muy gracioso.
Nick soltó una carcajada.
– ¿Cómo es que no me has comentado nada sobre el veredicto del caso que juzgaba mi padre?
– ¿Qué? ¿Ya ha habido veredicto? -se sorprendió Noah.
– Ha salido en las noticias de todas las cadenas. Culpable de todos los cargos.
– He ido de reunión en reunión y no me había enterado. Tu padre debe de sentirse aliviado. ¿Cuánto duró la deliberación?
– Un par de horas solamente. Y no es la única buena noticia. Uno de los inspectores me llamó para decirme que sospechan que quien forzó la entrada en Nathan's Bay fue el primo de ese individuo.
– ¿Tienen pruebas?
– Suficientes para detenerlo -dijo Nick.
Cuando Nick aparcó el coche en el estacionamiento subterráneo del hospital, seguían hablando del caso.
– Tu padre estará contento de librarse de los guardaespaldas. Sé que le estaba volviendo loco que lo siguieran a todas partes -comentó Noah.
– Estoy seguro de que ya los ha relevado.
Noah se quitó la chaqueta y la corbata y las dejó en el coche. Se subió las mangas de la camisa mientras caminaba.
Una rubia alta con unas piernas preciosas se acercaba deprisa hacia ellos. Al verlos, redujo el paso como si esperase una reacción, le sonrió a Noah, le echó un vistazo a la pistola que llevaba en el costado y siguió adelante.
Nick observó que Noah no se había dado cuenta. Ni siquiera había cambiado de ritmo al andar.
– ¿Te pasa algo? -dijo.
– La he visto -aseguró Noah a la vez que se encogía de hombros-. Tampoco es mi tipo.
El ascensor estaba delante del servicio de urgencias. Nick pulsó el botón de llamada.
Entonces sonó el móvil de Noah y éste miró quién llamaba.
– Es Chaddick -anunció mientras descolgaba. Una enfermera y un guardia de seguridad fruncieron el ceño en su dirección. La enfermera señaló la pared y sacudió la cabeza. El cartel que colgaba junto a los botones del ascensor decía que estaba prohibido utilizar el móvil. También había el contorno de un teléfono tachado con una X roja.
– ¿Sí? -contestó Noah.
– ¿Noah? Soy Chaddick -el agente federal fue directo al grano-. La muerte de J.D. Dickey fue un homicidio.
Noah maldijo en voz alta. El guardia de seguridad avanzó hacia él, de modo que sacó la placa del FBI y la sostuvo en alto mientras escuchaba la explicación de Chaddick. El guardia retrocedió.
Noah cerró el móvil de golpe justo cuando las puertas del ascensor se abrían. Las ideas se le agolpaban en la cabeza. En la lista de los chantajes de J.D. había muchos sospechosos, y Serenity estaba a más de mil kilómetros de distancia. Aun así, había aprendido a prestar atención a su instinto, y de repente se sentía muy intranquilo.
Con un asesino suelto, ¿dónde estaba Jordan?
Capítulo 37
Jordan cedió y se compró un móvil idéntico al que J.D. Dickey le había destrozado antes de golpearla. Suponía que podía haberse decidido por un modelo más nuevo, pero ya tenía un cargador en la mesa y un cable en el coche que eran específicamente para el antiguo.
Se dijo que no estaba volviendo a sus andadas tecnológicas. Sólo estaba siendo lista. El móvil era un mecanismo de seguridad, especialmente cuando hacía footing sola o conducía por la autopista. Si ocurría algo, la ayuda estaba a sólo una llamada de distancia, siempre que tuviera cobertura, por supuesto.
Conservó el mismo número, y cuando volvió a casa después de hacer su compra, conectó de inmediato la unidad al ordenador para programarla. Cuando se hubo cambiado de ropa, cepillado el pelo y puesto un poco de maquillaje, tenía el nuevo teléfono listo para llevárselo.
Las horas de visita del hospital terminarían en una hora y media. Para evitar el tráfico de la hora punta, tomó todas las calles secundarias que pudo. Por desgracia, muchos otros conductores hicieron lo mismo.
Dejó el coche en una plaza del estacionamiento subterráneo situado junto al servicio de urgencias. Estaba bien iluminado, y había gente entrando y saliendo. La entrada de ambulancias estaba junto a las puertas automáticas.
En el exterior, frente a la puerta, sentada en un banco, había una enfermera comiendo una barrita de chocolate. Al verla Jordan se acordó de la tarta de Jaffee. Todavía no lo había llamado. ¿Cuánto tiempo hacía que esperaba tener noticias suyas? Sacó el móvil y vio que tenía cobertura. Podría llamarlo entonces. Pero quizá fuera mejor hacerlo después. Si Jaffee tenía que preguntarle muchas cosas sobre el ordenador, estaría un buen rato al teléfono, y pronto terminaría el horario de visitas. No podía dejar de ver a Laurant. Se prometió que pasara lo que pasase, llamaría a Jaffee en cuanto saliese del hospital.
Cuando entró en la habitación privada de Laurant, en la quinta planta, le sorprendió ver a un grupo de personas. Su padre acababa de llegar y estaba besando a su nuera en la mejilla. Nick también estaba allí, despatarrado en una silla, medio dormido.
Y también estaba Noah, apoyado en el alféizar de la ventana, esperando para hablar con el juez Buchanan, que se había vuelto hacia él. Noah tenía los brazos cruzados y parecía estar totalmente relajado. Jordan se había preguntado cómo se sentiría cuando volviera a verlo, y fue tal y como había imaginado: un dolor punzante le atravesó el corazón.
Noah, aliviado al verla, se enojó. ¿Dónde diablos se había metido? Nick le había dicho que iba de camino al hospital, pero le había llevado un buen rato llegar. ¿Había ido dando un rodeo por New Hampshire?
La espera había sido angustiosa. La había llamado a casa y le había salido el contestador automático. Si hubiese tenido móvil, habría podido ponerse en contacto con ella mientras se dirigía al hospital y habría sabido que estaba bien. No saber nada de ella era lo que le había desesperado.
Jordan abrazó a su padre y apretó la mano de Laurant. Como parecía que Nick dormía, no lo molestó. Incapaz de decidir qué decirle a Noah, finalmente le dirigió una mirada y logró esbozar una sonrisa.
– ¿Qué tal? -No era demasiado imaginativo, pero fue lo único que se le ocurrió.
La segunda opción era «me alegro de volver a verte». Gracias a Dios que no lo había dicho.
– Tenemos que hablar -soltó Noah, tras enderezarse.
Él tampoco había sido demasiado efusivo. Le había recordado a un sargento. Noah le sujetó una mano y se dirigió hacia la puerta.
– Enseguida vuelvo -le dijo Jordan a los demás.
Noah recorrió medio pasillo con ella antes de detenerse para mirarla a la cara.
– Escucha…
– ¿Sí? -Jordan habló en voz tan baja como él.
– ¿Estás bien?
No sabía cómo contestar. No podía decirle la verdad. Se imaginó cómo reaccionaría si le respondiese que no estaba bien, que estaba deprimida… por su culpa.
– Oh, bueno… -comentó para ganar tiempo. Noah frunció el ceño mientras esperaba-. ¿De qué querías hablarme? -preguntó Jordan finalmente.
– He hablado con Chaddick.
De repente, Jordan se olvidó de lo incómoda que se sentía con Noah.
– Yo también -aseguró-. ¿Te lo puedes creer? ¿Te has quedado tan pasmado como yo?
– Bueno, me ha sorprendido -admitió él.
– Maldita bruja -resolló Jordan.
– ¿Cómo?
– Esa maldita bruja de la jefa Haden. ¡En eBay nada menos! ¿Cómo es posible que creyera que no la pillarían?