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– Jordan, ¿de qué estás hablando?

– De mi portátil. Maggie Haden estaba intentando venderlo en eBay.

Noah agachó la cabeza.

– Mira, cariño, tendrías que concentrarte en la totalidad de la situación. ¿No te has enterado? La muerte de J.D. Dickey fue un homicidio.

– Sí, ya lo sé. Y tienes razón. Ésa es la totalidad de la situación. He pensado mucho en ello, pero siempre parezco terminar teniendo más preguntas que respuestas. ¿Quién crees que está detrás de ese asunto?

– No lo sé -admitió Noah-. Gracias a la lista de J.D., no andamos escasos de sospechosos. Pero te diré algo: no voy a dejar de preocuparme por ti hasta que este caso esté cerrado y el asesino se encuentre entre rejas.

– Serenity está muy lejos de aquí, Noah. No tienes que preocuparte por mí. En Tejas, estaba donde no debía estar, y en el momento más inoportuno.

– Hazme un favor, ¿quieres? -le pidió Noah-. Ten cuidado.

– Muy bien, lo tendré -dijo ella.

– Y cómprate un móvil, joder.

¿A qué había venido eso?

– Qué simpático eres -susurró Jordan mientras lo seguía de vuelta a la habitación de Laurant.

Su padre estaba contándole a Nick y a Laurant una divertida historia sobre una de sus «sombras», el nombre que le había dado al contingente de guardaespaldas que lo había acompañado constantemente los últimos meses. A Jordan le alegró ver reír de nuevo a su padre. Tenía menos arrugas en la cara y tenía el aspecto de haberse quitado un peso de encima.

Cuando Nick preguntó sobre el fallo de seguridad en Nathan's Bay, el juez le restó importancia y alabó a los agentes por su entrega y su profesionalidad. Admitió, no obstante, que estaba contento de haberse librado de ellos.

La conversación se interrumpió cuando el médico de Laurant llegó en su ronda de la tarde. Todos estuvieron contentos de oírle decir lo satisfecho que estaba con los resultados del tratamiento y de las pruebas médicas. Las contracciones de Laurant habían cesado, y si pasaba la noche tranquila, podría recibir el alta la mañana siguiente.

Después de prometer que se pasaría por su casa al día siguiente para ayudar con Sam, Jordan se marchó unos minutos antes de que terminara el horario de visitas.

Noah la siguió hasta el pasillo y le gritó desde detrás:

– Espérame, te acompaño hasta el coche.

– Tengo que hacer una llamada telefónica que he estado posponiendo -comentó Jordan a la vez que sacaba el móvil. Entonces, lo sostuvo en alto para mostrárselo-. Como puedes ver, ya me he comprado un móvil, joder.

– Muy bien -sonrió Noah-. Haz esa llamada, pero espérame abajo, dentro del hospital, en la entrada de urgencias.

– De acuerdo -accedió Jordan.

– Tu padre se irá pronto. Bajaré con él -indicó Noah.

Jordan se metió en el ascensor y se volvió. Noah vio cómo las puertas se cerraban entre los dos.

En el exterior, Paul Pruitt esperaba pacientemente a Jordan. Medio hundido en el asiento del conductor, seguro de que nadie se fijaría en él, creía haber encontrado el sitio perfecto. Su automóvil de alquiler estaba bien estacionado entre dos turismos. Había dejado el coche de forma que podría marcharse deprisa.

Ya no faltaría mucho. En el asiento del copiloto, estaba la pistola, preparada para disparar.

Se había pasado el día esperando. Había estado la mayor parte de la tarde aparcado frente a la casa de Jordan. Había localizado antes su coche, delante del edificio, de modo que sabía que estaba dentro. Su plan era esperar a que se alejara de allí para entrar en su casa y llevarse lo que necesitaba. No le importaba el tiempo que tardara en lograrlo. Podía esperar una o doce horas. Le daba lo mismo.

Había elaborado cuidadosamente su estrategia. Cuando hubiera entrado en casa de Jordan, se llevaría todas las fotocopias de los documentos de MacKenna que la joven se había enviado a sí misma por correo desde Serenity. Tenía un montón de cajas de cartón preparadas con ese propósito. Cuando tuviese todos los documentos, se largaría, y todas las pruebas que implicaban a Paul Pruitt habrían desaparecido.

Había pensado dejar el piso revuelto para que pareciera un simple robo con allanamiento de morada, pero se había percatado de lo estúpido que era ese plan. ¿Por qué iba a robar un ladrón los documentos de una investigación?

Daba igual que Jordan se preguntase por qué se los habían llevado. Sin las fotocopias, no lo sabría nunca. Y Pruitt podría conservar su nueva y bonita vida.

Por desgracia, su plan se había complicado un poco una vez que estuvo dentro del piso de Jordan. Estaba en el salón cuando había sonado el teléfono. Enseguida había saltado el contestador automático. El padre de Jordan la llamaba para decirle que se encontraría con ella en el hospital St. James, y para recordarle que la habitación de Laurant era la 538.

Le había complacido saber que Jordan iba de camino al hospital St. James. No sabía quién era la tal Laurant ni le importaba. Planeaba estar muy lejos cuando Jordan regresase a casa y descubriese el robo.

Había sido una suerte que Pruitt se hubiese fijado en el bloc de notas en la mesa de centro. Al ver lo que había escrito en él, se había parado en seco. Ahí, en mitad de la página, llamando la atención como un faro, estaba escrito el número 1284. Y a su alrededor, había un puñado de interrogantes.

Jordan se había acercado demasiado. Arrancó la hoja del bloc y se la quedó mirando mientras le daba vueltas a la cabeza. Una vez más, todo había cambiado. Pero de nuevo, sabía lo que tenía que hacer.

Su padre… Sí, su padre, el juez Buchanan estaba en el hospital. Una oportunidad perfecta. Paul había investigado lo suficiente a Jordan Buchanan como para saber quién era su padre, y había reconocido inmediatamente el nombre cuando lo había oído hacía poco en las noticias. Habría sido imposible que se le escapara. Los medios de comunicación estaban inundando las ondas con informes sobre el veredicto del importante juicio y del juez que lo había presidido. Las noticias mencionaban asimismo las amenazas de muerte que este último había recibido. De modo que si lo montaba bien, podría conseguir que pareciera que el objetivo era el juez Buchanan y no su hija Jordan.

Y ahí estaba, sentado en el coche estacionado con una buena vista de las puertas del hospital. Si tenía suerte, el juez cruzaría esas puertas en cualquier momento acompañado de su hija.

De repente, Paul se enderezó. ¿Era ella? Sí, Jordan Buchanan salía del hospital.

Pruitt tomó la pistola para esperar el momento adecuado.

Al salir de urgencias para dirigirse al estacionamiento, Jordan cogió el móvil y llamó a información para pedir el número de Jaffee. Tras consultar el reloj y restar una hora, había deducido que Jaffee estaría en el restaurante.

Sabía que la operadora le conectaría la llamada, pero quería anotar el número por si tenía que volver a llamar a Jaffee. Buscó en el bolso un pedazo de papel y un bolígrafo y, con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja, esperó con el bolígrafo preparado para cuando le dieran el número. Había dos bancos, uno a cada lado de una columna de hormigón. Los dos estaban vacíos. Empezó a caminar hacia el que quedaba más lejos de la entrada. Los fluorescentes brillantes situados sobre las puertas correderas de cristal le molestaban a los ojos, y uno de los tubos parpadeaba y zumbaba de modo fastidioso.

Mientras la operadora recitaba el número de Jaffee, salieron dos celadores hablando en voz alta con un conductor de ambulancia, por lo que Jordan tuvo que pedirle a la operadora que le repitiera el número. Lo anotó deprisa.

Se sentó en el banco mientras esperaba a que le contestaran.

– ¿Diga? -Era Angela. Jordan se tapó la oreja con la otra mano para aislarse del ruido de fondo.

– Hola, Angela.

– ¿Jordan? ¡Hola, Jordan! ¿Cómo estás? Jaffee estará muy contento de tener noticias tuyas. Está realmente preocupado por Dora.