– ¿A quién la vendías? -preguntó Jeffrey.
– A algunos chavales, tío -dijo Fletcher-. Sólo un poco cada vez para ir tirando, ¿sabe? Nada importante.
– ¿Chuck lo sabía?
– ¿Chuck? No, no. Claro que no. Tampoco es que controlara mucho, ¿sabe?, pero de haberse enterado de que yo…
– ¿Sabes que está muerto?
Fletcher palideció, se le quedó la boca abierta.
Jeffrey dejó pasar el tiempo hasta que Fletcher comenzó a agitarse, nervioso.
– ¿Estabas usurpándole el terreno a alguien? -preguntó Jeffrey.
– ¿Usurpándole? -repitió Fletcher, y Jeffrey estaba a punto de explicarle lo que significaba la palabra cuando Fletcher le dijo-: No, tío. No sé quién más trapicheaba, pero nadie me dijo nunca nada. Yo vendía muy poco, no creo que le robara el mercado a nadie. De verdad.
– ¿Nunca se te acercó nadie y te dijo que no le gustaba lo que hacías?
– Nunca -insistió Fletcher-. Yo iba con cuidado. Sólo le vendía a un puñado de chavales. No pretendía ganar mucho dinero, sólo para poder fumar un poco de hierba.
– ¿Sólo hierba?
– A veces alguna otra cosa -dijo Fletcher.
El tipo no era idiota del todo; sabía que la marihuana era un delito relativamente menor comparado con otros narcóticos más fuertes.
– ¿A quiénes la vendías?
– No a muchos, sólo tres o cuatro.
– William Dickson -preguntó Jeffrey -. ¿Scooter?
– Oh, no, a Scooter no. Está muerto. Yo no le vendí esa mierda. ¿Por eso me han llamado?
Se agitó, y Jeffrey le indicó que se calmara.
– Sabemos que Scooter traficaba. No te preocupes por Scooter.
– Oh, guau. -Fletcher se llevó la mano al pecho-. Por un momento me ha asustado.
Jeffrey decidió aventurarse.
– Sabemos que le vendías a Andy Rosen.
Fletcher movió la boca, pero no dijo nada. Miró a Frank, luego a Jeffrey, y luego otra vez a Frank.
– Ni hablar -dijo por fin-. Quiero un abogado.
– Un abogado cambiará el tono de esta entrevista, Ron. Si tú traes a tu abogado, yo traeré al mío.
– Ni hablar. Ni hablar.
– Si presento cargos, estás listo. Irás a la cárcel. Sin trato. Y pasarás una buena temporada a la sombra.
– Esto es falso. Es inducción a cometer un delito.
– No es inducción a nada -le corrigió Jeffrey. Técnicamente, puesto que Fletcher había pedido un abogado, se trataba de una simple violación de la ley Miranda, pues no le había leído sus derechos-. No queremos crucificarte, Ron. Sólo queremos saber qué le vendías a Andy Rosen.
– Ni hablar, tío -le desafió Fletcher-. Sé cómo funciona esto. Si se fumó un porro antes de saltar del puente, me cargarán el muerto a mí… quiero decir, a quien le vendiera la mierda.
Jeffrey se inclinó sobre la mesa.
– Andy no saltó. Le empujaron.
– ¿Me toma el pelo? -preguntó Fletcher, mirando a Jeffrey y luego a Frank-. Tío, eso está mal. Eso está muy mal. Andy era un buen chaval. Tenía problemas, pero… mierda. Era un buen chaval.
– ¿Qué clase de problemas tenía?
– No podía desengancharse -dijo Fletcher, levantando las manos-. Hay personas que quieren y no pueden.
– ¿Quería de verdad?
– Yo creía que sí -dijo Fletcher-. Bueno, ya saben. Yo pensaba que lo había dejado.
– ¿Hasta?
Fletcher hizo una mueca.
– Oh, no lo sé.
– ¿Hasta cuándo, Ron? ¿Intentó comprarte algo?
– No tenía dinero -dijo Fletcher-. Siempre estaba -encorvó la espalda y se frotó las manos-: «Dame un poco de crack y te lo pago el martes».
– ¿Y se lo vendías?
– Diablos, no, tío. Andy ya me había estafado antes. Intentaba timar a todo el mundo.
– ¿Tenía enemigos por culpa de eso?
Fletcher negó con la cabeza.
– No tenías más que empujarle y te pagaba. El chaval me daba un poco de lástima por eso. Era un tipo duro y toda esa mierda, pero todo lo que tenías que hacer era darle un empujón y ya se ponía: «Muy bien. Aquí tienes el dinero. No me hagas daño». -Fletcher se interrumpió, comprendiendo lo que había dicho-. No es que yo le hiciera daño. Ése no es mi juego, tío. A mí me va el buen rollo, explorar la, ya sabe, la… -Fletcher buscaba la palabra-. No, no es eso. Expandir. Hay que expandir la mente. Abrirse.
– Muy bien -dijo Jeffrey, pensando que si a Fletcher se le expandía más la mente acabaría babeando.
– Me daba pena. Había recibido una buena noticia. Iba a celebrar algo.
Jeffrey miró a Frank de forma significativa.
– ¿Qué iba a celebrar?
– No lo dijo -contestó Fletcher-. No lo dijo, y yo no pregunté. Así era Andy. Le gustaba tener secretos. Incluso cuando se iba al váter a cagar, todo era un secreto, como si fuera el jodido James Bond. -Fingió una carcajada-. Y no es que James Bond estuviera jodido.
– ¿Qué me dices de Chuck? -preguntó Jeffrey-. ¿Estaba metido en esto?
Fletcher se encogió de hombros.
– No quiero hablar mal de los…
– ¿Ron?
Soltó un gruñido, frotándose el estómago.
– Puede que se quedara con algo. Ya saben, por el alquiler y todo eso.
Jeffrey se reclinó en la silla, preguntándose cómo podía estar relacionado Chuck con los recientes asesinatos. Los traficantes de drogas sólo mataban a quienes se cruzaban en su camino, y lo hacían de manera espectacular, para que sirviera de advertencia a posibles rivales. Escenificar las muertes como si fueran suicidios sería algo contrario a su negocio.
El silencio de Jeffrey había puesto nervioso a Fletcher.
– ¿Necesito un abogado? -preguntó.
– No si cooperas. Jeffrey sacó un cuaderno y un bolígrafo. Los puso delante de Fletcher y le dijo-: Sé que éste es tu primer delito, Ron. Procuraremos evitar que vayas a la cárcel, pero tienes que decirnos lo que hay en tu apartamento. Si lo registro y encuentro algo que no me hayas mencionado, le diré al juez que te aplique la pena máxima.
– De acuerdo, tío -dijo Fletcher-. Vale. Meta. Tengo un poco de meta debajo del colchón.
Jeffrey le indicó el papel y el bolígrafo.
Fletcher comenzó a anotar una descripción completa de su casa.
– Hay un poco de hierba en la nevera, donde se pone la mantequilla. ¿Cómo llamáis a esa zona?
– ¿El compartimento para la mantequilla? -dijo Jeffrey.
– Eso, eso -asintió Fletcher, apuntando en su cuaderno.
Jeffrey se puso en pie, diciéndose que tenía cosas mejores que hacer que estar ahí. Dejó la puerta abierta para poder vigilar a Fletcher desde el pasillo.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Frank.
Jeffrey bajó la voz.
– Voy a ir a hablar otra vez con Jill Rosen, a ver qué sabe.
– ¿Cómo le va a Lena?
Jeffrey se entristeció al pensar en ella.
– He hablado con Nan Thomas esta mañana. No sé. A lo mejor me paso para ver si quiere presentar cargos.
– No los presentará -dijo Frank, y Jeffrey sabía que tenía razón.
– Podrías hablar con ella -le pidió Jeffrey.
Frank reaccionó como si éste acabara de sugerirle que azotara a su madre con un trapo húmedo. Desde la agresión de Lena, Frank no sabía qué actitud tomar con su ex compañera. A veces Jeffrey comprendía la reacción de Frank, pero le parecía inconcebible que un agente abandonara a un compañero. Había policías en Birmingham, a los que Jeffrey no había visto en años, y que si le llamaban, fuera cuando fuese, él cogería el coche y en cuestión de segundos pondría rumbo a Alabama.
– No voy a ordenarte que vayas a verla, pero creo que si le echaras una mano…
Frank tosió en la mano. Jeffrey lo intentó otra vez.
– Lena confía en ti, Frank. Quizá podrías llevarla por el buen camino.
– Me parece que ya ha elegido el camino que quiere tomar.
Su mirada era dura, y Jeffrey recordó lo difícil que había sido separar a Frank de Ethan White el día anterior. De habérselo dejado a Frank, probablemente Ethan White estaría muerto.
– Lena te escuchará -dijo Jeffrey-. Puede que sea tu última oportunidad de aclarar las cosas con ella.
Frank hizo caso omiso de ese comentario tan sutilmente que Jeffrey se preguntó si había llegado a decirlo.