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Ella le dio un empujón, pero fue como empujar una montaña; no se movió.

– ¿Se te puso dura mirándolos? ¿Qué me dices, Ethan? ¿Te pusiste caliente viéndola sufrir, viendo cómo se daba cuenta de que lo único que podía hacer era dejar que se la follaran?

– No.

– ¿Qué sentías mientras estabas sentado allí, sabiendo que iba a morir? ¿Te gustó, Ethan? -Volvió a empujarle-. ¿Saliste del camión y te uniste a la fiesta? ¿Le sujetaste los brazos mientras se la follaban? ¿Te la follaste? ¿Fuiste tú el que la abrió en canal? ¿Te puso caliente toda esa sangre?

Ethan volvió a advertirle:

– Es mejor que no sigas, Lena.

– Vamos a ver qué tienes aquí debajo -dijo Lena, tirándole de la camiseta.

Lo hizo él mismo. Se desgarró la camiseta negra. Lena se quedó boquiabierta al ver los enormes tatuajes que le cubrían el torso.

Ethan bramó:

– ¿Esto es lo que querías? ¿Esto es lo que querías ver, zorra?

Lena le dio una bofetada, y al ver que no reaccionaba, le dio otra, y otra. Le abofeteó hasta que él la lanzó contra la pared y los dos cayeron al suelo.

Forcejearon, pero él era más fuerte, y se encaramó a ella. Le bajó los pantalones, clavándole las uñas en la barriga. Lena chilló, pero él le tapó la boca con la suya, metiéndole la lengua tan adentro que Lena sintió arcadas. Intentó darle un rodillazo en la entrepierna, pero Ethan era demasiado rápido, y le separó los muslos con las rodillas. Con una mano le inmovilizaba las manos sobre la cabeza, apretándole las muñecas contra el suelo.

– ¿Esto es lo que quieres? -chilló Ethan regándola de saliva.

Ethan se llevó la mano a la bragueta y se bajó la cremallera. Lena se sintió mareada, tenía náuseas, y todo lo que veía estaba bañado en rojo. Soltó un grito ahogado, tensándose cuando él la penetró, apretándose contra él.

Ethan se detuvo a medio camino, los labios entreabiertos por la sorpresa.

Lena sentía su aliento en la cara y le dolían las muñecas, allí donde le apretaba. Nada de eso significaba nada para ella. Lo sentía todo y no sentía nada.

Lena le miró a los ojos, en lo más profundo, y vio el océano. Movió las caderas lentamente, dejándole sentir lo húmeda que estaba, lo mucho que su cuerpo le deseaba.

Ethan tembló por el esfuerzo de permanecer inmóvil.

– Lena…

– Shhh… -le acalló.

– Lena…

A Ethan se le movió la nuez, y Lena le acercó los labios, la besó, la chupó. Luego los subió hasta la boca de Ethan y le dio un beso duro y profundo.

Él intentó soltarle las muñecas, pero ella le agarró la mano. Quería seguir inmovilizada.

Ethan le suplicó, como si eso fuera a servir de algo.

– Por favor… -dijo-. Así no…

Lena cerró los ojos y arqueó el cuerpo hasta pegarlo al de él, y entonces empujó las caderas hasta penetrarla del todo.

MIÉRCOLES

12

Kevin Blake medía la oficina a pasos, mirando su reloj cada dos minutos.

– Esto es horrible -dijo-. Esto es horrible.

Jeffrey se agitó en su silla, fingiendo prestarle atención. Habían pasado treinta minutos desde que Jeffrey dijera a Blake que Andy Rosen y Ellen Schaffer habían sido asesinados, y el decano no había callado desde entonces. Pero no había hecho una sola pregunta acerca de los estudiantes ni de la investigación. Lo único que le importaba era lo que iba a significar para la universidad, y, de rebote, para él.

Blake hacía aspavientos con las manos con mucho dramatismo.

– No hace falta que te lo diga, Jeffrey, pero este tipo de escándalos pueden hundir a una universidad.

Jeffrey se dijo que no supondría tanto el final de Grant Tech como el cese en el cargo de Kevin Blake. Aunque se le daba bien estrechar manos y pedir dinero, Kevin Blake era demasiado buena persona para dirigir una universidad como Grant Tech. Sus fines de semana de golf y sus comidas para recaudar fondos daban buenos resultados, pero le faltaba agresividad para buscar nuevas fuentes de financiación para sus proyectos de investigación. Jeffrey habría apostado sin pensárselo a que no duraba más de un año en el cargo. Sería desbancado por una mujer enérgica pero madura que empujara esa universidad hacia el siglo XXI.

– ¿Dónde está ese idiota? -preguntó Blake, refiriéndose a Chuck Gaines. Habían concertado una reunión a las siete, y Chuck ya llegaba veinte minutos tarde-. Tengo cosas importantes que hacer.

Jeffrey no expresó su opinión sobre el asunto. Consideraba que podría haber pasado media hora más en la cama con Sara en lugar de esperar en el despacho de Blake a que se celebrara una reunión que probablemente sería tan tediosa como improductiva.

– Puedo ir a buscarle -se ofreció Jeffrey.

– No -dijo Blake.

Cogió una pelota de golf de cristal de su escritorio. La arrojó al aire y la recogió. Jeffrey soltó una exclamación, como si estuviera impresionado, aunque nunca había entendido el golf ni tenía paciencia para aprender.

– Este fin de semana participé en el torneo -dijo Blake.

– Sí -repuso Jeffrey-. Lo leí en el periódico.

Debió de responder de forma adecuada, pues a Blake se le iluminó el rostro.

– Dos bajo par -dijo Blake-. Le di una buena paliza a Albert.

– Eso es estupendo -comentó Jeffrey.

Se dijo que quizá no era prudente derrotar al presidente de un banco en ninguna área, y mucho menos jugando al golf. Aunque con Albert Gaines, Blake tenía la sartén por el mango. Siempre podía despedir a Chuck y hacer que su papi le encontrara otro empleo.

– Estoy seguro de que Jill Rosen se alegrará cuando se entere de lo que me has dicho.

– ¿Por qué lo dices? -preguntó Jeffrey.

Era consciente de que había pronunciado el nombre de la mujer con rencor.

– ¿No has visto el artículo del periódico? «Psiquiatra de la universidad no consigue echarle un cable a su hijo.» Por amor de Dios, qué mal gusto, aunque…

– ¿Aunque qué?

– Oh, nada. -Agarró un palo de golf de la bolsa que había en el rincón-. El otro día Brian Keller me insinuó que pensaba dimitir.

– ¿Y eso?

Blake lanzó un suspiro de exasperación, retorciendo el palo que tenía en la mano.

– Lleva veinte años chupando de la universidad, y ahora que por fin ha dado con algo importante que podría hacerle ganar un poco de dinero a la universidad, me dice que quiere dimitir.

– ¿La universidad no es propietaria de la investigación?

Blake soltó un bufido ante la ignorancia de Jeffrey.

– Cuatro mentiras y sale del apuro y, si no es capaz de eso, todo lo que necesita es un buen abogado, que, con toda seguridad, cualquier compañía farmacéutica del mundo le podrá proporcionar.

– ¿Y cuál es su descubrimiento?

– Un antidepresivo.

Jeffrey se acordó del botiquín de William Dickson.

– En el mercado hay toneladas de antidepresivos.

– Esto es un secreto -dijo Blake, bajando la voz, aunque estaban solos-. Brian no ha soltado prenda. -Soltó otra carcajada-. Probablemente por eso quiere sacar más tajada, ese avaricioso cabrón.

Jeffrey esperó a que Blake contestara a su pregunta.

– Es un cóctel farmacológico con una base de hierbas. Ésa es la clave del marketing: hacer creer a la gente que es bueno para ellos. Brian afirma que no tiene ningún efecto secundario, pero eso es una chorrada. Hasta una aspirina tiene contraindicaciones.

– ¿Su hijo lo tomaba?

Blake pareció alarmado.

– No encontrarías ningún parche en Andy, ¿verdad? Un parche como los de nicotina. Así era como se tomaba, a través de la piel.

– No -admitió Jeffrey.

– Buf. -Blake se secó la frente con el dorso de la mano para exagerar su alivio-. Aún no están a punto para probarlo con seres humanos, pero hace un par de días Brian estuvo en Washington para mostrar sus datos a los jefazos. Estaban dispuestos a cerrarle el grifo en un pispás. -Blake bajó la voz-. Si quieres saber la verdad, yo también tomé Prozac hace un par de años. Aunque no noté nada.