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– ¿Y?

– Estás hecha una mierda, Lena. ¿Vuelves a beber? ¿Es eso?

– No sé de qué coño me hablas.

– No seas idiota. Hueles como un vagabundo. Tienes la blusa manchada de vómito.

Lena tuvo el decoro de parecer avergonzada antes de transformar de nuevo su rostro en un puño furioso.

– Vi tu bodega en la cocina -le dijo él.

En uno de los estantes del armario, Jeffrey encontró dos botellas de Jim Beam alineadas como soldados, esperando a que Lena las ingiriera. En el cubo de la basura halló una botella vacía de Maker's Mark. Había un vaso vacío en el lavabo que olía a alcohol, y otro junto a la cama que alguien había volcado. Jeffrey había crecido con un alcohólico. Conocía sus rituales, y conocía los signos.

– ¿Así es como afrontas tu problema? -preguntó Jeffrey-. ¿Escondiéndote detrás de una botella?

– ¿De qué problema me hablas? -le desafió Lena.

– De lo que te pasó -dijo él, pero se echó atrás, pues no quería seguir por ese camino. Decidió atacar su ego-: Nunca te consideré una cobarde, Lena, pero ésta no es la primera vez que me sorprendes.

– Lo tengo todo bajo control.

– Ya lo veo -dijo Jeffrey, y la expresión de Lena avivó su cólera.

Su padre decía lo mismo cuando Jeffrey vivía con él, y éste sabía que no era más que una excusa, como ahora.

– ¿Qué sientes al echar la papilla antes de ir a trabajar por las mañanas?

– Eso no me pasa.

– ¿No? Di más bien que todavía no te pasa.

Jeffrey aún se acordaba de Jimmy Tolliver devolviendo en el váter en cuanto se despertaba, para entrar en la cocina en busca del primer trago del día.

– Mi vida no es asunto tuyo.

– Supongo que se te va el dolor de cabeza cuando le echas un chorro de bourbon al primer café -dijo Jeffrey abriendo y cerrando los puños, consciente de que debía controlar su ira antes de que el interrogatorio se le fuera de las manos. Sacó el frasco de pastillas que había encontrado en su botiquín y las arrojó sobre la mesa-. ¿O esto también te ayuda?

Lena se quedó mirando el frasco, y Jeffrey se dio cuenta que su mente funcionaba a gran velocidad.

– Son analgésicos.

– Algo bastante fuerte para un simple dolor de cabeza -dijo Jeffrey-. El Vicodin sólo se vende con receta. Tal vez debería hablar con el médico que te lo recetó.

– No es para ese dolor, capullo. -Levantó las manos y le enseñó las cicatrices-. ¿Crees que esto se me pasó cuando salí del hospital? ¿Crees que por arte de magia se me curó y me quedó igual que antes?

Jeffrey miró las cicatrices. De una de ellas manaba un hilillo de sangre que le resbalaba por la palma. Intentó mantener una expresión neutra al ofrecerle un pañuelo.

– Toma -le dijo-. Estás sangrando.

Lena se miró la mano y la cerró.

Jeffrey dejó el pañuelo sobre la mesa, entre los dos. Le incomodaba ver que a Lena le era indiferente sangrar.

– ¿Qué dice Chuck cuando apareces borracha en el trabajo?

– En el trabajo no bebo -dijo Lena, y Jeffrey vio un destello de arrepentimiento en sus ojos antes de acabar la frase.

La había pillado.

Ante el horror de Jeffrey, Lena comenzó a hurgarse la cicatriz, lo que hizo que ésta sangrara más.

– Basta -dijo Jeffrey, y puso la mano sobre la de ella. Apretó el pañuelo en la palma de Lena, intentando detener la hemorragia.

Lena tragaba saliva con dificultad, y por un momento creyó que se pondría a llorar.

Jeffrey quiso que ella supiera que él estaba preocupado.

– Lena -le dijo-, ¿por qué te haces daño de este modo?

Ella esperó un momento antes de apartar sus manos de las de él. Las escondió debajo de la mesa. Miró el informe.

– ¿Qué es eso? -dijo. -Lena.

Lena negó con la cabeza, y por la manera en que movía los hombros, Jeffrey se dio cuenta de que seguía hurgándose la mano bajo la mesa.

– Vamos a acabar con esto -dijo ella.

Jeffrey mantuvo la carpeta cerrada, y sacó un papel doblado del bolsillo de su americana. Al abrir la página, un destello en los ojos de la mujer delató que sabía lo que era. Lena había visto suficientes informes del laboratorio para saber lo que Jeffrey tenía entre manos. Deslizó la página sobre la mesa hasta dejarla delante de ella.

– Es una comparación entre el vello púbico que encontramos en las bragas de la habitación de Andy Rosen y una muestra del tuyo.

Lena negó con la cabeza, sin mirar el documento.

– No tienes ninguna muestra del mío.

– La obtuve de tu cuarto de baño.

– Hoy no. No has tenido tiempo.

– No -asintió Jeffrey.

De pronto, Lena comprendió. Frank había forzado la cerradura del apartamento de Lena mientras ella estaba en la cafetería con Ethan. A Jeffrey le avergonzaba el método, y no se lo había confesado a Sara la noche anterior, pero suponía que nadie se enteraría de lo que había hecho. Se decía que estaba ayudando a Lena, ya que ella no quería ayudarse a sí misma.

Lena habló en un hilo de voz y, como un caramelo amargo, él sintió en la boca el sabor de saberse traicionado.

– Eso es obtención ilegal de pruebas.

– No querías hablar conmigo -dijo Jeffrey, sabiendo que no era muy honesto echárselo en cara, como si fuera culpa de Lena. Intentó excusarse-: Pensé que eso te dejaría limpia de toda culpa, Lena. No quería que parecieras sospechosa.

Lena se acercó el informe del laboratorio para poder leerlo. De nuevo empezó a hurgarse la cicatriz. La culpa le golpeó en el pecho cuando vio que una gota de sangre caía sobre la página en blanco.

Lena miró el espejo que había a un lado de la habitación, preguntándose quién habría al otro lado. Jeffrey le había dicho a Frank que no dejara entrar a nadie, y que tampoco se quedara él.

– ¿Y bien? -preguntó Jeffrey.

Lena se reclinó en la silla, las manos a los lados, agarradas al asiento. Jeffrey se alegró de verla furiosa, pues ésa era su auténtica personalidad.

– No sé qué crees tener ahí -dijo señalando el informe-, pero es imposible que nada en mí coincida con lo que había en la habitación del chico. -Se sentó más erguida-. Y además, el vello no es admisible. Todo lo que puedes decir es que es microscópicamente similar, ¿y sabes qué? Me importa un huevo. Probablemente, el vello de la mitad de las chicas del campus resultaría parecido. No tienes una mierda contra mí.

– ¿Y qué me dices de tus huellas?

– ¿Dónde las encontraste?

– ¿Tú qué crees?

– A tomar por culo.

Lena se levantó pero no se fue, probablemente porque sabía que Jeffrey se lo impediría.

La dejó quedarse de pie, sintiéndose una estúpida, durante unos minutos antes de decirle:

– ¿Quieres hablarme de tu novio?

Ella le atravesó con la mirada.

– No es mi novio.

– No creo que pertenezcas a una asociación racista.

Lena abrió la boca, pero Jeffrey no supo si de sorpresa o porque estaba pensando contestarle algo sin delatar a Ethan.

– Sí, vale, tampoco me conoces tanto, ¿no?

– ¿Es el que está pintando con aerosol toda esa mierda por el campus?

Ella soltó una risotada.

– ¿Por qué no hablas con Chuck de todo esto?

– Ya hablé con él esta mañana. Me dijo que te había pedido que averiguaras quién lo había hecho, pero que te lo estabas tomando con calma.

– Eso es una trola -dijo Lena, y Jeffrey no supo si creer a Lena o a Chuck.

Dos días atrás, la elección habría sido fácil. Pero ahora…

– Siéntate, Lena. -Ella tardó unos segundos en sentarse-. ¿Sabías que Ethan estaba en libertad condicional?

Lena se cruzó de brazos.

– ¿Y?

Jeffrey tan sólo fue capaz de mirarla fijamente, esperando que su silencio la hiciera entrar en razón.

– ¿Eso es todo? -preguntó Lena.

– Tu novio casi mata a una chica a golpes en Connecticut -dijo Jeffrey-. Por cierto, ¿cómo va tu ojo?

Ella se llevó un dedo al ojo a la funerala.

– ¿Lena?

Si esa información la había asustado, se recuperó enseguida.