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Diane fue al grano.

– ¿Tenéis aquí a White?

– No -dijo Jeffrey, aunque deseaba que así fuera.

Lena se había asegurado de que dejaban libre a Ethan antes de irse con Jeffrey y Frank.

Diane pareció aliviada.

– Este fin de semana han encerrado a tres de mis chicos, y estoy hasta el cuello de papeleo. No quiero tener más problemas con éste. Sobre todo con éste. -Sacó una gruesa carpeta-. ¿Por qué queréis saber sus antecedentes?

– No estoy seguro -dijo Jeffrey, entregándole a Frank su café para abrir la carpeta.

La primera página era una foto en color de Ethan White en la época de su último arresto. Llevaba la cabeza y la cara afeitadas, pero seguía pareciéndose enormemente al mismo matón que Jeffrey recordaba. Los ojos eran inexpresivos, y contemplaban a la cámara como si quisiera asegurarse de que cualquiera que mirara la foto supiera que él era una amenaza.

Jeffrey pasó las fotos, buscando el historial de arrestos de Ethan. Examinó los detalles, y sintió como si alguien le hubiera golpeado las tripas con un ladrillo.

– Sí -dijo Diane, leyendo su expresión-, desde entonces ha estado limpio. Tiene un buen comportamiento y su libertad condicional acabará en menos de un año.

– ¿Estás segura? -preguntó Jeffrey, captando una advertencia en su voz.

– Que yo sepa -le dijo ella-. Le he visitado sin avisar casi cada semana.

– Lo dices como si esperaras que hiciera algo -comentó Jeffrey.

En el caso de Diane, que hiciera un esfuerzo especial para hacerle visitas sorpresa a Ethan decía mucho. Intentaba pillarlo con las manos en la masa.

– Simplemente me aseguro de que no se meta en líos -dijo compasiva.

– ¿Anda metido en drogas? -preguntó Frank.

– Le hago mear en un vaso todas las semanas, pero estos tipos no tocan las drogas. No beben, no fuman. -Hizo una pausa-. Con ellos todo es una debilidad o una fuerza. Poder, control, intimidación: la adrenalina que causan estas cosas es lo que les coloca.

Jeffrey volvió a coger su café y le entregó el informe a Frank, diciéndose que era como si Diane hubiera estado hablando de Lena y no de Ethan White. Antes estaba preocupado por Lena, pero ahora le asustaba que Lena se hubiera metido en algo de lo que ya no pudiera salir nunca.

– Cumple con todo lo que debe hacer. Ha acabado sus clases para controlar su ira… -dijo Diane.

– ¿En la universidad?

– No -negó Diane-. En la Seguridad Social. No creo que en Grant Tech les haga mucha falta.

Jeffrey suspiró. Había valido la pena intentarlo.

– ¿A quién tienes ahí? -preguntó Diane, mirando por la ventana.

Jeffrey sabía que sólo podía ver la espalda de Lena.

– Gracias por el informe -dijo Jeffrey.

Diane captó la indirecta y apartó la mirada.

– No hay problema. Si le pillas en algo me lo haces saber. Él dice que se ha reformado, pero con estos tipos nunca se sabe.

– ¿Qué clase de amenaza crees que supone? -preguntó Jeffrey.

– ¿Contra la sociedad? -Diane se encogió de hombros-. ¿Contra las mujeres? -Tensó la comisura de los labios-. Lee el informe. Es la punta del iceberg, pero no hace falta que te lo diga. -Señaló la puerta-. Si la que hay ahí dentro es su novia, entonces más le vale alejarse de él.

Jeffrey se limitó a asentir, y Frank, que estaba leyendo el informe, farfulló una maldición.

Diane miró su reloj.

– Debo irme, tengo una vista.

Jeffrey le estrechó la mano y le dijo:

– Gracias por traernos esto.

– Avísame si le trincas. Tendré un delincuente menos de qué preocuparme. -Se dio media vuelta para irse, pero antes le dijo a Jeffrey-: Más te vale que controles a tus agentes si vas a buscarle las cosquillas. Ya ha demandado a dos jefes de policía.

– ¿Y ganó?

– Llegaron a un acuerdo -explicó Diane-. Y luego dimitieron. -Le lanzó una expresiva mirada-. Haces que mi trabajo sea mucho más fácil, jefe. No me gustaría perderte.

– Entendido -contestó Jeffrey, aceptando el cumplido y la advertencia.

Diane hizo ademán de marcharse, pero se volvió y le dijo:

– Házmelo saber.

Jeffrey vio cómo Frank movía los labios al leer el informe.

– Esto no me gusta -dijo Frank-. ¿Quieres que lo arreste? -¿Por qué? -preguntó Jeffrey, cogiendo el informe.

Lo abrió y volvió a hojearlo. Si Diane tenía razón, sólo tendrían una oportunidad para detener a Ethan White. Y cuando lo hicieran -y Jeffrey no dudaba que acabarían deteniéndolo- más le valía tener algo sólido contra él.

– Veamos si Lena le acusa de algo -dijo Frank.

– ¿De verdad crees que eso va a suceder? -preguntó Jeffrey, leyendo con asco el historial delictivo de Ethan White.

Diane Sanders tenía razón acerca de otra cosa: el chaval sabía eludir los cargos. Lo habían arrestado al menos diez veces en los mismos años y sólo se había mantenido un cargo.

– ¿Quieres que entre contigo? -preguntó Frank.

– No -dijo Jeffrey, mirando el reloj de la pared-. Llama a Brian Keller. Tenía que estar en su casa hace diez minutos. Dile que pasaré más tarde.

– ¿Aún quieres que pregunte por ahí qué se sabe de él?

– Sí -contestó Jeffrey, aunque aquella mañana había planeado encargarle ese trabajo a Lena.

A pesar de lo ocurrido en las últimas horas, aún quería investigar a Brian Keller. Algo no le cuadraba con ese hombre.

– Avísame si te enteras de algo -dijo a Frank.

– Lo haré -se despidió Frank.

Jeffrey puso la mano en el pomo de la puerta, pero no lo giró. Inhaló, intentando poner en orden sus ideas, y entró en la habitación.

Lena miraba fijamente a la pared cuando Jeffrey cerró la puerta. Estaba sentada en la silla de los sospechosos, la que estaba atornillada al suelo y tenía un gancho machihembrado en el respaldo para colocar las esposas. El asiento de metal era rígido e incómodo. Lena probablemente estaba más cabreada por la idea de estar en esa silla que por la silla misma, por eso la había sentado allí.

Jeffrey rodeó la mesa y se sentó delante de ella, poniendo el informe de Ethan White sobre la mesa. En la luminosa sala de interrogatorios, sus heridas se veían como un coche nuevo y reluciente en el salón de exposición. Se le estaba formando un morado en torno al ojo, y tenía sangre seca en la comisura. Había ocultado la mano bajo la manga, pero la apoyaba rígida sobre la mesa, como si le doliera. Jeffrey se preguntó cómo permitía Lena que alguien le hiciera daño después de lo que le había pasado. Era una mujer fuerte, y hábil con los puños. La idea de que no se hubiera protegido casi daba risa.

Había algo más que llamaba la atención de Jeffrey, y hasta que no se sentó delante de ella no comprendió lo que era. Lena tenía resaca, y su cuerpo olía a alcohol y vómito. Siempre había sido autodestructiva, pero Jeffrey jamás se imaginó que llegara a ese extremo. Era como si su propia persona le importara un bledo.

– ¿Por qué has tardado tanto? -preguntó Lena-. Tengo que ir a trabajar.

– ¿Quieres que llame a Chuck?

Lena apretó los ojos.

– ¿A ti qué coño te parece?

Jeffrey dejó pasar unos minutos para que Lena se diera cuenta de que debía medir su tono. Jeffrey sabía que debía ser implacable con ella. Sin embargo, cada vez que la miraba acudía a su mente una imagen del año anterior, cuando la encontró clavada en el suelo, el cuerpo destrozado y el ánimo abatido. Arrancar aquellos clavos fue lo más difícil que Jeffrey había hecho en su vida. Incluso ahora, aquel recuerdo le provocaba sudores fríos, aunque experimentaba algo más. Estaba furioso… no sólo furioso, sino cabreado como un mono. Después de todo lo que Lena había pasado, después de haber sobrevivido a todo aquello, ¿por qué se mezclaba con una basura como Ethan White?

– No tengo todo el día -dijo Lena.

– Entonces te sugiero que no me hagas perder el tiempo. -Como ella no respondía, Jeffrey prosiguió-: Supongo que ayer te acostaste tarde.