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David asintió.

– ¿Y si alguien no ha sido invitado por una corporación de Estados Unidos? -preguntó.

– Esos casos los tratamos de un modo muy distinto -contestó Firestone-. Al fin y al cabo, hay mucha gente en China a la que le gustaría marcharse, y no hablo sólo de los disidentes.

A Hulan le pareció asombroso lo que unos días y un montón de titulares de prensa habían hecho con un pelotillero político como Firestone. Su diplomacia de reverencias de una semana atrás se había evaporado tan fácilmente como una nevada tardía de primavera. Ahora le faltaba muy poco para considerar a China como un enemigo declarado, y el MSP y su investigación simbolizaban todo cuanto de malo tenía aquella sociedad.

– ¿Quién sella los pasaportes? -preguntó David, decidiendo pasar por alto sus groserías.

– ¿De qué está hablando? -Al joven se le estaba acabando la paciencia-. Si está acusando a alguien de algo, ¿por qué no lo suelta de una vez?

– Usted conteste a la pregunta -replicó David sin inmutarse.

– Tenemos un departamento lleno de gente para hacer eso. Pero, joder, yo mismo he sellado un par de pasaportes, e incluso el embajador lo ha hecho en alguna que otra ocasión. Es perfectamente legal.

Al igual que en su anterior visita, el embajador empezó a hablar antes incluso de haber entrado en la habitación.

– Tendremos que ser rápidos -dijo, justo antes de aparecer por la puerta-. Estoy a la espera de una llamada del presidente -continuó, cruzando la habitación y modulando su voz para adaptarla a un entorno más íntimo. Estrechó las manos de David y Hulan de forma superficial y se sentó. Apenas hizo una pausa antes de despedir a su ayudante secamente. Phil, trae café para estas personas.

Luego el embajador abandonó sus maneras de funcionario público para declarar su gratitud personal por el arresto, juicio y condena del asesino de su hijo.

David y Hulan habían discutido cómo abordar a aquel hombre. ¿Debían tratarlo como adversario, medida que recomendaba Hulan, o como al ciudadano estadounidense de mayor rango en China? Este dilema se veía agravado por el hecho de que se hallaban allí con dos misiones muy diferentes: una, descubrir cómo Guang Henglai, Cao Hua y los otros correos obtenían visados con tanta facilidad, y la segunda, darle la noticia al embajador de que su hijo se había mezclado con personajes muy dudosos. Habían decidido que sería más práctico intentar el enfoque de los visados, puesto que sin duda provocaría la ira del embajador.

Luego podrían hablar a Watson de su hijo y, en algún momento, esperaban enterarse de algo para salvar a Spencer Lee.

Pero apenas habían introducido el tema, Phil Firestone regresó con el café.

– ¿Por qué no dejan de hacer preguntas sobre esas gilipolleces de los visados? -les espetó.

– Estamos hablando de una grave amenaza para la seguridad nacional -afirmó David-. Sellar pasaportes ilegalmente es un delito federal. Eso se traduce, Firestone, en una condena en una penitenciaría federal.

Phil Firestone enrojeció. David dirigió sus comentarios al embajador.

– Si existen irregularidades de algún tipo en la embajada, no sería el primer caso. Estoy seguro de que el embajador conoce diversos casos en los que empleados de confianza sobrepasaron los límites diplomáticos.

– Si está acusándome… -farfulló Firestone.

– Tranquilo, Phil -le interrumpió el diplomático-. ¿Es que no ves que sólo intentan ponerte nervioso? Vuelve a tu despacho; yo estoy bien. Pero cuando llegue esa llamada, avísame inmediatamente, ¿de acuerdo?

Cuando Firestone cerró la puerta tras él, el embajador dijo:

– Vamos, Stark, déle un respiro al muchacho.

– Valía la pena intentarlo -dijo David, mostrando las palmas de las manos y encogiéndose de hombros.

– Me ocuparé de ese asunto -dijo el embajador, meneando la cabeza con una leve sonrisa-. ¿Qué más puedo hacer por ayudarlos? -Se trata de su hijo -dijo David.

– Si va a decirme que se metió en líos cuando era un muchacho, créame, no me dirá nada que no sepa. Billy tenía problemas, sin duda, pero las cosas habían cambiado mucho en los dos últimos años.

– ¿Los dos últimos años?

– Le iba bien en la universidad. Elizabeth y yo estábamos orgullosos de él por ello.

– Señor embajador -dijo David con pesar-, su hijo hacía dos años que no asistía a las clases.

– Se equivoca -replicó Watson.

– Me temo que no. La inspectora Liu y yo revisamos los archivos de la USC.

– Pero yo extendí los cheques…

– ¿A nombre de la universidad o de Billy? -preguntó Hulan.

– De Billy -contestó él con voz áspera-. Oh, Dios mío, de Billy… -El color abandonó su rostro. Por primera vez desde que lo conocía, Hulan vio a un padre abrumado por el dolor.

– Su hijo… -David carraspeó y volvió a empezar-. Su hijo viajaba a China cada dos meses. ¿Lo sabía?

– ¡No! Billy sólo venía para las vacaciones de Navidad y una visita corta en verano.

– Lo siento, señor embajador, pero su hijo pasaba mucho tiempo en China. Solía viajar con Guang Henglai.

– ¿El otro chico muerto?

– El hijo de Guang Mingyun, efectivamente. -David vaciló-. Creemos que también viajaba con otras personas. -Sacó la lista de posibles correos y se la tendió al embajador. La mano de William Watson temblaba mientras él leía la lista-. A toda esa gente se le selló el visado aquí, en la embajada.

– No puedo explicarlo.

Había llegado el momento de decirle la verdad sobre su hijo. Mientras David explicaba el contrabando de bilis de oso y su sospecha de que Billy Watson estaba involucrado, el embajador no cesaba de repetir:

– No puede ser cierto. No puede ser.

– La inspectora Liu y yo trabajamos a contrarreloj -dijo David, y luego explicó la situación de Spencer Lee-. Sé que tenemos muy poco tiempo, pero ¿sería posible que alguna persona de confianza investigara las irregularidades de los pasaportes? Creemos que es vital para resolver los crímenes y para salvar la vida de un hombre

– Ni hablar, nunca -espetó Watson-. Lee ha sido hallado culpable de matar a mi hijo. Tiene que pagarlo.

Cuanto más intentaban David y Hulan convencer a Watson de que estaba en un error, más firme era su decisión, pero David no se dejó amilanar.

– Puedo conseguir una orden del Departamento de Estado. Entonces tendrá que iniciar una investigación oficial sobre los visados.

– Para entonces -masculló el embajador-, el asesino de mi hijo estará muerto y todo esto habrá terminado.

Phil Firestone entró para decir que el presidente se hallaba al teléfono.

– Tendremos que seguir con esto más tarde -dijo el embajador.

– Sólo una cosa más -dijo Hulan, poniéndose en pie-. Su hijo tenía negocios con Guang Henglai. ¿Está seguro de que usted no lo sabía?

Las duras facciones del embajador se habían convertido en las de un viejo.

– No sé qué decir, inspectora. Supongo que no conocía a mi hijo demasiado bien.

– ¿ Señor embajador? -le apremió Firestone-. El presidente.

Cuando David y Hulan se dirigieron a la puerta, el embajador Watson hizo una última petición con el dedo preparado para apretar el botón que le permitiría oír la voz del presidente.

– Por favor, no cuenten nada de todo esto a mi esposa. Elizabeth ha sufrido mucho. Esto la mataría.