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– Mire, no vale la pena que se canse -dijo el conductor.

– ¿Hay que dar la vuelta? -pregunté.

– No, no vale la pena que dé la vuelta.

– ¡Eh! ¿Pero qué le pasa?

– Nada, simplemente que no está por mi ruta.

– Claro, cómo va estar, no está conduciendo un tranvía.

– Hago lo que me da la gana. Además, eres joven y sólo tienes que andar un poquito.

Yo aún tenía agarrado el picaporte y pensé colega, cuando esté sentado ahí detrás de tu taxi mangurrino, a ver si puedes echarme antes de llegar al hotel, sólo entonces bajaré, y después, si quieres, puedes cambiar de oficio. Había visto el botón del seguro. Bastaba con que pasara la mano por la ventanilla del tipo para desbloquear el sistema y, antes de que pudiera enterarse de nada, iba a ver mi sonrisa por el retrovisor, bien instalado en el asiento trasero.

Así que metí la mano hacia el interior del coche, pero en el mismo momento vi que se elevaba una manta al lado del chorbo y oí un gruñido horroroso. Retiré la mano a la velocidad de la luz.

El tipo acarició la cabeza de un dogo que ahora estaba entre sus piernas. Yo había dado un salto hacia atrás de al menos dos metros, y parece que al tipo le gustó porque me miraba sonriendo.

– Así que te creías más listo que los demás, ¿eh? -soltó.

– Muy bien, anda y que te den morcilla -le dije.

– Creías que ibas a joderme pero no das la talla, nene. Este coche es una verdadera fortaleza… Nadie puede con ella y dejo subir a quien me da la gana.

– Lo importante es haberlo intentado -dije yo.

– ¿De verdad te lo crees?

– Claro que no.

Arrancó y sus luces traseras se alejaron por la calle y desaparecieron en silencio. No fue la mejor manera de terminar mi día de descanso.

Necesité ocho días más para terminar mi novela. Seguro que no habría podido aguantar ni un minuto más. Acabé realmente de rodillas y con tembleques en las manos: la cerveza, la emoción, los cafés o qué sé yo… La última página era la mejor, de una pureza celestial, y el punto final se parecía al fin del mundo. Me quedé aún unas cuantas horas sin moverme, detrás de mi máquina, y a contiguación me fui a acostar.

Antes de irme fui a decirle adiós a mi vecina. Llamé a su puerta. Vino a abrirme en bata, con una toalla blanca enrollada en la cabeza.

– ¿Te estabas lavando el pelo? -le pregunté. -¿Eh? Ah, sí… Entra, siéntate.

– He venido a decirte adiós. Ya he terminado mi libro.

Se quitó la toalla de la cabeza para secarse las manos. Parecía más joven con el pelo hacia atrás.

– Oh, vaya… Es una tontería completa, pero no tengo nada de beber para ofrecerte…

– No importa -le dije.

Ella siguió frotándose las manos mientras yo miraba hacia otro lado.

– Bueno, creo que voy a perder a un buen vecino -dijo.

– Tendrías que tratar de cambiarte a mi habitación, la vista es mejor.

– Claro, es verdad, tienes razón.

Inclinó la cabeza hacia un lado para que le cayera el agua que tenía en la oreja y yo miré la ropa que se amontonaba encima de la cama.

– No te fijes en eso. Estoy en pleno mogollón -dijo.

– Te vería espléndida en un superapartamento -le dije.

Se puso la toalla alrededor del cuello, como si fuera un tipo que volviera del entrenamiento, y le dio un puñetazo no muy fuerte a la puerta. Sonrió.

– Claro, con cortinas floreadas -dijo-. Y ventanales de tres metros y medio.

– No creo que haya que preocuparse por ti.

Bajó la cabeza y recuperó la toalla para seguir frotándose las barios.

– Hoy volveré a llegar tarde. Mi secador se ha estropeado. Son cosas que pasan.

Permanecimos en silencio unos cuantos segundos y luego ella me miró.

– ¿Sabes qué me parece…? ¿No sabes cuál es el efecto que me produce todo esto…? Bueno, pues tengo la impresión de que me han encerrado en una jaula y que se han olvidado de mí. Pero no es culpa tuya -añadió-. Parece que esta mañana todo vaya mal.

Un tipo puso en marcha una máquina de afeitar eléctrica en la habitación de al lado y empezó a cantar.

– Bueno -le dije-, ¿qué hacemos?, ¿nos damos un beso?

Estuvo de acuerdo.

24

ME CAGO EN LA PUTA!! -exclamé yo- ¡¡¿¿Y ÉSTE??!! ¡¡¿¿NO TE PARECE QUE ÉSTE ES UN HERMOSO LUGAR, EH??!! ¡¡¡¿¿QUÉ MÁS QUIERES??!!!

El guía me había tomado ojeriza desde el principio y trataba de hacerme morir de hambre. Caminábamos desde las cinco de la madrugada y yo sólo llevaba un café y dos cervezas en el estómago. Hacia mediodía, yo había empezado a hacer algunas propuestas razonables, pero cada vez él movía negativamente la cabeza: no, sígame, decía, vamos a elegir un lugar realmente agradable para detenernos, estos días tienen que estar dominados por el signo de la Belleza. Toda la pandilla de tarados que iban con nosotros estaban en el séptimo cielo.

Ahora habíamos llegado a una especie de claro, con una alfombra de hojas rojas, que dominaba todo el valle. El guía se había detenido, y al ver que yo ya había tirado mi bolsa al suelo y que un gordo con gafas había tomado una coloración azulada, asintió con la cabeza.

– Bien -dijo-, pero nos quedaremos poco rato. Tenemos que llegar al refugio antes de que se haga de noche.

Me derrumbé en la hierba seca al lado de Lucie, que parecía es-ar en plena forma. El sol había ido subiendo por el cielo, rápidamente nos habíamos quedado en camiseta y yo no podía despegar mis ojos de sus pechos. Hacía tres días que corría tras ella con la lengua afuera. Eché un vistazo entre sus piernas aparentando que miraba al vacío, y la cosa me afectó en serio: su short era excesivamente pequeño. Tuve que apretar las mandíbulas para no hacer una burrada, y esperé a que se me pasara preparando bocadillos de jamón.

– ¿Qué, te gusta? ¿Estás contento…?

– Es magnífico -le dije-. Me siento renacer.

– La Humanidad se encuentra tan alejada de la Naturaleza… -comentó.

– Me pone los pelos de punta.

Me parecía extraordinariamente lejana la última vez que había pegado un polvo. Desde hacía varios días, me sentaba para contemplar a aquella chica correr en chandal por la playa, justo a la hora en que yo me levantaba. Se me ponía tiesa y suspiraba, y los días pasaban tristemente. Me dedicaba a pasar en limpio mi novela, pero la imagen de aquella chica corriendo por la playa me perseguía. Se iba convirtiendo en una idea fija. Una mañana le lancé un breve saludo con la mano y ella me sonrió. Al cabo de unos cuantos días se detuvo delante de mi ventana, y nos dijimos dos o tres frases relacionadas con el tiempo y con los efectos beneficiosos del deporte.

Tres días antes de aquella excursión por la montaña, ella había sugerido la idea enloquecida de bañarnos en aquel mar helado. Logré escabullirme, pero me encontré con su chandal en las manos mientras ella se marcaba un largo crawl. Cuando volvió hacia mí, meneando las cadera en un bikini rojo sangre, yo ya no era el mismo hombre.

Y al día siguiente me había bañado con ella en aquella agua mortal y fría. Estaba medio majara, y por la noche la había acompa nado a una conferencia sobre el tema «Domine su cuerpo». Hat intentado no fumar excesivamente durante los debates.

Finalmente, el día anterior me había propuesto este paseíto de dos días en plena Naturaleza y yo me mostré muy entusiasta. De todos modos, no podía dejar de seguirla. Era como un tipo que se ha caído del caballo y va siendo arrastrado por los estribos.

Me había comprado una bolsa amarillo limón y la había llenado de cervezas. También llevaba un anorak barato. Lo puse en el suelo y me estiré encima. Los otros trotaban a mi alrededor, se preparaban rebanadas de pan integral y bebían agua de manantial. Pero yo tenía la mente demasiado ocupada para unirme a ellos y para extasiarme ante la belleza sin nombre de una hoja muerta. Lucie jugaba con su pelo al sol.