Изменить стиль страницы

Singh fue trasladado en un camión con los demás voluntarios al departamento de investigación de Woolwich. En aquella época el porcentaje de víctimas en las unidades de artificieros era espantosamente elevado, si tenemos en cuenta que había muy pocas bombas que no explotasen. En 1940, después de que Francia cayera y Gran Bretaña se encontrara en estado de sitio, la situación empeoró.

Los bombardeos comenzaron en agosto y de repente, en un mes, hubo que hacerse cargo de 2.500 bombas que no habían estallado. Se cerraron carreteras, se abandonaron fábricas. En septiembre, el número de bombas activas había llegado a 3.700. Se crearon cien nuevas brigadas de artificieros, pero aún no se entendía cómo funcionaban las bombas. La esperanza de vida en esas unidades era de diez semanas.

Fue la época heroica de la desactivación, un período de proezas individuales, en el que la urgencia y la falta de conocimientos y equipo hacía que se corrieran riesgos fantásticos. (…) Sin embargo, fue una época heroica cuyos protagonistas permanecieron en la obscuridad, pues por razones de seguridad se ocultaban al público sus acciones. Evidentemente, no era conveniente publicar informes que podían ayudar al enemigo a calibrar la capacidad para afrontar las bombas.

En el coche, camino de Westbury, Singh se había sentado en el asiento delantero con Mr. Harts, mientras que Miss Morden iba detrás con lord Suffolk. El Humber pintado de caqui era famoso. Los guardabarros estaban pintados de un rojo vivo -como todos los vehículos de las unidades de artificieros- y por la noche un filtro azul cubría el faro de posición izquierdo. Dos días antes, un hombre que pasó cerca del famoso caballo de creta en los Downs había volado por los aires. Cuando los ingenieros llegaron al lugar, descubrieron que otra bomba había aterrizado en el centro de aquel paraje histórico: en el estómago del gigantesco caballo blanco de Westbury, labrado en las onduladas colinas de creta en 1778. Poco después de aquel suceso, todos los caballos de creta de los Downs -había siete- habían quedado cubiertos con redes de camuflaje, no tanto para protegerlos cuanto para que dejaran de ser evidentes puntos de referencia para las incursiones de los bombarderos sobre Inglaterra.

En el asiento trasero, lord Suffolk iba hablando sobre la migración de los petirrojos desde las zonas de guerra de Europa, la historia de la desactivación de bombas, la crema de Devon. Informaba al joven sij sobre las costumbres de Inglaterra, como si fuera una cultura recién descubierta. Pese a ser lord Suffolk, vivía en Devon y hasta el estallido de la guerra su pasión había sido el estudio de Lorna Doone y la profunda autenticidad histórica y geográfica de esa novela. Pasaba la mayoría de los inviernos recorriendo las aldeas de Branden y Porlock y había convencido a las autoridades de que Exmoor era un lugar ideal para el adiestramiento de los artificieros. Tenía a sus órdenes a doce hombres, talentos procedentes de diversas unidades de zapadores e ingenieros, y Singh era uno de ellos. Pasaban la mayor parte de la semana en el Richmond Park de Londres, donde mientras los gamos corrían a su alrededor, les enseñaban los nuevos métodos de desactivación o trabajaban con bombas no detonadas. Pero los fines de semana iban a Exmoor, donde seguían recibiendo formación por el día y después lord Suffolk los llevaba a la iglesia en la que habían disparado a Lorna Doone durante la ceremonia de su boda. «Le dispararon desde esta ventana o desde la puerta trasera… cuando avanzaba por la nave lateral… y le acertaron en el hombro. Un disparo espléndido, la verdad, si bien reprensible, desde luego. El criminal fue atrapado en los brezales y descuartizado.» A Singh le recordó a uno de los cuentos indios que conocía.

El amigo más íntimo de lord Suffolk en esa región era una mujer aviadora que odiaba la sociedad, pero apreciaba a lord Suffolk. Iban a cazar juntos. Vivía en una casita de campo en Countisbury, sobre un acantilado desde el que se dominaba el canal de Bristol. Lord Suffolk les describía los detalles pintorescos de cada aldea por la que pasaban con el Humber. «Éste es el sitio ideal para comprar bastones de endrino.» Como si Singh estuviera pensando en entrar, con su uniforme y su turbante, en la tienda estilo Tudor de la esquina para ponerse a charlar, como si tal cosa, con los propietarios sobre bastones. Más adelante dijo a Hana que lord Suffolk era el inglés más inglés y mejor que había conocido. Si no hubiera habido guerra, nunca se habría animado a salir de Countisbury y de su retiro, llamado Home Farm, donde, a sus cincuenta años, casado, pero con carácter esencialmente de soltero, meditaba, mientras envejecía, junto con el vino y las moscas del antiguo lavadero, y recorría todos los días los farallones para ir a visitar a su amiga aviadora. Le gustaba reparar aparatos: viejas tinas de lavandería, generadores para instalaciones de fontanería o asadores accionados por ruedas hidráulicas. Había estado ayudando a Miss Swift, la aviadora, a acopiar información sobre los hábitos de los tejones.

Así, pues, el trayecto hasta el caballo de creta de Westbury estuvo jalonado de anécdotas e informaciones. Incluso en guerra lord Suffolk conocía el mejor sitio para parar a tomar el té. Entró con mucha solemnidad en el Salón de Té de Pamela, con un brazo en cabestrillo resultante de un accidente con fulmicotón, e introdujo a los miembros de su clan -secretaria, conductor y zapador-, como si fueran sus hijos. Nadie sabía exactamente cómo había convencido al comité encargado de las bombas no detonadas para que le permitiera crear su equipo experimental de artificieros, pero con sus antecedentes de inventor probablemente tuviese más cualidades que nadie para ello. Era un autodidacta y estaba convencido de que podía entender los motivos y los principios que inspiraban cualquier invento. Había inventado enseguida una camisa con bolsillos que permitía al zapador en pleno trabajo tener espoletas y accesorios al alcance de la mano.

Tomaron el té y esperaron a que les trajeran los bollos charlando sobre la desactivación de bombas in situ.

«Sabe usted, señor Singh, que le tengo confianza, ¿verdad?»

«Sí, señor.» Singh lo adoraba. En su opinión, lord Suffolk era el primer caballero auténtico que había conocido en Inglaterra.

«Ya sabe que lo considero apto para hacerlo tan bien como yo. Miss Morden lo acompañará para tomar notas. Mr. Harts estará un poco más atrás. Si necesita más equipo o más fuerza, toque el silbato de policía y se le unirá. No da consejos, pero entiende perfectamente. Si se niega a hacer algo, querrá decir que no está de acuerdo con usted y yo seguiría su consejo, pero tiene usted autoridad total in situ. Aquí tiene mi pistola. Ahora probablemente sean más complejas las espoletas, pero, nunca se sabe, podría acompañarlo la suerte.

Lord Suffolk se refería a un incidente que lo había hecho famoso. Había descubierto un método para inhibir la espoleta de una bomba de acción retardada: sacaba su revólver reglamentario y disparaba a la cabeza de la espoleta, con lo que detenía el movimiento del aparato de relojería. Cuando los alemanes introdujeron una nueva espoleta en la que la parte superior estaba ocupada por la cápsula de percusión y no por el aparato de relojería, se abandonó aquel método.

Kirpal Singh nunca olvidaría la amistad que se le había brindado. Desde que había entrado en filas, había pasado la mitad del período de guerra en la estela de aquel lord que nunca había salido de Inglaterra y, una vez acabada la guerra, no pensaba salir nunca de Countisbury. Cuando Singh había llegado a Inglaterra, tan lejos de su familia en Punjab, no conocía a nadie. Tenía veintiún años y no había conocido a nadie, salvo soldados. Por eso, cuando leyó el anuncio en el que se pedían voluntarios para una brigada experimental de artificieros, pese a haber oído a otros zapadores hablar de lord Suffolk como de un loco, ya había llegado a la conclusión de que en una guerra había que hacerse con el control y junto a una personalidad o un individuo había más posibilidades de elección y superviviencia.