Eddie había observado que a Harry le obsesionaba un poco la leña. No podía decirse que le hubiera fascinado exactamente la charla sobre la leña, que Harry prosiguió incansable durante el resto de la cena. (Todavía estaba hablando sobre la leña cuando Eduardo y Conchita se fueron a casa.) Al novelista le gustaba mucho más que Harry hablara de libros, pues no había conocido a muchas personas que leyeran tantos libros como el ex policía, con excepción de Minty, su difunto padre
Terminada la cena, mientras Harry y Eddie se ocupaban de los platos y Hannah preparaba a Graham para acostarlo y se disponía a leerle un cuento, Ruth salió al jardín y permaneció al lado de la piscina, bajo el cielo estrellado. La piscina había sido parcialmente vaciada y estaba cubierta en previsión del invierno. En la oscuridad, el seto en forma de U que la rodeaba era como un gran marco de ventana que delimitaba su visión de las estrellas
Ruth apenas se acordaba del tiempo en que la piscina y el seto que la rodeaba no estaban allí, o de cuando el césped era el campo sin segar por el que sus padres discutían. Ahora se le ocurrió pensar que, en otras noches frías, cuando alguien fregaba los platos y su padre o una canguro la habían acostado y le contaban un cuento, su madre debía de estar en aquel jardín, bajo las mismas estrellas implacables. Marion no habría contemplado el cielo ni se habría considerado tan afortunada como lo era su hija
Ruth sabía que era afortunada. Se dijo que su próximo libro debería tratar de la buena suerte, de cómo la buena suerte y el infortunio se distribuyen de una manera desigual, si no al nacer, por lo menos a medida que se dan las circunstancias sobre las que no tenemos control alguno, así como en la pauta al parecer fortuita de los acontecimientos que entran en colisión: la gente que conocemos, el momento en que ese conocimiento tiene lugar y si esas personas importantes podrían conocer casualmente a otras, y el momento en que podría suceder tal cosa. Ruth sólo había tenido un pequeño infortunio. ¿Por qué razón su madre había tenido tantos?
– Oh, mamá -dijo Ruth a las frías estrellas-, ven a conocer a tu nieto ahora que todavía puedes hacerlo
En el dormitorio principal, situado en el piso superior, y en la misma cama de matrimonio donde hiciera el amor con el difunto Ted Cole, Hannah Grant aún trataba de leer un cuento al nieto que Ted nunca conoció. No había avanzado mucho, porque los rituales del cepillado de dientes y la elección de pijama habían requerido más tiempo del que esperaba. Ruth le había dicho que a Graham le encantaban los cuentos protagonizados por Madeline, pero el pequeño no estaba tan seguro
– ¿Cuál es el que me encanta? -inquirió Graham
– Todos -respondió Hannah-. Elige el que quieras y te lo leeré
– No me gusta Madeline y los gitanos -le informó Graham.
– Muy bien, entonces no leeremos ése -dijo Hannah-. A mí tampoco me gusta
– ¿Por qué? -quiso saber Graham
– Por la misma razón que a ti tampoco te gusta -respondió Hannah-. Elige uno que te guste. Elige un cuento, cualquier cuento
– Estoy harto de El rescate de Madeline -le dijo Graham.
– Estupendo. La verdad es que a mí también me harta. ¿Cuál te gusta?
– Me gusta Madeline y el sombrero malo -decidió el muchacho-, pero Pepito no me gusta, de veras, no me gusta nada.
– ¿No sale Pepito en Madeline y el sombrero malo? -le preguntó Hannah
– Eso es lo que no me gusta del cuento -respondió Graham.
– Tienes que elegir un cuento que te guste, Graham
– ¿Te sientes frustrada? -inquirió el chico.
– ¿Quién, yo? Jamás. Dispongo de todo el día.
– Es de noche -señaló el niño-. El día ha terminado
– ¿Qué te parece Madeline en Londres? -le sugirió Hannah.
– En ése también sale Pepito
– ¿Y qué me dices de Madeline a secas, la historia original de Madeline?
– ¿Qué quiere decir "original"?
– La primera
– Ésa ya la he oído muchísimas veces -dijo Graham. Hannah inclinó la cabeza. Había tomado demasiado vino durante la cena. Quería de veras a Graham, su único ahijado, pero había ocasiones en que el pequeño la reafirmaba en su decisión de no tener nunca hijos
– Quiero La Navidad de Madeline -dijo Graham por fin.
– Pero sólo estamos en Acción de Gracias -replicó Hannah-. ¿Quieres que te cuente una historia navideña el Día de Acción de Gracias?
– Has dicho que podía elegir el que quisiera
Sus voces llegaban a la cocina, donde Harry restregaba la bandeja del asado y Eddie secaba una espátula agitándola distraídamente. Le había estado hablando a Harry acerca de la tolerancia, pero parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos. Su conversación se había iniciado con el tema de la intolerancia, sobre todo racial y religiosa, en Estados Unidos, pero Harry percibía que Eddie había entrado en un terreno más personal. De hecho, Eddie estaba a punto de confesarle la intolerancia que le causaba Hannah, cuando la voz de ella, mientras dialogaba con Graham, le distrajo
Harry sabía qué era la tolerancia. No habría discutido con Eddie, ni con cualquier compatriota de éste, que los holandeses son más tolerantes que la mayoría de los estadounidenses, pero creía que así era. Percibía la intolerancia que Eddie le causaba a Hannah, no sólo porque para ella Eddie era patético y por la monotonía de su relación sentimental con ancianas, sino también porque no era un escritor famoso
Harry pensó que en Estados Unidos no existe ninguna intolerancia comparable a la intolerancia, tan estadounidense, hacia la falta de éxito. Aunque Eddie no le interesaba gran cosa como escritor, le gustaba mucho como persona, sobre todo por su afecto constante hacia Ruth. Cierto que le asombraba la naturaleza de su adoración, cuyo origen, suponía él, debía de ser la madre desaparecida. El ex policía se daba cuenta de que lo que Ruth y Eddie tenían más en común era la ausencia de Marion. Su ausencia era una parte fundamental de sus vidas, como le ocurría a Rooie con su hija
En cuanto a Hannah, requería aún más tolerancia de la que el holandés estaba acostumbrado a tener, y el afecto de Hannah hacia Ruth era menos seguro que el de Eddie. Además, en la manera en que Hannah le miraba, el ex sargento Hoekstra veía algo demasiado familiar. Hannah tenía el corazón de una puta, y Harry sabía que el corazón de una prostituta no era en modo alguno el proverbial corazón de oro, sino sobre todo un corazón calculador. Un afecto calculado nunca era digno de confianza
Relacionarse con los amigos de la persona que uno ama no es nada fácil, pero Harry sabía mantener la boca cerrada y limitarse a observar cuando era necesario
Mientras Harry ponía una olla a hervir, Eddie le preguntó cuáles eran sus planes para disfrutar de la jubilación. Tanto a él como a Hannah les intrigaba saber a qué iba a dedicar su tiempo el ex policía. ¿Le interesarían los procedimientos de aplicación de la ley en Vermont? Era un lector muy ávido pero exigente…, ¿tal vez, un día, trataría de escribir una novela? Y era evidente que le gustaba el trabajo manual. ¿Le atraería alguna clase de tarea al aire libre?