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– ¿Y qué pasa con Smith?

– Bueno, supongo que en su aspecto más terrible es un bodhisattva. Es todo lo que puedo decir de él. -Aparte, añadió medio en broma-: Se pasa borracho el día entero.

Esa noche también vino Henry Morley, pero sólo un rato, y se comportó de un modo muy raro sentado al fondo leyendo las historietas de Mad y esa nueva revista llamada Hip. Se fue pronto, después de observar:

– Las salchichas son demasiado delgadas, ¿creéis que es un signo de los tiempos, o es que Armour y Swift usan mexicanos descarriados?

Nadie habló con él, excepto Japhy y yo. Me entristeció verle irse tan temprano; era invisible como un fantasma, igual que siempre. Con todo, estrenó un traje marrón nuevo para la ocasión, y de repente ya no estaba.

Entretanto, en la colina, donde las estrellas parpadeaban entre los árboles,. había parejas ocasionales que se revolcaban por la hierba o habían subido vino y guitarras y celebraban fiestas por su cuenta dentro de la cabaña. Fue una noche estupenda. Por fin llegó el padre de Japhy, al salir de su trabajo; era un tipo menudo, delgado, duro, justo igual que Japhy, un poco calvo, pero tan enérgico y loco como su hijo. En seguida se puso a bailar mambos con las chicas mientras yo golpeaba frenéticamente una lata.

– ¡Sigue, tío! -gritaba.

Nunca había visto a un bailarín más frenético. Movía las caderas delante de la chica hasta casi caerse, y sudaba, hacía visajes, se agitaba, se reía: era el padre más loco que ha bía visto en mi vida. Hacía poco, en la boda de su hija, había disuelto la recepción al irrumpir a cuatro patas con una piel de tigre encima y mordiendo los tobillos de las señoras y rugiendo. Ahora había cogido a una chica muy alta, de casi un metro ochenta, llamada Jane, la hacía girar en el aire y casi la estrella contra la biblioteca. Japhy andaba de un lado para otro con un garrafón en la mano, la cara resplandeciente de felicidad. Durante algún tiempo el follón del cuarto de estar casi dejó vacía la zona de alrededor de la hoguera, y Psyche y Japhy bailaron como locos; luego Sean dio un salto e hizo girar por el aire a Psyche y ésta pareció perder el equilibrio y cayó justo entre Bud y yo que estábamos sentados en el suelo tocando la percusión (Bud y yo nunca teníamos chicas y estábamos ajenos a todo) y se quedó allí tirada, dormida en nuestro regazo durante un segundo. Tiramos de nuestras pipas y seguimos tocando. Polly Whitmore andaba trajinando por la cocina, ayudaba a Christine y hasta hizo unos bollos riquísimos. Me di cuenta de que se sentía sola porque Psyche andaba por allí y Japhy ya no estaba con ella, así que me acerqué y la cogí por la cintura, pero me miró con tal miedo que no hice nada. Parecía terriblemente asustada de mí. Princess andaba también por allí con su novio nuevo, y parecía molesta.

– ¿Qué les das a todas éstas? -pregunté a Japhy-. ¿No me puedes pasar una?

– Coge a la que quieras. Esta noche no me importa.

Salí a la hoguera para escuchar las últimas agudezas de Cacoethes. Arthur Whane estaba sentado en un tronco, bien vestido, traje y corbata, y me acerqué a él y le pregunté:

– Bien, ¿y qué es el budismo? ¿Es imaginación fantástica? ¿Magia del rayo? ¿Es teatro, sueño? ¿O ni siquiera teatro, sólo sueño?

– No, para mí el budismo es conocer a la mayor cantidad de gente posible.

Y por allí andaba, realmente afable, dando la mano a todo el mundo y charlando como si se tratara de un cóctel. Dentro, la fiesta se volvía más y más frenética. Empecé a bailar con aquella chica tan alta. Era una fiera. Quise llevármela a la cima de la colina con una garrafa de vino, pero su marido andaba por allí. Esa misma noche, pero más tarde, apareció un negro y empezó a tocar el bongo en su cabeza y mejillas y boca y pecho, y al golpearse obtenía sonidos realmente potentes, y tenía un ritmo tremendo. Todo el mundo estaba encantado y dijeron que era un bodhisattva.

Llegaba gente de todas clases desde la ciudad, donde las noticias de la gran fiesta corrían de bar en bar. De pronto, levanté la vista y Alvah y George se estaban paseando desnudos.

– ¿Qué estáis haciendo?

– Bueno, decidimos quitarnos la ropa.

A nadie parecía importarle. De hecho vi que Cacoethes y Arthur Whane, perfectamente vestidos, mantenían una conversación muy seria con aquel par de locos desnudos. Finalmente, Japhy se desnudó también y andaba de un lado para otro con su garrafa. Cada vez que alguna de las chicas le miraba, soltaba un potente rugido y se echaba encima de ella, que se apresuraba a salir corriendo de la casa, mientras gritaba. Estaba loco. Me preguntaba lo que pasaría si la policía de Corte Madera se olía lo que estaba pasando y subía bramando en sus coches patrulla. La hoguera era grandísima y desde la carretera todo el mundo podía ver lo que estaba pasando delante de la casa. Sin embargo, y de modo extraño, nada quedaba fuera de lugar: la hoguera, la comida en la mesa, los que tocaban la guitarra, la espesa arboleda balanceándose al viento y unos cuantos tipos desnudos… Todo resultaba natural.

Me dirigí al padre de Japhy y le dije:

– ¿Qué piensa de Japhy andando desnudo por ahí?

– Me importa un carajo. Japh, por lo que a mí respecta, puede hacer todo lo que le dé la gana. Oye, ¿dónde está esa chica tan alta con la que estaba bailando?

Era un perfecto padre de Vagabundo del Dharma. Había pasado años difíciles en su juventud cuando vivía en los bosques de Oregón, cuidando de toda su familia en aquella cabaña que había construido él mismo y con todos los problemas que presenta cultivar cualquier cosa en una tierra dura de inviernos tan fríos. Ahora tenía una empresa de pintura y ganaba mucho. Era dueño de una de las casas más bonitas de Mill Valley, que se había encargado de construir, y tenía a su hermana a su cargo. La madre de Japhy vivía sola en el Norte, en una casa de huéspedes. Japhy se ocuparía de ella cuando volviera de Japón. Yo había leído una triste carta de esa mujer. Japhy me contó que sus padres se habían separado de modo definitivo y que cuando volviera del monasterio vería lo que podía hacer por ella. A Japhy no le gustaba hablar de esas cosas, y su padre, desde luego, jamás la mencionaba. Pero me gustaba el padre de Japhy, me gustaba el modo en que bailaba sudando y enloquecido; el modo que tenía de dejar que todos hicieran lo que les apeteciera, v de volver a su casa a medianoche bailando bajo una lluvia de flores hasta su coche aparcado en la carretera.

Al Lark era otra de las personas agradables que estaban por allí, y se quedó todo el rato sentado rasgueando su guitarra, tocando acordes de blues y a veces de flamenco, y mirando al vacío; y cuando terminó la fiesta a las tres de la madrugada se fue con su mujer a la parte de atrás v se tumbaron dentro de unos sacos de dormir v los oí charlar en la hierba.

– Vamos a bailar -decía ella.

– ¡Oh, no, duérmete de una vez! -decía él.

Psyche y Japhy estaban enfadados y aquella noche ella no quería subir a la colina y hacer honor a las nuevas sábanas blancas. Se alejó muy seria y vi que Japhy subía solo, dando tumbos, borracho perdido. La fiesta había terminado.