– …y por supuesto, en algún lugar detrás de todo esto, hay por fin una teoría de unificación. Una idea de Galli que ahora comparte el mismo Altman. Lo que este trágico joven llama la exhalación tiene su fuente en algún lugar del universo y representa la energía elemental de la creación, tanto de la vida como de la materia. Mathieu mismo había llegado lo más cerca posible a esta formulación, mas se había mantenido alejado de un punto de vista tan revolucionario. Lo habían detenido el peso de los últimos siglos; el obscurantismo; el poderío reaccionario del pensamiento convencional. Aun así ya se notaba la armonía en el mundo subatómico, y la transmutación de la materia -es decir, las partículas descomponiéndose en otras partículas cuando se bombardea el núcleo por un proceso de aceleración- ya hace varios años que marcha hacia una especie de fuente única, de unidad, en ambos polos del micro y del macrocosmos. A la búsqueda de la unidad subatómica se le dio el nombre de "caza del quark". Luego surgió un elegante patrón matemático y, es muy cierto, que los descomunales aceleradores norteamericanos de Brookhaven consiguieron obtener la partícula menos omega… Desde entonces, las tablas periódicas súbnucleares han encontrado una expresión satisfactoria, que abarca la relatividad. Y actualmente, lo que Crespi llama la "sospecha matemática" de que la exhalación tiene una fuente que él describe como "total", hace que la física nuclear se fusione con la cosmología. La energía es fantástica. Los mismos rayos cósmicos son lo que Mathieu denominó usando las palabras de Balzac, les cousins pauvres, los parientes pobres de la energía. Y, sin embargo, los mismos nombres, salvo pocas excepciones, todavía emplean con entera confianza el lenguaje del ateísmo del siglo diecinueve, al hablar con toda tranquilidad de "descomposición de la energía en vida y materia". Para ellos, todas las formas de la vida y de la creación espirituales -el arte, la música, la poesía- son simplemente una "respuesta irracional a un principio dinámico creador". Y no se admiten discusiones… Es un conservadurismo reaccionario de la especie más burguesa, sí, capitalista: el capital allí es el dogma positivista. Cuando se lo pregunto directamente, me dicen que soy una víctima de la brecha que se abre entre el progreso de la ciencia y los medios lingüísticos que están a nuestra disposición para volcar los logros y descubrimientos científicos en un vocabulario que, básicamente, es el de los humanistas griegos. Así se reduce a considerar como una simple crisis del vocabulario lo que constituye la crisis más grave de nuestra civilización y su punto culminante…
El Santo Padre empezó a caminar nuevamente por el sendero de cipreses. El aire estaba saturado con la fragancia de las rosas, que a ambos lados del camino, crecían en espesos arbustos. Bajo sus pies, las sombras tenían la inmovilidad de una noche sin viento. El cardenal Zalt se apoyaba con fuerza sobre el bastón.
– Probablemente la situación más extraordinaria de la historia -murmuró-. Todos se dirigen en la misma dirección, pero dándose la espalda.
– Toda la basura y los escombros pesan fuerte sobre ellos y retardan sus progresos -dijo el profesor Gaetano. El Pontífice miró hacia el cielo que se ensombrecía.
– Cuando veníamos ayer en el auto -dijo-, me di cuenta de que el chofer estaba nervioso. Me aseguró que era la hora más peligrosa sobre la ruta, la hora del crepúsculo, antes de que el día se extinga, y cuando la obscuridad aún no está presente. En ese momento el día ya no es suficiente para ver sin faros y aún es demasiado temprano para que los faros tengan alguna utilidad. Éste es el instante peor para la ciencia, cuando la luz no alcanza hasta donde se necesita.
– Existen pocos científicos que tienen interés en la búsqueda -afirmó el doctor Gaetano-. Sólo les interesa la investigación.
Oyeron pasos detrás de ellos y vieron acercarse una delgada y blanca figura que se agitaba como un pájaro: era monseñor Domani.
– Parecería que este jovencito ya no puede caminar -acotó el Santo Padre-, ahora vuela. Es prematuro.
Cuando los alcanzó, monseñor Domani ya casi no podía respirar. Durante las últimas semanas estaba viviendo acosado por la idea constante de que un minuto perdido podía significar que ya era demasiado tarde, lo que lo torturaba doblemente, pues este temor podía interpretarse como una falta de fe. Una vez que hubo encontrado al Santo Padre, se quedó allí, sin resuello, e incapacitado de hablar. Luego recuperó la voz y le dijo al Pontífice que había un nuevo mensaje de la Embajada Italiana de Albania.
31
El descenso hasta el escollo terminaba en un caos rocoso de unos mil metros, que tenía una caída vertical de casi doscientos metros. Era el acceso más difícil al valle, aunque el único al abrigo de las luces que, iluminaban desde abajo cada metro cuadrado de roca.
A mitad de camino alivianaron los equipos mientras que Grigoroff y el albanés seguían bajando. No obstante cuando llegaron al final del descenso, la nariz de Grigoroff sangraba, y estaba en cuclillas, curándose los dedos.
– Soukin syn -murmuró-. El h… de p…
– Hable, hombre, -aulló Little-. ¿Dónde está?
– Se fue -le dijo Grigoroff-. Se fue allí abajo…
Señaló con un gesto hacia las luces que estaban debajo de ellos. Ni siquiera se atrevieron a preguntarle. Si el albanés era un traidor, todo estaba terminado. Los atraparían en pocos minutos.
– No -dijo Grigoroff, sacudiendo la cabeza-. No es así. Se fue para alertar a su pueblo, como nos dijo que haría. Quiere que se rebelen en contra… de esta cosa. El estúpido piensa que si lo saben,-se alzarán en protesta y liberarán a la… energía. Traté de detenerlo, pero…
Se limpió la sangre que le salía de la nariz.
– Un soukin syn vigoroso. Tiene buenos puños.
– Es un maldito aficionado -dijo Little con un fuerte acento cockney que parecía resurgir cada vez que el mayor se sentía furioso-. Nunca confíe en un aficionado; siempre lo repito. Idealismo. Así es como se pierden las guerras. En marcha.
Llegar hasta el camino les llevó casi tres horas y quince minutos, es decir, casi treinta minutos más que el tiempo que habían calculado durante el adiestramiento, pues ahora tenían que cargar el equipo del albanés que contenía partes del cohete del caparazón nuclear que equivalía a una bomba regular de cinco kilos. La última hora no había sido más que un esfuerzo desenfrenado por llegar a la cueva antes del amanecer, y consiguieron ganarle al sol por unos pocos minutos. En el momento oportuno, Starr escribió en el informe que cuando iban descendiendo por el acantilado, colgados de los ganchos, pensó en las famosas palabras de Winston Churchill, después de la batalla de Inglaterra: "Nunca antes en la historia de la humanidad, tanta gente debió tanto a tan pocos". Sólo era una pobre comparación con lo que literalmente cargaban sobre la espalda. "Normalmente no me dejo guiar por lo que se denomina 'el sentido de la historia' escribió el coronel Starr, "pero, de todas maneras, en ese momento, las circunstancias no podían llamarse normales". "Por un instante tuve una imagen muy clara de toda la humanidad, suspendida allí conmigo, cargando sobre la espalda los museos, los Beethoven, las bibliotecas, los filósofos y las instituciones democráticas. En cierta forma era un sentimiento bastante apropiado, puesto que si el coronel Starr del ejército norteamericano se rompía la crisma, quizá fuera menos probable que ello ocurriese, si la crisma hubiera pertenecido a toda la humanidad. De repente mi pescuezo se convirtió en lo más importante desde la creación del mundo, lo que resultaba muy alentador".
A un kilómetro al Este de la cueva, en el sendero, detrás de una gran piedra, dejaron a Caulec. A través del "ojo" rojo alcanzaban a divisar a seis soldados albaneses que montaban guardia detrás de una ametralladora, unos cuantos metros más abajo, sobre el camino. De acuerdo con el plan previsto Caulec debía entregarse a los albaneses a las cinco de la madrugada.