En sus períodos de libranzas del servicio, Carvalho recorrió buena parte de Estados Unidos, con especial preferencia por la Baja California y el Valle de la Muerte, haciendo también alguna escapadita a la Costa Este. Siempre que podía, Carvalho cruzaba el Río Grande. Incluso llegó a Venezuela, donde trabajó con "un compañero canario que quería montar un restaurante cuando se jubilara" ("El barco fantasma", en "Historias de fantasmas").

Fue también en uno de aquellos viajes, en este caso desde Las Vegas a San Francisco -ciudad en la que fijó su domicilio más habitual- en el que conoció a Antonio Jaumá, el manager de la Petnay cuyo asesinato investigaría casi diez años después, cuando la imagen de Jaumá era sólo un vago recuerdo asociado a un avión de la Western Air Lines sobrevolando los profundos surcos de Zabriskie Point, una cena en el restaurante Aliotto de San Francisco y unas prostitutas de cincuenta dólares la noche probablemente desdentadas.

Los años 60 fueron de gran actividad para todos los servicios secretos habidos y por haber. La CIA tuvo un destacado papel en la guerra sucia y abierta del enfrentamiento EsteOeste no sólo en Latinoamérica -donde la impunidad de la Compañía fue total y absoluta, con la única excepción de la isla de Cuba- y Asia; la batalla también se libraba en una Europa en la que se incubaba el síndrome de "mayo, del 68*, en plena guerra fría. Carvalho pasó dos años en Holanda como agente especial de seguridad en la capital, Amsterdam. Allí estableció su base de operaciones y desde Amsterdam viajó con más o menos frecuencia a Londres, Lisboa y Grecia, entre otras ciudades.

Tampoco en este caso hay datos precisos -de nuevo sería muy útil la consulta del historial de Carvalho en la CIA si no hubiese sido destruidopero bien pudiera ser que su presencia en Grecia -Vázquez Montalbán la rememora en "El laberinto griego"- estuviese relacionada con el golpe de los Coroneles. Desde que el rey Constantino obligó a dimitir al primer ministro Andreas Papandreu en julio de 1965, Grecia se debatía en permanente estado de agitación, con dimisiones de gobierno día sí, día también. Pasó entonces a ser uno de los países más tutelados por la CIA en Europa debido a su importancia simbólica y geoestratégica. El 21 de abril de 1967, cuando Constantino Kollias y los generales Spadidakis y Patakos formaron un gobierno militar, en Langley, base central de la CIA en Estados Unidos, nadie alteró su hora habitual del almuerzo tras notar y anotar la consumación de lo que ya se daba por hecho y necesario.

Pero no siempre puede relacionarse a Carvalho con intentonas golpistas o acciones desestabilizadoras de la democracia. En algunos casos su misión simplemente era la de observador. De este tipo serían probablemente los encargos que justificarían sus habituales desplazamientos a Portugal. Durante su estancia en Europa no resulta desdeñable la hipótesis de que Carvalho viajase a menudo a Lisboa para mantener contactos con destacados miembros civiles y militares del régimen salazarista y observar sobre el terreno el impacto en la metrópolis de las revueltas coloniales de Angola, Mozambique y Guinea.

Tareas mucho más provechosas para el espíritu y el cuerpo llevaron a Carvalho desde su base de operaciones en Amsterdam hasta Dijon. Fue una de sus escapadas gastronómicas, en aquella ocasión para asistir a la fiesta del vino ("Tatuaje"). Años después, de vuelta en Barcelona, también prodigaría escapadas similares. A veces invitaba a Charo. Otras iba solo. Sus puntos de peregrinación iban desde Martinet de Cerdanya, para pasar el fin de semana en Can Boix, hasta El Rincón de Pepe, en Murcia, adonde llegó en un viaje relámpago en febrero de 1979 ("La soledad del manager"), o al Bierzo en busca de nuevas experiencias y vinos poco conocidos pero solventes.

El sudeste asiático fue, como se ha visto, el último punto de esta primera y particular vuelta al mundo que Carvalho dio aprovechándose de las ventajas y los descuentos que en los años 60 ofrecía un carnet de la CIA en toda regla. El hotel Raffles de Singapur, en el 1-3 de Beach Road, fue un buen sitio para acabar de madurar la decisión de abandonar la Compañía, Singapur Sling va, Singapur Sling viene. Aquel "cóctel asiático seguramente inventado por un inglés" y un sinfín de recuerdos literarios pendiendo de las paredes de las habitaciones de Kipling (107), Conrad (119), Hesse (112), Malraux (116) y Maugham (120), entre otros, pusieron en el ánimo de Carvalho la voluntad que le hacía falta para decir adiós a la CIA. Como Conrad -como Nathalie de Saint-Phalle-, quizá Carvalho se preguntó en el Raffles "sobre la verdad última de los viajes", despreocupado ya de "vanas especulaciones sobre el futuro de las naciones". Un Carvalho preocupado sólo por su subsistencia emprendía regreso a San Francisco, una nueva escala antes de volver a Barcelona.

Los viajes de la infancia

A mediados de los años 80, durante la investigación sobre la muerte del aspirante a campeón y boxeador fracasado Young Serra ("Desde los tejados", en "Historias de padres e hijos"), Carvalho explicaba a Pedro Porta, un tendero del barrio Chino conocido de su infancia que le encargó el caso, que "por esos mundos nunca he visto tantas cosas como cuando subía a los terrados de estas casas y tenía a mi disposición la vida privada de todos nosotros. El horizonte más lejano era Montjuñc o el mar o el Tibidabo".

El Carvalho adolescente intuía que el mundo se reducía a poco más que los límites del barrio de su infancia, y de ahí tanta querencia por él, una querencia irremediable y mortificadora.

El barrio Chino fue el primer espacio conocido por Carvalho, y vencer sus murallas interiores y exteriores supuso el primer gran viaje del muchacho, viaje que hizo en dos etapas: primera, a mediados de los años 40, siguiendo el estricto y duro guión que fijaba la posguerra; segunda, a mediados de los años 50, cuando le llegó a Carvalho la hora del ingreso en la universidad franquista.

De niño, unas veces en compañía de su padre, otras de su madre, Carvalho rompía las murallas del barrio que formaban las Rondas y las Ramblas. Nunca o casi nunca fueron paseos de placer. Eran recorridos por una ciudad prácticamente extraña, muy diferente a la que conocía, en busca de pan de centeno: "El recuerdo era una ruta seguida con su madre en los años 40. Salían -cuenta Vázquez Montalbán- de la ciudad, unas veces hacia el sur, otras hacia el norte, en busca de casas de campo donde el mercado negro contemplaba los rutinarios y escasos alimentos en la cartilla de racionamiento. Hacia el norte, entre huertos y barracas de agricultores de oficio o de domingo…" ("El delantero centro fue asesinado al atardecer").

También fueron trayectos en tren hasta Vallvidrera en compañía de su padre, don Evaristo, con el único objetivo de ver un árbol público durante una hora mucho antes de que el joven Carvalho imaginase que algún día viviría entre aquellas arboledas. A sus pies, una ciudad en expansión convertida en cuadrícula imperfecta y desordenada, y en su mente el deseo de mirarla con calma, de observarla desde arriba, de respirar más allá de su barrio.

De vez en cuando, también eran paseos hasta Montjuñc, entonces con otra perspectiva, con otros impulsos: "Cada paisaje urbano a su tiempo y Pueblo Seco estaba ligado en su recuerdo a recorridos de domingo o de sábado en busca de la zona verde de Montjuñc donde comerse la tortilla de patatas familiar. Y antes de emprender el ascenso, la obligada parada ante las cuadras de la calle Radas y por entre los listones de madera excitar a las vacas calmas para que mugieran" ("De lo que pudo haber sido y no fue", en "Tres historias de amor").

Otros animales de infancia asoman también a la retina del detective. De vez en cuando se perfilan en el fondo de sus ojos instantáneas de algún verano pasado en Montcada, en la casa del cabrero amigo de su padre, o de los veranos en Galicia, en Souto, cerca de San Juan de Muro y Sarria. Veranos de viajes interminables en trenes dantescos tirados por aquellas máquinas Santa Fe que respiraban con dificultad de asmático o tuberculoso. Barcelona-Monforte de Lemos. De allí, hasta la aldea. Y de nuevo el olor y el "morro de las vacas asomadas desde la cuadra al comedor familiar" ("Tatuaje").