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no pudo

sorprendió la figura tras ella, en el espejo.

Se quedó inmóvil, rígida. El niño pareció percibir también que algo extraño sucedía, porque volvió la cabeza y observó a la muchacha.

no pudo volver

Sintiendo que habitaba en una pesadilla, giró lentamente hacia la ventana y se asomó. El aparcamiento estaba vacío.

Sus latidos fueron apaciguándose. Pero, por un momento (aunque solo lo había visto reflejado en el espejo del armario durante una fracción de segundo), por un horrible instante, había creído ver a un hombre que…

No. Se equivocaba. Era imposible.

Está muerto. No pienses más en él. Está muerto.

Terminó de vestirse, cogió al niño de la mano,

no pudo volver a dormir

dieron un breve paseo alrededor del motel. No vio nada extraño: el lugar parecía casi desierto. Pronto concluyó que sus nervios le habían jugado una mala pasada. Seguramente, se había confundido con alguien que físicamente se le parecía mucho. Está muerto. Tú misma lo mataste.

Pero seguía inquieta cuando regresó a la habitación.

No pudo volver a dormir.

Se duchó, se vistió con ropa limpia, cogió la chaqueta y comprobó que la figura seguía en su sitio. Era domingo. Faltaban dos días. El martes acabaría todo por fin, para bien o para mal, y saber eso le tranquilizaba.

Intentó reflexionar sobre el sueño que acababa de tener, pero el teléfono le interrumpió. Escuchó la voz de César como una luz en medio de la noche.

– Esto es fantástico, Salomón… Informes de detectives, biografías de alumnos y profesores de distintas universidades… En eso consisten casi todos los archivos que he revisado. Y, aquí y allá, comentarios muy reveladores del propio Rauschen… He atado algunos cabos. ¿Tienes tiempo para escuchar a tu querido profesor una vez más…? Te situaré. Estamos en Viena, a principios de los setenta. Un inocente y bastante común licenciado en literatura llamado Herbert Rauschen ingresa en un grupo de vivencia poética: Die Sphinx. Se dedicaban a recitar y comentar versos de autores alemanes, pero, sin duda, era una tapadera para reclutar adeptos. Lo cierto es que a partir de entonces la vida de nuestro amigo cambia por completo: deja el trabajo, se marcha a París y su cuenta corriente empieza a engordar en unos años en que la economía de toda Europa estaba en crisis. Publicó artículos, viajó… Luego emigró a Berlín. Coincidiendo con su traslado a esta ciudad, una imprenta alemana sacó a la luz los primeros ejemplares de Los poetas y sus damas, de autor anónimo… ¿Primera hipótesis, alumno Rulfo…?

– Rauschen es el autor de Los poetas y sus damas -dijo Rulfo.

César emitió una risita sofocada.

– Mi querido alumno, siempre has sido muy intuitivo. Yo llegué a la misma conclusión por la vía del razonamiento. En mi opinión, entró en la secta en París, pero no le gustó lo que vio y decidió hablar de ellas. Escribió ese libro, lo hizo imprimir y fue por el mundo regalándolo a cuantas personas encontraba, casi todos expertos en poesía como él. Yo diría que al principio se limitó a informar a la gente de lo que ocurría bajo la excusa de una «leyenda». Pero, en 1996, después de caer en una extraña depresión, pasó a la acción: comenzó a investigar en varias universidades europeas, se convirtió en un sabueso… Seguía un rastro concreto. ¿Cuál?

– Esta vez me rindo.

– La última dama. Quería encontrar a la número trece. -Hubo un silencio. Rulfo escuchaba con mucha atención-. Aquí está la explicación de su espantoso castigo… Escucha esto. La última dama se oculta mejor que ninguna otra, pero no porque sea la más poderosa sino, precisamente, porque es la más vulnerable… El talón de Aquiles de la secta, Salomón. La que otorga unidad al grupo. Sin ella, las demás solo serían un conjunto de criaturas dispersas. «Quien encuentre a la dama número trece puede destruir al grupo entero», el propio Rauschen lo dice. Él inició su búsqueda con el fin, sin duda, de acabar con la secta. ¿Y qué le hizo desear esto?, te preguntarás. ¿Qué ocurrió hace seis años para que un antiguo sectario, conociendo el terrible riesgo que asumía, decidiera enfrentarse a ellas? He aquí la parte más confusa de la historia. -Se escuchó un revuelo de hojas. César continuó-: A principios de 1996 hubo una especie de movida en el coven… Así se llama el grupo de las trece damas, el núcleo de la secta: coven. Es el mismo término con que, en inglés, se designaba a los conventículos de brujas del Renacimiento. De hecho, la leyenda del coven de brujas viene de ellas… -De pronto se interrumpió y emitió una risa sofocada-. ¿Sabes lo más terrible de todo, Salomón…? Que son como nosotros: mediocres, oportunistas, ambiciosas y cobardes… Son brujas, en efecto, pero de las modernas. Les interesa subir en el escalafón, aumentar su poder, controlar a sus súbditos… Y todas andan muy suspicaces unas con otras, como los yuppies de las grandes empresas. Pero prosigo. Como te decía, en esa época hubo un escándalo en el coven: Saga, la número doce, la líder del grupo, fue acusada de algo, sentenciada y expulsada, y otra Saga ocupó su lugar. Rauschen no especifica la falta que cometió la antigua jefa y su destino final, pero, en lo que respecta a su sucesora, no ahorra epítetos: la define como «lo peor que ha ocurrido con la secta desde hace siglos…».

La peor de todas. Rulfo veía otra vez al niño sosteniendo el duodécimo soldadito de plástico. Apretó con fuerza el auricular mientras la voz de César proseguía, casi en tono cantarín.

– La llegada al poder de la nueva Saga fue lo que hizo que nuestro amigo dedicara el resto de su vida a intentar destruirlas. Según él, esta criatura es una amenaza impredecible. Estaba deseando convertirse en líder, y ahora que lo ha conseguido disfruta volcando su furia sobre todo bicho viviente… ¿Te das cuenta…? ¡Siglos enteros de poesía reducidos a esta simpleza: la ascensión de una advenediza! Una especie de «quiero ser el jefe en lugar del jefe»… Pero, bueno, ¿de qué me sorprendo? ¿Acaso no viene ocurriendo lo mismo desde Zeus y Satán? Hasta el idiota de Hitler es un buen ejemplo… -Volvió a reírse en falsete, como si una máquina se riera por él. De repente Rulfo se horrorizó. Se está volviendo loco, pensó. La voz de César continuó, un tono más aguda-: Debo decirte, querido alumno, por si no lo sabías, que las damas son seres humanos de carne y hueso, o al menos eso parecen… Señoritas solteras, bellas y riquísimas que se rodean de lujo y soledad, como tu famosa Lidia Garetti. Solo se reúnen para celebrar sus, llamémoslas, ceremonias, en una, llamémosla, sede central, una mansión al sur de Francia, en Provenza, en medio de ese paraje tan hermoso que se conoce con el nombre de las «Gargantas» del río Ardèche… Buen lugar para las diosas de los versos, ¿eh…? Provenza, los trovadores, la cuna de la poesía lírica, el monte Ventoux que Petrarca escaló… Y las «Gargantas»… ¡Mejor sitio, imposible, para quienes nos controlan con la voz! -La carcajada hizo que Rulfo tuviera que apartar el auricular un instante-. Por lo visto, Rauschen estuvo presente en algunas de esas ceremonias. Se celebran en días especiales del año, porque el poder conjunto del coven es superior a la suma de sus partes, pero, para que ocurra así, deben reunirse en determinadas fechas, como dictan las leyendas de brujas y aquelarres: solsticios, equinoccios y vísperas de festividades tan antiguas como el hombre… como la noche del treinta y uno de octubre, Halloween, víspera de Todos los Santos, es decir, pasado mañana. -César hizo una pausa significativa-. A propósito, te han citado esa noche, ¿me equivoco?… -Rulfo pensó que mentir ya no tenía sentido. Entonces escuchó otra carcajada-. Ja, ja…! ¡Quizá te pidan caramelos…! Te agradezco el cuidado que has puesto en ocultármelo, Salomón, y sé por qué lo has hecho, pero no te preocupes: después de ver la lengua de Rauschen regresando a su boca como quien eructa una trucha viva, no te acompañaría a esa cita ni atado de pies y manos… -Carcajada-. Vuelvo a aconsejarte que les des la figura y en paz. Solo quieren eso. Insisto: no te mezcles en sus problemas de «promoción interna»… -Nueva carcajada-. Te lo ruego: dales la figura, por lo que más quieras, y que se las compongan…