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– Lo cierto es que los signos de decadencia eran palpables para quien no se empeñara en cerrar los ojos a las evidencias -dijo el coronel Iazata-; cuando en una ciudad grande el puerto entra en quiebra, y el de Bracaberbría lo hizo en favor del de Eyrenodia, es un signo inequívoco, y viendo la experiencia de los dos Laberintos anteriores, que el de Eraji es una ruina arqueológica ajardinada y el de Perighart constituye los cimientos y las plantas bajas de media urbe, se podía haber hecho un esfuerzo para conservarlo.

– Esperemos -dijo Ígur, cada vez menos esperanzado de abandonar la reunión con conclusiones útiles y positivas para su empresa- que eso sirva para que al menos en la Falera no pase lo mismo.

– La Falera -dijo Erastre- tiene la ventaja de asentarse como un sandwich entre dos formaciones rocosas. Pero he oído decir -rió- que hay facciones opuestas en la propia Hegemonía que defienden diferentes proyectos de reutilización del Laberinto.

– ¿Ah sí? -dijo Ígur-. ¿Y cómo lo piensan reutilizar?

– Eso significa -dijo Ivana queriendo ser amable- que confían en que lo consigáis.

– No necesariamente nosotros -puntualizó Silamo.

– Pues ya te lo puedes imaginar -respondió a Ígur Erastre-; como Depósito de Reservas del Banco Imperial, que ahora ya no es el Banco Nemglour, o bien como Catedral Magna de la Apotropía de Juegos, como Prisión Terminal, como Granja Central del Departamento de Mecánica Genética.

– ¿Cuál es vuestro programa de actuación para la Entrada al Laberinto? -le preguntó Ivana a Silamo.

– No sé si sería peor eso que destruirlo -dijo Ígur.

– ¡Esos puritanos Astreos -dijo Erastre-, nunca se sabe qué harán! ¡Son capaces de meter el Mercado General de Abastos en el Laberinto! -Y todo el mundo se echó a reír.

– Estamos a la espera -dijo Silamo- de una Entrada técnica al Atrio; la resolución logística sigue su curso normal.

– Me gustaría poder ayudaros -intervino Iazata.

– ¿Creéis que Gorhgró seguirá el camino de Bracaberbría si no se consigue que el Laberinto sobreviva a la Entrada? -preguntó Ígur.

– ¡Quién sabe! -dijo Erastre-; en cualquier caso, el cuadro no es halagador: la Entrada inminente, los Astreos, la lucha por la sucesión y, sobre todo, la permanencia del conflicto, porque, a medida que Nemglour envejecía, el Hegémono le ganaba terreno a los Príncipes, y que ahora se tengan que enfrentar entre ellos no les favorecerá para recuperarlo, y todo eso entre treinta y cinco millones de habitantes. ¡No me extraña que el Emperador no quiera vivir allí! -Hubo risas.

– Debrel -explicó Silamo a Iazata y a Ivana- duda aún sobre qué Protocolo rige nuestro Laberinto; parece seguro, sin embargo, que la Puerta tiene un mecanismo fotosensible.

– En todo caso -dijo Ígur-, nadie discute que nada será lo mismo después del Ultimo Laberinto. En lo que respecta a Gorhgró, aunque el Emperador no viva allí, seguro que algún Jefe de peso tendrá que quedarse, si no cae el potencial humano.

– ¿Un mecanismo fotosensible? -dijo Iazata-; ¿artificial o solar?

– Mixto, imaginamos -dijo Silamo-. Tenemos un código estelar como primer paso de decodificaciones.

– Después del Laberinto, dudo que quieran vivir allí ni los Príncipes -dijo Erastre-. Posiblemente el mecanismo fotosensible de la Puerta de Entrada sea el último vestigio de los viejos tiempos, cuya desaparición acabará de impulsarlos a huir; me apostaría cualquier cosa a que si habéis obtenido un código de estrellas, la relación con la Puerta sea la clave de Entrada -rió-. Será decir bellamente adiós a toda una época.

– Tenía entendido -dijo Ígur- que esa época ya está liquidada, y quizá no tan bellamente.

– Así se puede considerar, en efecto, depende de cómo se mire. Los tiempos de las matemáticas como imagen tenían un nombre propio incomparable, las estrellas. Ése era el origen, una función casi física: la necesidad somática de ver el cielo, así como la función clorofílica de las plantas y la función astral del pensador nocturno. Y ése también es el origen de la paranoia colectiva de las ciudades, la carencia urbana del cielo, el olvido de las estrellas -Ígur se rió recordando que Guipria había dicho que Erastre era un determinista tecnológico; si Debrel le había enviado a visitarlo para ampliar el punto de vista del Laberinto, no se podía decir que no había tenido sentido del humor-; ése es -proseguía Erastre- el gran invento de la humanidad: ni la rueda ni el fuego, que con propiedad habría que llamar descubrimientos, sino la analogía como herramienta de conocimiento.

– Analogía que también reproduce su propia historia -dijo Iazata, y se rieron; viendo a Ígur interesado, Erastre se extendió.

– Los observadores, y hay opiniones diferentes acerca de hasta dónde de repente, hasta dónde a través de generaciones, se dan cuenta de la correspondencia temporal entre el clima, los ciclos agrícolas y biológicos en general, y los movimientos de los astros, a partir del recuento de los días, de la utilidad de las estrellas como calendario; en realidad, lo que acabo de decir es una redundancia incorrecta, un anacronismo lógico, porque la observación de los ciclos astrales es anterior al calendario, y en realidad constituye su raíz conceptual. La apreciación de lo menos mutable a escala humana, las estrellas, es la medida de lo más mutable (el clima y los seres vivos), y establece sobre la realidad una primera jerarquía de categorías. La analogía avanza a partir de una causalidad muy sencilla: sabiendo que cuando en la tierra pasa tal cosa, en el cielo, a tal hora de la noche, hay tales objetos, sabremos que cuando tales objetos, siguiendo su ciclo, se acerquen a esa posición, se repetirán esos sucesos en la tierra. Hay una primera ilusión: que los acontecimientos del cielo determinen los de la tierra, pero eso, claro, desaparece con el empirismo. En cualquier caso, el establecimiento de la relación, suponiendo que no haya sido cosa de muchas generaciones, o incluso siglos, debió ser un momento apasionante.

– Quizá fuera el descubrimiento de un individuo -le interrumpió Ivana.

– Muy sentimental, amiga mía -dijo Erastre-, pero lo dudo. En cambio, sí me atrevería, como mínimo, a especular sobre la posibilidad, y hablo siempre en el terreno colectivo, de que ése sea el proceso consustancial a la construcción del sistema de conocimiento y de comunicación; de hecho, los residuos del origen son aún visibles en nuestra cultura.

– La cuna del lenguaje… -dijo Iazata con poco interés, medio pregunta, medio constatación.

– Y de la filosofía -dijo Erastre-. A partir de ese momento, el conocimiento se bifurca en dos grandes direcciones: una, de orden práctico, cultiva la técnica para establecer con la máxima precisión los movimientos del cielo, y hoy la llamamos astronomía; la otra, de orden supraestructural, intenta explicar la analogía hasta su razón fundamental: ése es el origen de la astrología, pauta, cuando se le añade la necesidad de situar la vida, del sentimiento mítico sagrado, y, ya de forma más distante, con las sistematizaciones formales y de poder, de las religiones en general.

– Si en origen -dijo Iazata-, astronomía y astrología son una sola ciencia, igual que química y alquimia, el proceso que conduce a la división actual no podemos contemplarlo con ojos inocentes, nunca podremos dejar de verlo desde la mediatización del resultado.

Erastre sonrió.

– El distanciamiento entre una cosa y otra lleva a pensar en un pasado de términos identificados, sí, pero es difícil establecer relaciones de dependencia histórica entre disciplinas científicas, artísticas y filosóficas. No deberíamos confundir la evolución de una disciplina, su buen funcionamiento como sistema, con su utilidad y, aún menos, con el grado de verdad que encierra para cada cual. El problema es la conciliación, o, si se quiere, reconciliación de las ramificaciones en una disciplina única que intente explicar el mundo, porque la relación que las distanciaba no pertenece a una causalidad razonablemente abarcable y, por lo tanto, es difícil de situar fuera del elemento más amplio, quizá las religiones, cuando no se dispone de más acuerdos racionales o lenguajes en común, pero tampoco se la puede tirar por la ventana, porque es lo que ha propiciado la aparición de la ciencia astronómica, es decir, de las matemáticas y la física, por más que en origen fueran subsidiarias de la astrológica, y la poesía, subsidiaria de la cual es la filosofía.