El Canónico rió.
– Caballero Neblí, escuchad con atención -dijo, y el Paciente no hizo ningún gesto.
– ¿Lo veis? -dijo el Subcanónico-. Creo que podemos proseguir. Paciente, has sido objeto de una esmerada operación de dardanismo intelectual; entraste con una fuerte pasión egótica, y se ha transformado en pasión claudicadora, más tarde sencillamente aceptadora. Te has dado cuenta de que el camino del amor a tus médicos, del amor a nosotros como vía de pasión autoinculpadora era, como dice el Excelentísimo Anmnesor del Imperio, la única salida posible. ¡Qué lejana ahora de ti la cruz del exilio a la que aspiraba a hacer diana un pretendido éxtasis desegoador! ¡Qué lejana aquella máxima!: 'Lo que se resuelve, no queda resuelto; lo que no se resuelve, queda resuelto.' Empujado por una necesidad más fuerte que cualquier necesidad cuantificable en términos de conocimiento, por el reconocimiento de la naturaleza del Emperador, buscaste con empeño a alguien a quien traicionar, hasta que, agotadas todas las posibilidades, acabaste por volverte en contra tuya: ¿cómo es posible traicionarse a sí mismo? Y ahí topaste con el último vacío, porque cuando algo cambia en tu esencia profunda, y ello no ocurre más que por efecto del tiempo o bien por un hecho excepcionalmente pesado, se diluye en imposturas el sentido de las anteriores traiciones, algunas dejan de serlo, y aparecen otras nuevas, insospechadas. La libertad de elección de un color sobre el mapa de las realidades cuantificables del Imperio es privilegio de los que no pretenden a cada paso cuestionarlas y sacarlas de contexto, de aquellos que de la pretensión de ir más allá de las definiciones se conforman con hacer un ejercicio de la inteligencia, sin aspirar a convertirlo en un modelo moral de vida, en una palabra, de los que, como ahora nosotros, actúan en este terreno tal y como se espera de ellos, y no es necesario exigir sentimientos ni cambio absolutos, lo que, y no me corresponde emitir un juicio de valor, hemos tenido que hacer contigo. ¡Lástima que tengas el recuerdo diluido! -Sonrió con entusiasmo-, ¡No tendrías que dejar nunca de tener presente cómo has traicionado, con qué recta entrega se han invertido odio y amor en tu interior hasta volverse innecesarios, hasta desaparecer, cómo beneficio ha sido destrucción y destrucción beneficio, cómo anhelo de venganza se ha convertido en piedad paternal, cómo piedades de todo tipo han mutado en vómitos de desprecio!
– Tan sólo nos queda una cosa por saber -dijo el Canónico-. ¿Qué pasó al Final del Laberinto? ¿Por qué matasteis al Magisterpraedi Hydene?
– ¿Quién es el Magisterpraedi Hydene? -preguntó el Paciente con voz temblorosa.
– Podemos reforzar la mecánica de regeneración y después volver a empezar -sugirió el Subcanónico.
El Canónico levantó las cejas.
– No creo que resultase. Caballero -se dirigió al Paciente con una sonrisa-, nadie sale de aquí tal y como ha entrado, y vos no seréis una excepción. Probablemente no recordaréis el juicio, pero una comisión interapotropaica os ha prescrito tratamiento en esta misma habitación, por un periodo que os será comunicado más adelante, y una vez cumplido seréis devuelto a la vida del Imperio, en espera de la reintegración definitiva.
– Paciente Quinientos quince barra Once, ¿estáis de acuerdo? -preguntó el Subcanónico.
– Sí -respondió el preso.
– Muy bien. De momento hemos cumplido los objetivos.
Sesenta y seis meses más tarde, el Paciente recibe la visita del Canónico Mayor.
– Paciente Quinientos quince barra Once -le anuncia-, estoy aquí para resolver una cuestión de identidad fiscal.
– No puedo.
– Claro que no podéis -sonrió bondadoso-, y no os preocupéis, no he venido a daros quebraderos de cabeza. Se trata tan sólo de que firméis estos poderes.
Le presentó un montón de papeles, algunos con solapas de plastificación. El Paciente los miró, y el Asistente del Canónico le señaló el espacio para que firmara y le facilitó un lápiz magnético.
– ¿Qué nombre debo poner? -preguntó el Paciente; el Canónico y el Asistente se miraron.
– Ore Enui -dijo el dignatario; el Paciente firmó con trazos vacilantes.
– Vigilante nocturno de los Almacenes de Excedentes de la Fábrica de Complementos Electromecánicos Bruijmathron amp; Co. -leyó con lentitud-. ¿Es éste mi oficio?
– Claro que sí, ¿no os acordáis?
– Sí, ahora me acuerdo.
– ¿Y qué más? -preguntó el Canónico, con entonación de dirigirse a un crío.
– Lo entiendo, me reconozco.
– Muy bien; sois muy afortunado, señor Enui -cubrieron los papeles firmados con las solapas plastificadoras que impedían alterarlos y, ya de pie para irse, se dirigió al Paciente-: ¿Alguna pregunta?
– Sí -dijo-, quisiera saber cómo progresa el equilibrio de Dioniso, mi hemisferio izquierdo, sobre Apolo.
– Dioniso rige el hemisferio derecho, ¿no lo recordáis? -dijo el Asistente, y el Paciente se quedó confuso; los demás esperaban, solícitos.
– Pero a mí siempre me han dicho…
– Posiblemente -le dijo en voz baja el Asistente al Canónico- ahora haya un desequilibrio en perjuicio de Apolo. Ya sabéis el viejo dicho: Después del terror, o la muerte o la carcajada.
– La reconstrucción es incompleta -dijo el Canónico-, pero es posible que haya una recaída si acentuamos la restauración de Apolo. Y ahora una regresión sería fatal. ¿Qué opina el Subcanónico?
– No es partidario de intentarlo.
El dignatario hizo un gesto, como si la respuesta lo estimulase en dirección contraria. El Asistente sonrió sutilmente, quizá ante una mejora de sus propias expectativas; hacía tiempo que aspiraba al ascenso, y ésa podía ser la ocasión.
– Quizá valdría la pena. El Paciente está postrado en una inhibición que no nos sirve.
– Entonces, ¿cambiamos el tratamiento?
– Sí -se decidió el Canónico-, acentuaremos las Colas de Milano entre la verdad y la muerte, y nos olvidaremos de momento de Dioniso y la Salida del Laberinto; creo, incluso, que como consecuencia del relleno cognoscitivo el elemento correspondiente resultará reforzado, y entonces podremos intentarlo con métodos persuasivos. ¡A lo mejor -rió- aún lo aprovechan en la Apotropía de Juegos!
El Asistente también se echó a reír, y miró el cuerpo lacerado, descolocado de los centros gravitacionales.
– Lo dudo mucho. La hieromórfosis ha desaparecido, pero como no había manera de disociarla de la parte teopática de la egotitis, y ésta era una parte esencial, los centros de individuación están destruidos irreversiblemente.
– Siempre le podemos reconstruir la memoria -dijo el Canónico.
– Sí, pero no la pneuma. En ese punto, la postulación Adrastea es impecable: Némesis y Orfeo en el último sentido del Juego, Fonotontina o no, es una anécdota de cariz técnico sin importancia. La resurrección, y no hablo tan sólo desde el punto de vista de la emblemática, es la principal dirección prohibida de la naturaleza.
– Ya lo veis -dijo el Canónico dirigiéndose al Paciente-, aún nos queda camino por recorrer juntos. Se trata de ver quién gana la partida final, si vos como estrella de todos los crímenes, o nosotros como sarcófago de vuestras esperanzas.
– El Juez se duerme durante la exposición de las conclusiones -dijo el Paciente.
– Son excreciones residuales -se excusó el Asistente-, es normal en su estado.
– Sin embargo, es significativo lo que ha dicho -murmuró el Canónico, y se fue hacia la puerta-. Tendremos que hilar más delgado.